No piseis la misma piedra dos veces
La mala fama de la política también se debe al casi compulsivo hábito de sus profesionales de desprestigiar a sus colegas.
Los políticos modernos suelen ser usuarios intensivos del marketing en la procura de las simpatías ciudadanas y si bien algunos logran captarlas, muchas veces efímeramente, la evidencia muestra que la política como praxis profesional es muy mal vista entre los no políticos y que como producto social es una actividad sin buen mercadeo de sí misma.
Se trata de una de las actividades más desprestigiadas de nuestra sociedad y comúnmente a ella se la vincula con actividades non santas como la corrupción, el narcotráfico y, en general, con muchas operaciones delictivas, tanto así que para muchas personas política, amoralidad y delito son consustanciales, demandando su total erradicación como medida de profilaxis social. Sin embargo, nuestra naturaleza tanto asociativa como jerárquica, hace que la conquista, preservación, administración y pérdida del poder sean parte esencial de nuestra naturaleza por lo que la posibilidad de una sociedad sin política y sin políticos no deja de ser una ilusión sin asidero histórico o biológico. En este sentido los tuiteros que claman por la supresión de los políticos de la vida pública y hasta de su derecho a existir harían bien en darse cuenta que desde el vientre materno los embarazos de gemelos ponen en evidencia las luchas por el poder, que solo en los cementerios no se practica la política y que la anti política es peor remedio que la supuesta enfermedad.
Esta mala fama tiene su origen en varias prácticas muy frecuentes. Merece nombrarse en primer lugar la pésima costumbre de muchos políticos de incumplir las expectativas creadas, bien porque ofrecieron lo que no podía cumplirse a cabalidad o porque no se supo informar adecuadamente las trabas encontradas para hacerlo. En muchas ocasiones el desengaño se produce por expectativas creadas no deliberadamente. Tal fue el caso de CAP II quien no estimuló, pero si se aprovechó de, las expectativas de bonanza que inspiraban los recuerdos de su primer gobierno y de las esperanzas creadas por su partido años atrás con la consigna “con los adecos se vive mejor” en una población que había visto reducidos sus niveles de bienestar y que entre sus pesadillas más salvajes no figuraba, precisamente, una brusca política de mayor apriete de cinturón para corregir los desórdenes acumulados por políticas populistas de las que CAP era también responsable. El deslave del apoyo a quien con tantos votos había conquistado un segundo mandato presidencial se produce por la disonancia entre las expectativas y los efectos inmediatos de las medidas de ajuste en medio de la hábil actuación de las fuerzas políticas contrarías a CAP, aunado a una pésima política comunicacional amparada en el supuesto inválido de que el carisma de CAP era suficiente para asegurar el apoyo a unas promesas de parto por forceps de una futura Venezuela próspera mediante un “Gran Viraje”. Resultó un craso error no comunicar bien las políticas, su necesidad, sus costos inmediatos y sus beneficios tardíos.
Algo parecido le está pasando a Guaidó. Su aparición estelar ocurre en un momento de orfandad colectiva dirigencial. Mientras a CAP lo idolatraron inicialmente por conocerlo, Guaidó ganó simpatías porque no le conocían parecido a ningún político ya consagrado públicamente y porque su mantra de “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres” fue entendido por cada quien a su leal saber y entender de modo que cubría todas, o casi todas, las expectativas de los opositores, con lo cual solo se aseguraba la decepción de muchos ante los logros alcanzados. De nuevo, como con CAP, la confianza en la suficiencia del poder del liderazgo condujo a errores de cálculo como el incurrido el 30A, el cual unido al fracaso del ingreso de la ayuda humanitaria y a la inutilidad de la amnistía ofrecida para producir el quiebre militar, propiciaron el surgimiento de algunas fisuras en la unanimidad inicial del liderazgo de Guaidó quien, aún apoyado por más del 60 por ciento, ya tiene en contra algunos sectores que siguieron entendiendo el mantra como llave de una solución menos demorada y, por vías distintas a las por él ensayadas porque una adecuada comunicación no contribuyó a re encuadrarlas.
La mala fama de la política también se debe al casi compulsivo hábito de sus profesionales de desprestigiar a sus colegas. Si todos los médicos hablaran mal de sus compañeros de profesión muy seguramente todos acudiríamos a brujos y yerbateros en lugar de a galenos. Eso fue lo que hizo la sociedad venezolana al confiar sus destinos a unos recién aparecidos ante el desprestigio total de la clase política de finales del siglo pasado. Hoy en el seno de la oposición algunos disparan más mortíferamente a otros opositores que al mismo régimen. Fue G. Santayana quien dijo “los pueblos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”, políticos y ciudadanos comunes deberíamos tenerlo muy presente y bien harían los nuevos políticos en rescatar la imagen de su profesión.
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