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J.A. Abreu, católico practicante

ALBERTO CASTILLO VICCI Hoy, el mundo de la música en todo el planeta está de duelo por la partida física del maestro J.A. Abreu. Sin duda, el más destacado venezolano de nuestro tiempo.

  • Diario El Universal

26/03/2018 01:21 pm

ALBERTO CASTILLO VICCI

Hoy,  el mundo de la música en todo el planeta está de duelo por la partida física del maestro J.A. Abreu. Sin duda, el más destacado venezolano de nuestro tiempo. Muy pocas personas, si hay alguna otra, puede igualar el reconocimiento mundial a la obra de J.A. Abreu por la significación y número de galardones que recibió como fundador de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela y del Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas; conocidas mundialmente como “el sistema”. Entre ellos, el Príncipe de Asturias, en el 2008;  un año después, el 12 de mayo de 2009, la Real Academia Sueca de Música le otorgó el Premio de Música Polar; el 7 de octubre de 2010 fue galardonado con el Premio Erasmus… como los más recientes.  En 1994, por unanimidad, el Consejo Interamericano de Música de  la OEA lo designó miembro principal de ese máximo organismo internacional. A partir de allí, más reconocimientos nacionales e internacionales se sumaron a su trayectoria. Ese mismo año recibió el Premio Glenn Gould en Canadá, el Premio Internacional Puccini en Italia, fue miembro honorario de la Royal Philharmonic Society en el Reino Unido y de la Sociedad de la Beethoven-Haus en Alemania y recibió el Premio Cristal del Foro Económico Mundial. Varias universidades nacionales y extrajeras le dan dado el doctor Honoris Causa.

Conocí a José Antonio en nuestra infancia, pues somos contemporáneos. Nuestra amistad, con la que me he sentido  honrado toda la vida, comenzó en las aulas de la primaria en el Colegio LaSalle de Barquisimeto; desde entonces, le admiré, y hasta envidié, su profunda y constante fe cristiana. Aunque José Antonio cambió de instituto en la secundaria nuestro trato permaneció cercano. Mientras los adolescente, en aquellos años,  nos debatíamos en las dudas de la fe que recibíamos por nuestra educación católica,  José Antonio era un pilar de fortaleza de las razones para creer; y discutíamos con apasionada angustia, como Unamuno, sobre las lecturas que hacíamos de autores teístas y ateístas, tanto clásicos como modernos: desde los doctores de la Iglesia Católica como San Agustín y Santo Tomás; los  filósofos modernos  existencialistas ateos como Sartre o tomistas como Maritain o Copleston;  hasta agnósticos racionalistas como Russell o socialistas marxistas como Fauerbach.

Creo que la primera motivación de José Antonio Abreu en la perseverante entrega de su vida y  su superior inteligencia al servicio de la causa social que es “el sistema”,  estuvo sólidamente fundamentada en un catolicismo practicante ejercido a toda prueba. Ese amor cristiano al prójimo como a sí mismo, como parte de el único mandamiento que nos legó Jesucristo, fue  lo que impulsó a J.A. Abreu a emplear la música  como principal vía para el mejoramiento social e intelectual del individuo; particularmente, de aquellos olvidados por la sociedad, que alcanza al medio millón de niños y jóvenes, y a quienes ha enrumbado hacia una vida digna y constructiva alejada del vicio y del crimen. Hoy las Naciones Unidas   tienen  su “sistema” como patrimonio y modelo mundial. Por ello J.A. Abreu fue mencionado varias veces como candidato al  premio Nobel de la Paz. Se lo merecía.

Fui testigo del dilema que enfrentó José Antonio sobre su vocación terrenal, o así me ha parecido a través del tiempo, que hoy como elegía a su despedida,  quiero compartir por este medio con sus discípulos.

No sé cómo, en el carnaval del año 1959, José Antonio nos convenció a un grupo de jóvenes estudiantes de Economía en la UCAB, que en lugar de irnos a las fiestas carnestolendas nos retiráramos al Instituto Pignatelli, seminario de los jesuitas de Venezuela, situado cerca de los Teques, a seguir los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Los ejercicios los dirigiría el padre José María Vélaz,  luego fundador de Fe y Alegría.

Le manejé a José Antonio su pequeño Opel  desde Caracas hasta el Instituto. Nunca olvidaré esa noche; el padre Vélaz  nos esperaba en la puerta del edificio rodeado de colinas, empezaba la noche con el frio usual de la alta zona mirandina y en aquella soledad,  bajo el cielo estrellado como nunca, nos sentamos en la entrada a esperar a los demás,  sobrecogidos ante la infinitud del cosmos en contraste con la finitud de nuestras vidas. Durante tres días de obligado silencio escuchábamos las maravillosas palabras, cargadas de fe y esperanzas,  del padre Vélaz, un hombre sin duda bendecido en la gracia de  la fe divina. Pero, José Antonio no nos acompañaba. Se sentaba solo, en mesa aparte, a la hora de las comidas,  retirado en silencio meditando. Algo le pasaba. Así que decidí escaparme una noche en que todos se habían retirado, pues nos acostábamos temprano,  y salí a un largo corredor donde José Antonio iba y venía  ensimismado. Me acerqué y le pregunté por su aislada actitud, y  decidió comunicarme que se debatía entre dedicar su vida a la música o a la política: la primera era su verdadera vocación y pasión; la segunda una obligación social como católico para poder ayudar a los demás. Creo que la solución ecléctica a la que llegó en su dilema existencial  con “el sistema” tiene un toque de genialidad y revelación.  Quizás en esos días en la tranquilidad de  aquel lugar de retiro sagrado donde otros jóvenes, como él,  juraban sus votos para dedicar su existencia a la Compañía de Jesús,  nuestro amigo consiguió su destino en la vida que tanto bien ha hecho. 

Acompañamos con el pesar que deja su partida, a nuestros amigos sus familiares, y le damos las gracias al maestro por su maravilloso legado.

kikocastillovicci@gmail.com

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