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La confrontación no es el cambio

Esa retórica del combate preña de ánimo y entusiasmo a seguidores y simpatizantes, en especial si guardan antipatía por el contrario. Es un combustible para la lucha

  • CLAUDIO FERMÍN

16/04/2019 05:00 am

La confrontación lo es todo hoy en nuestro país. Es lo que hemos tenido desde hace veinte años. Ha sido un ícono de deslinde total con la otra parte y un testimonio de valentía. Cualquier cosa distinta es ambigüedad. No hay espacio para quienes son presentados, para desdibujarlos, como tibios o temerosos, esos que no obedecen la línea o clave mayor, que no se lanzan de lleno por el camino de maltrato, calumnias y destrucción del adversario señalado por la superioridad o por el centro de comando.

Así ha sido vendida y así ha funcionado en manos de sus ideólogos y promotores, quienes no perdieron el tiempo ni los millones de millones invertidos en esa aventura. Lograron convertir la confrontación en un valor. Es lo políticamente correcto en Venezuela.

La confrontación hace visible al político. Lo hace popular porque es el alimento de la crónica del bueno contra el malo. Y como es contra el malo, te hace héroe. Es el camino al éxito en una sociedad que los calculadores han construido alrededor de la polarización.

Esa retórica del combate preña de ánimo y entusiasmo a seguidores y simpatizantes, en especial si guardan antipatía por el contrario. Es un combustible para la lucha. Por eso se mantiene siempre el tanque lleno. Se reparte en grandes dosis. Se inyecta a diario. Esa convocatoria, con una narrativa épica, ha sido vital para las élites polarizadas en su afán de hacerse de una parte del mercado de opinión pública, de la otra parte, de la mitad. No hay manera de perder en esa estrategia. Siempre te quedará buena parte de la torta.

No es un asunto táctico. La confrontación es para siempre. Es a perpetuidad. Es una manera de vivir de la política y del odio sembrado a los demás. La división abismal de la sociedad funciona para ellos. No importa que sirva de poco, casi nada a la sociedad, a ellos los proyecta y los mantiene en la cresta de la ola.

Es la religión de los elementales. Maniqueísmo lo llamaron. Lo que en estos tiempos las pomposas salas situacionales de la polarización venezolana convirtieron en fanatismo. Nuevas sectas que hacen de las suyas lanzando al país por el abismo del conflicto sin final, o peor, con uno ideal para los cerebros de estas tesis: el exterminio del otro.

¿Puede llamarse a esa ceguera valentía? ¿Podremos avanzar así? La convocatoria a la mutua agresión y el reclamo de la extinción del contrario tienen exhausto al país. Esa receta de la asepsia total no ha dado resultado: la oposición sigue allí y el chavismo también. Y el producto de esos combates tenidos por heroicos en los comandos de campaña están a la vista: un país en ruinas.

La cooperación entre los venezolanos, la integración de criterios y la unión de voluntades no está en sus planes. La ruta que se han trazado es la segregación política. Nada con el otro. Nada. Ni de lejos. Es así como en sectores del chavismo se cree que Venezuela estaría mejor si no existieran opositores y en numerosos grupos de oposición tienen por convicción que el país ideal es uno en el que no existan chavistas. No me refiero a opiniones secundarias, son las que prevalecen en los mandos de la polarización.

¿Puede confiarse la recuperación de Venezuela a esos criterios? ¿Es eso lo que queremos los venezolanos? ¿Es así que queremos vivir? Los últimos días de esta refriega han puesto sobre el tapete algunas consignas que revelan a lo que están dispuestos a llegar. Unos gritan “¡paredón! ¡paredón!” y se ven recompensados con inhabilitaciones aquí y allá, con aumento de la represión y con más presos políticos, sin entender que además de bajas y horrendas violaciones todo ello engrosa el expediente que los disminuye y les ha restado gobernabilidad hasta llegar a estar en el gobierno para nada.

Otros advierten retrecheramente que “todas las opciones están sobre la mesa”, rogando de rodillas que ejércitos extranjeros vengan a matar en masa a venezolanos. ¿O hacen otra cosa los ejércitos cuando invaden territorios extranjeros? No hay testimonio de que grupo político alguno haya hecho jamás una solicitud tan indigna para con la soberanía nacional. Como si fuera insuficiente, reclaman airadamente a potencias extranjeras más sanciones económicas, es decir, que quiebren a los pescadores, transportistas, productores e industriales sobrevivientes de la debacle nacional. A los pocos que quedan.

Y en medio de ese frenesí la polarización sigue su curso estimulada por primeras páginas, titulares, marchas y manifestaciones, cadenas de televisión y radio, y por la euforia y mística propia del comportamiento agresivo.

Nada de eso conviene a Venezuela. Pero son hoy los modos políticamente correctos.

Eso debe cambiar.

¡Necesitamos de un cambio urgente! Urgimos de un giro patriótico. Hay que trabajar, con urgencia y sin titubear, un gran acuerdo nacional para salvar a Venezuela. Lo otro, seguir en la inútil y dañina confrontación, es más de lo mismo.

claudioefm@gmail.com
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