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¿Particularismo cultural o revanchismo?

Lo inmensamente curioso es que bajo la óptica china globalización y nacionalismo no se presentan como fuerzas antitéticas, sino como manifestaciones interdependientes de una misma política estatal

  • ALFREDO TORO HARDY

24/04/2019 05:00 am

El mundo desarrollado ha pasado a moverse bajo una nueva dicotomía: apertura versus cerrazón. Es la confrontación entre las fuerzas de la uniformidad y la diversidad. Entre la aldea global con sus aspiraciones de universalidad y la pequeña aldea aferrada a los nacionalismos, las identidades raigales y el temor frente a lo foráneo. Si bien esta dicotomía se ha posicionado en el centro del debate político de las sociedades desarrolladas, ante el emerger del populismo, su virulencia inicial se manifestó esencialmente en el mundo musulmán en las postrimerías del siglo XX. Ahora bien, dentro de las diversas variables de esta dicotomía apertura-cerrazón, ninguna resulta tan peculiar como la que se presenta en China. 

Todos podemos observar, desde luego, como este último país se encuentra sometido a las tendencias contradictorias de la globalización y el nacionalismo. Más aún, ambas le proporcionan un tipo distinto de legitimidad de cara a su población. La globalización, que le ha traído inmensa prosperidad al país, se identifica con la “bendición de los cielos”. Es decir, aquella fórmula ancestral según la cual riqueza y paz son muestra de que los dioses han brindado su manto protector a los gobernantes. El nacionalismo, de su lado, no solo se identifica con el respeto al que su historia multimilenaria y su nunca superada percepción de centralidad les dan derecho, sino que es la necesaria revancha frente a un siglo de humillaciones por parte de potencias extranjeras. 

China es la mayor beneficiaria de una globalización que le ha permitido sacar de la pobreza a seiscientos millones de sus ciudadanos, transformarse en una de las dos mayores economías del mundo y posicionarse como el país comercialmente más interconectado del planeta. Ello le impide detener a esta espiral virtuosa. Su iniciativa del Cinturón y el Camino busca generar una gigantesca red de comercio e infraestructuras llamada a unir a tres continentes y a mantener en fase expansiva a la globalización. 

Pero junto a lo anterior, Pekín persigue un rumbo paralelo. Su asertividad en los mares del Este y del Sur de China lo enfrentan a diversos vecinos. En el primer caso a Japón. En el segundo, su postura en el Mar del Sur de China, al cual llama su “suelo nacional azul” y del cual reclama el 80% de su extensión, antagoniza a varios países del Sudeste Asiático y lo coloca a contracorriente de la legalidad internacional. A la vez, construye una armada capaz de operar en mares lejanos. Ello por razones de prestigio y con miras a proteger sus rutas marítimas en el Océano Índico. Para dar sustento a este proyecto adelanta la construcción de bases navales en diversos puntos de dicho Océano, situándolo en curso de colisión directa con India. 

Esta geopolítica expansiva, a no dudarlo, atenta seriamente contra las bases de sustentación de su proyecto del Cinturón y el Camino. Más aún, la misma está propiciando la conformación de una poderosa coalición en su contra que incluiría a imprescindibles interlocutores comerciales como Estados Unidos, Japón, India y Australia. Al mismo tiempo, la subyugación de la comunidad de religión musulmana en la provincia de Xianjing, le enajena la buena voluntad del mundo musulmán. Su nacionalismo, en pocas palabras, amenaza con echar por tierra a la bendición de los cielos. 

Lo inmensamente curioso del caso es que bajo la óptica china globalización y nacionalismo no se presentan como fuerzas antitéticas, sino como manifestaciones interdependientes de una misma política estatal. Una política iniciada en tiempos de Deng Xiaoping y que éste bautizó bajo el aforismo de “agarrar con las dos manos”. En palabras de Christopher Hughes: “El mensaje central es que la ‘apertura’ económica se justifica no solo en términos de elevar el nivel de vida de sus habitantes, sino porque permitirá que se materialicen los ideales nacionalistas… Dentro de este escenario el arte de la política consiste en obtener el debido balance entre globalización y nacionalismo” (“Globalisation and nationalism: squaring the circle”, LSE Research Online, March 2009). 

El párrafo de Hughes, que sintetiza la razón de ser de dicha política, podría tener dos lecturas. Una más benigna, la otra más preocupante. En función de la primera se entiende que para una cultura como la china, acostumbrada a la complementariedad de los contrarios (esencia del ying y el yang), lo anterior tendría sentido. El éxito se mediría en el adecuado balance entre objetivos disímiles, lo cual por extensión garantizaría un nacionalismo bajo control. Una segunda lectura, sin embargo, podría dar a entender que la apertura económica resulta subsidiaria a la realización de los ideales nacionalistas. De ser así, China se constituiría en un factor de desestabilización geopolítica mayúsculo. Ojalá estemos ante un problema de particularismo cultural en el manejo de las dicotomías y no ante un proceso de revanchismo y afirmación nacionalistas. 

alfredotorohardy@hotmail.com
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