Cuatro collages de gran formato, en los que la artista retoma la temática de la rosa, que ya había explorado siendo estudiante, conforman la serie que da nombre a la exposición. Como un augurio, como un mensaje de esperanza, Alexandra nos recuerda que es en la áspera oscuridad del invierno donde se gesta la promesa de la primavera: “Durante el otoño, el fruto que está debajo de la rosa comienza a crecer, como si de un embarazo se tratara. El invierno provee el frío que requieren las semillas, que ya están hechas, para expresar la rosa que será”. 

Estos collages fueron concebidos y realizados específicamente para la exposición en Caracas. Alexandra, que reside en España desde hace algunos años, procura comunicar que la oscuridad y las bajas temperaturas no solo preceden al buen tiempo y al florecer del capullo, sino que además son necesarias para que se manifieste la belleza de una próxima rosa, una metáfora que entiende las dificultades por las que atraviesa Venezuela como el crisol del que ha de emerger una nueva y pujante nación. 

Los otros movimientos presentes en la exposición, han ido madurándose en el taller de la artista como resultado de una búsqueda de naturaleza más estética, (“más retinal, hubiera dicho Duchamp”, señala Alexandra). En ellos predominan las suturas: los pétalos están cosidos. No solo se trata de engendrar disfrute ante la contemplación de la belleza, con la intención de generar una experiencia placentera para el público caraqueño, sino que se relaciona también con las connotaciones simbólicas del viento, capaz de cambiar el rumbo de las embarcaciones al empujar las velas en otra dirección.

Finalmente, la muestra incluye una instalación: Mandorla, teoría del encuentro. La mandorla es una figura recurrente en el arte medieval, empleada para definir un halo luminoso en torno a las imágenes sagradas. Geométricamente, es el resultado de la intersección de dos círculos. La instalación, creada en torno a unas semillas artificiales de muy difícil elaboración, reflexiona, pues, a propósito del esplendor que puede producir el encuentro de dos entidades diferentes, lo que alude a la posibilidad de sumar fuerzas, cualesquiera que sean las creencias con las que nos identificamos, para introducir a nuestro país en una nueva y resplandeciente era. 

Sandra Pinardi, autora de los textos que acompañan a la exposición, señala que Alexandra se expresa en un lenguaje visual complejo que atiende por igual a la expresividad de las figuras y de los soportes, “una sintaxis heterogénea que vincula palabra e imagen, y en la que las formas, texturas y materiales del reino vegetal dialogan con pensamientos e ideas”. 

En uno de los más célebres poemas de la lengua inglesa, Digging, Seamus Heaney rememora la forma en que su padre y su abuelo trabajaban con la azada en el campo, y concluye que él también ha de hacer uso de la herramienta que tiene a su alcance: “entre mi índice y mi pulgar/la gruesa pluma reposa/ Yo, cavaré con ella”. De manera similar, desde su propia trinchera, que es esta vez surco fecundo desde el cual ha de brotar la esperanza, Alexandra Kuhn levanta su voz para invocar una era de paz en su propio lenguaje, signado no solamente por sus emociones, sino por su formación de diseñadora gráfica, que trasluce en la nitidez de las formas, en el equilibrio de la sobria composición, en la precisión de las imágenes y en la prolija caligrafía. 

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