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Recordando a Walt Whitman

A 200 años del nacimiento de Walt Whitman, es promisorio no olvidar que el autor de “Hojas de hierba” representa las valías de toda democracia tal como anhela el corazón estrujado de diversos pueblos

  • RAFAEL DEL NARANCO

01/06/2019 05:00 am

A los 200 años del nacimiento de Walt Whitman, cuya efeméride es recordada en los suplementos culturales de medio mundo, es promisorio no olvidar que el autor de “Hojas de hierba” representa las valías de toda democracia tal como anhela el corazón estrujado de diversos pueblos, sin olvidar al venezolano envuelto en una desventura incomprensible. 

Los versos que nos llevaron hacia el poeta nacido en Nueva York en 1819, nos llegaron hace años con una selección, traducción y prólogo de Jorge Luis Borges, con un estudio crítico de Guillermo Nolasco Juárez. La primera edición se hizo en Buenos Aires en 1969, y en España lo editó la Editorial Lumen de Barcelona. 

La historia de esas estrofas épicas convertidas en epopeya, es encendida y exuberante tras haber participado Whitman en la guerra de sucesión norteamericana excitado por la ferviente admiración que sentía hacia el presidente Abraham Lincoln, y una repulsión hacia los esclavistas de los estados del Sur. En los campos bélicos y sus algodonales se le desgarraron al poeta las entrañas asistiendo a los heridos de los dos bandos en disputa.

Lacerado él mismo, y con 36 años, comenzó a subrayar sus “hojas” con una pasión inflamada, demencial, siendo hileras de estrofas más parecidas a largas líneas incendiarias. 

En el último día del mes de mayo de 1865, él mismo editó un corto conjunto de esos abrasados ideales. Dice Nolasco Juárez “que los pocos que las leyeron las recibieron mal y con nulo interés”. Es más, Whitman, que había conseguido un puesto en el Ministerio del Interior, hizo que de la mano de su jefe de sección le llegara al propio ministro un librito. El mandamás lo abrió, leyó unos párrafos que le parecieron aborrecibles, y ordenó que ese “rimador demencial” fuera despedido. 

Los pocos ejemplares cuyas tapas poseían ensortijados adornos de flores y hojas que llegaron a las librerías, fueron retirados. El fracaso: completo. Y ahí no fue todo: repartió algunos de los textos a conocidos notables de la entonces pequeña ciudad de Nueva York. Varios reprocharon su atrevimiento y le devolvieron sus “hojas mustias” al expresar de algunos. 

Una sola persona de alta envergadura intelectual, y al que Whitman leía, seguía y admiraba, Ralph Waldo Emerson, filósofo, profundamente religioso, escritor y líder del llamado Movimiento del Trascendentalismo, leyó “Hojas de hierba” una y otra vez, y envió una nota al autor en la que decía: “Le auguro el comienzo de una gran carrera”. La carta merece ser leída ya que esas líneas comenzaron a consagrar esa balada homérica. 

“No me ciego ante el valor del maravilloso regalo que es ‘Hojas de Hierba’. Creo que es una de las piezas más extraordinarias de humor y sabiduría con las que América ha contribuido. Me siento muy feliz al leerla, como cuando el gran poder nos hace felices. Me complace tu pensamiento libre y valiente. Me deleita (...). Encuentro en ti el coraje de enfocar las cosas, que es algo que nos deleita y que sólo una percepción profunda puede inspirar”.

Recuerdo ahora mi llegada a Nueva York la vez primera. Venía de Newark. Sobrevolé la estatua de la Libertad y Ellis Island, esa estación de emigrantes cuya marea humana terminaría formando, “no solamente una nación, sino una abundante nación de naciones” al decir de Whitman. 

¡Cuántos millones de seres abandonados de ancho mundo anhelaban ir a ese islote y de allí asumir la urbe que en el siglo XX desempeñaba la función de la antigua Roma, de París, de Londres...! 

Uno tuvo una cierta idea de la ciudad a cuenta de viejas películas en blanco y negro con policías y ladrones, cuyo final terminaba siempre difuminado sobre Broadway o un cuarto deprimente en la calle 42, cuya única ventana daba sobre un anuncio de whisky, mientras el protagonista concluía besando los carnosos labios de una mujer con cabellos rubio platino.

Walt Whitman es el poeta de la fraternidad, y su hálito arrebatador no podía dar la espalda a los desheredados de la tierra. Y no lo hizo. Un día, mirando la llegada de una falúa con emigrantes escribió: 

“…Buscando lo que todavía no ha sido encontrado, pero donde está todo aquello que hace tanto tiempo empecé a buscar y porque aún no ha sido encontrado”. 

Sus versos son una pavana sobre la nación americana, un canto a Nueva York, a esa urbe que recibió los anhelos de millones de paupérrimos seres.

Uno amó esas avenidas, puentes y agua, a primera vista. Fue un flechazo. Ya no era joven y había en nosotros el cansancio de todo regreso cuando uno huye de los punzonazos del alma. La conocí pisando sus cuadras, camuflado entre el vapor de los conductos subterráneos y los resplandores grises y amarillos de esas fachadas rasgadas por el Art Déco. Nunca no la pude olvidar. Allí nació la libertad y sus sueños. 

Ahora regresamos a “Hojas de hierba” al sentir la Venezuela amada tan herida. 

rnaranco@hotmail.com
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