En el mundo hay ocho millones de especies vegetales y animales. Cada una es imprescindible. Su extinción puede generar profundos desequilibrios que atente contra otras, y contra el medio ambiente en general. Einstein decía “que Dios no juega a los dados con la naturaleza”. Hay una armonía natural, y cada una tiene su rol en ella. La humanidad termina de recibir una advertencia de extrema gravedad. Se trata del mayor informe realizado sobre la biodiversidad. Lo elaboró durante tres años con la colaboración de 150 expertos de 50 países, la Plataforma Intergubernamental sobre la diversidad y los servicios ecosistémicos, y fue auspiciado por la ONU. Concluye que un millón de los ocho millones de especies están amenazadas de desaparición en las próximas décadas. Sería la sexta gran extinción masiva en millones de años en la historia del planeta, con la gran diferencia, que las otras fueron generadas por cataclismos naturales, y ésta en cambio se debe a la acción humana. Describe uno de los autores del Informe, Josef Settele, “Los ecosistemas, las especies, la población salvaje, las variedades locales, y las razas de plantas y animales domésticos se están reduciendo, deteriorando o desapareciendo. La esencial e interconectada red de vida en la tierra se retrae y cada vez está más desgastada”. Resalta: “Esa pérdida es la consecuencia directa de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”. Las causales de estas tendencias catastróficas son muy concretas.
La primera son los cambios en el uso de la tierra y el mar que han puesto en riesgo el 75% del ambiente terrestre y el 66% del marino. Otros son desde ya el cambio climático. Los últimos 20 años han registrado las mayores temperaturas desde que se comenzó a medir el calentamiento global a fines del siglo XIX. El ascenso cada vez más intenso de la temperatura global lleva a que las grandes superficies heladas se contraen, los mares se desbordan, crecen los huracanes y las inundaciones, los bosques se autoincendian, y las tierras se secan. Las especies son devastadas. Al calentamiento se suma la polución marina. Se tiran al mar anualmente 8 millones de toneladas de plásticos no degradables, y la contaminación de la atmósfera que la hace irrespirable en diversas ciudades, desde Pekín hasta la capital de México. Muchas especies perecen en medio de estos cambios regresivos. Se ha muerto casi un 30% de los corales fundamentales para la vida marina, han desparecido diversas especies polinizantes, que eran críticas para cultivos como frutas y legumbres, se ha reducido en un 23% la productividad de la tierra a nivel mundial, casi un 40% de las especies marinas, y de los mamíferos marinos están amenazados. También por lo menos el 10% de los insectos. Se ha denunciado en otros informes los peligros de extinción de las abejas. La OCDE ha estimado que solo calculando las pérdidas por la baja de la polinización, se llega a una cifra que está entre los 235.000 a 577.000 millones de dólares anuales.
A la alarma roja lanzada por este informe se suma otro trabajo de la ONU, “Perspectivas del Medio Ambiente Mundial”, que señala que 9 millones de personas mueren cada año por la contaminación del aire y el agua. Desde 1970 desapareció el 40% de los humedales, y se redujo en un 60% la población mundial de vertebrados.
Ha llegado la hora de acompañar activamente luchas ecologistas como las de los estudiantes secundarios de 120 países convocados por una adolescente de 16 años Greta Thunberg, y cuidar “la casa común” como la llamara el Papa Francisco, antes de que sea tarde.
Asesor de diversos organismos internacionales.
kliksberg@aol.com
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