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No solo el cucarachero tiene piojitos

Cuando ya no se puede acallar las voces disidentes entonces se apela al expediente de la represión y la realidad ilusoria de la propaganda buscando negar el poder de la evidencia factual

  • DANIEL ASUAJE

22/05/2019 05:00 am

Una de las cosas más exasperantes para los espíritus intolerantes es convivir con la opinión contraria o distinta. Lamentablemente para ellos las sociedades de masas son esencialmente diversas en opiniones, producto de varias fuerzas biosociales. Primero porque con el paso del tiempo nos hacemos distintos a nosotros mismos, cambiamos cada segundo, literalmente. Heráclito lo resumió en una frase que se ha hecho célebre nadie se baña dos veces en el mismo río¸ no solo porque el río cambia sino porque, como lo sintetizó Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. De la pérdida de identidad por la inevitabilidad del cambio nos salva la memoria, dándonos sensación de continuidad y permanencia, así como de ilusoria plena consistencia. Segundo, diferimos en opiniones porque no percibimos lo mismo aún cuando compartamos las mismas situaciones. Esta diversidad plantea el problema filosófico de quien tiene, entonces, la razón, porque el sentido común nos dice que no todos podemos tenerla al mismo tiempo lo que nos lleva a concluir que todos tenemos la nuestra. El punto es entonces sobre cuáles bases alguien me pide que suscriba lo que él piensa si mi pensamiento tiene tanto derecho como el suyo de ser suscrito no solo por mí, sino también por otros distintos a mí mismo. Así hemos llegado al problema más espinoso de la coexistencia humana: la creación de acuerdos mínimos de convivencia y de respeto al otro.

El chavismo quiso resolver este asunto suprimiendo la diversidad, obligándonos a tener la misma información y el mismo punto de vista para procesarla mediante su ideología (?) y la falta de formación profesional. De allí su encono contra la prensa disidente, la academia y las otras formas de entender y concebir al mundo. Pero como es imposible eliminar la diversidad entonces apeló al expediente de la segregación apresando al disidente, quitando recursos a la academia, obligando a irse a quien cuestiona. Su “mejor” forma de asegurar que no haya disidencia es que nadie piense ni se atreva a expresarse, si llega a hacerlo.

Los autoritarismos son irremediablemente simplistas, las cosas salen mal porque los distintos sabotean a la razón oficial. Paralelamente a esta simplificación los dogmas se condensan en los pocos caracteres de unos cuantos slogans. Así la crisis venezolana es fruto de la guerra económica de los agentes del capitalismo salvaje. Cuando ya no se puede acallar las voces disidentes entonces se apela al expediente de la represión y la realidad ilusoria de la propaganda buscando negar el poder de la evidencia factual.

Pero la pretensión chavista de los dueños de la virtud y estar libres de pecado, no es solo una actitud de su exclusividad. En realidad todos tendemos a pensar que somos virtuosos y que solo los distintos son pecaminosos y tienen piojitos (o más que nosotros, en todo caso). Pero al examinar las conversaciones en las redes sociales contra las opiniones disidentes en la misma acera opositora la evidencia nos obliga a concluir que la tentación totalitaria también está entre nosotros, “los buenos”. En principio esto no debería sorprendernos porque una buena parte de los antiguos fanáticos, o en todo caso seguidores, de Chávez hoy están de este lado del ruedo. Pero el drama de la abrumadora mayoría opositora es su frágil capacidad para la tolerancia mutua de sus distintos grupos. El paredón opositor acribilla tanto como el oficialista. La anti política autoritaria, dogmática, maniquea y con la vanidad de ser moralmente superior está también entre los opositores.

Que esta sea nuestra realidad sicosocial no nos hace mejores o peores que otras naciones con patrones de orientaciones sociales diferentes. Al igual que en ellas, nos hace demandadores de liderazgos que sean los que nos “merecemos” o tengamos aquellos que re modelen a sus nacionales y los conviertan en ciudadanos democráticos, en lugar de pueblo seguidor de caudillos épicos, paternalistas y tentados por el populismo. La transición entre tener el líder que nos merezcamos hacia el líder que se haga de los seguidores que se merece por su capacidad de modelarlos y no simplemente por adaptarse a ellos, es un reto con una solución de compromiso como respuesta.

Guaidó pareció inicialmente ser ese tipo de líder transicional y posiblemente lo sea, lucía distinto al tipo predominante entre nosotros de liderazgo y hoy nos luce, más bien, con sus intentos épicos, fallidos, de la ayuda humanitaria y del 30A muy parecido a otros típicos líderes que le precedieron en la dirección de la oposición. Su lado tradicional le hace reo del riesgo de correr la misma suerte fugaz de esos liderazgos por la combinación nacional de impaciencia, diversidad de expectativas y de modos de ver “lo que hay que hacer” prevalecientes y manejada muy mal comunicacionalmente por todos nuestros líderes. Ojalá no sea más parecido de lo imprescindible, sea tan diferente como resulte viable y necesario y que oiga y se comunique bien con todos.

@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com
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