TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ
El momento es de contradicciones, de desacuerdos, de enemistad entre lo que se dice y lo que se hace. Los reclamos a la democracia se han hecho antidemocracia. La democracia se defiende reclamando el valor de un liderazgo ya disuelto entre tantas otras fes. El desencanto reina por doquier ante la impotencia de un sistema hundido en inmensas trampas de corrupción, de sobornos y de complicidades.
Así anda la democracia en el planeta y así andamos en Venezuela, en un desencuentro entre la realidad con el lenguaje y con los símbolos implementados, entre lo diario de la mayoría social y la política que parece extraviada. Hay dos juegos: el de la población y el de quienes fungen de dirigentes. Hay dos escalas de tiempo.
Si vemos la formación del llamado Frente Amplio la conclusión es casi risible, en cuanto a que ya no existen instituciones representativas. Esto es, los conflictos ya no pueden ser resueltos con un llamado a los viejos mecanismos porque estos encarnan mejor que nadie la crisis de la representación. Al igual que los partidos, cuya parábola descendiente ha sido más que analizada por las ciencias sociales.
Tampoco existe la conformación de mecanismos de voluntad colectiva a través de los desleídos moldes a los que estábamos acostumbrados, léase parlamentos, medios de comunicación, comunicadores y, por supuesto, partidos y formas de gremios, sindicatos y hasta universidades de papel histórico desaparecido.
Entre nosotros la única voluntad colectiva es la de cuestionar todo, la de considerar todo como despreciable, la de insultar en las redes, la de proclamarse individualmente poseedor de la verdad ante la inmundicia circulante. Las redes no son manifestación de democracia. Sin una esfera pública diversa de la que tenemos no habrá advenimiento de la democracia, ni aun de esta de representatividad cuestionada. El proceso no es nuevo, puesto que entre otras cosas nos trajo este presente, de manera especial este pantano donde pairamos con poderes fácticos.
Necesitamos otros escenarios, pero no hacemos más que solazarnos en el ocaso de una ilusión, en lugar de buscar otros mecanismos que nos alejen de los ruidos superfluos y de la escenografía derruida. El ocaso genera nulidad, hastío y rencor.