¿El retorno de Boves?
La democracia debe levantarse sobre los valores del respeto a la persona humana, el ejercicio efectivo de los derechos civiles y políticos, la tolerancia y a la paz...
En la historia de Venezuela, Boves es el símbolo de la violencia desmedida, la persecución y el odio. El terrible asturiano encabezó una rebelión popular contra quienes habían declarado la independencia de Venezuela del dominio español, exacerbando el conflicto de clases y castas sobre cuyas bases se había levantado la sociedad colonial. Denunciado en Calabozo de conspirar con los realistas, fue condenado a muerte y llevado a Maracay buscando que Miranda le conmutara la pena si se incorporaba al Ejército Patriota. Sin embargo, el español Antoñanzas es quien lo libera de su cautiverio al ocupar la ciudad, poniendo su temeridad al servicio del Rey.
Al principio, Boves fue republicano, pero su cambio de posición no es el problema. Es el sentimiento de revancha contra los blancos criollos y contra los patriotas lo que le dio un lugar en la historia. Su ferocidad con el vencido fue el medio de lograrlo. Engendrado por el odio, vivió y murió con ese sentimiento contra sus enemigos. Su norte, era acabar físicamente con los criollos, por encima de todo. La pregunta que ha quedado pendiente de respuesta es la siguiente: ¿Fue Boves el causante de la guerra a muerte? ¿O su portavoz?
No pasa desapercibido
En la Guerra Federal, entre liberales y conservadores, ¿quién fue el Boves que promovió el odio contra el godo y se propuso exterminarlo físicamente? ¿Martín Espinosa, Zoilo Medrano, Jesús González, alias “el agachao”? Por eso, su invocación en estos días de catástrofe por quienes convocados desde Miraflores afirman estar redactando una nueva Constitución, cuyos contenidos –por cierto– no son del conocimiento público, no puede pasar desapercibido.
Para ser algo más que un sistema político donde el pueblo elige a sus gobernantes y pueda transformarse en una forma de vida, la democracia debe levantarse sobre los valores del respeto a la persona humana, el ejercicio efectivo de los derechos civiles y políticos, la tolerancia y a la paz. ¿Cómo puede calificarse ese llamado a tribunales populares y al paredón, hecho desde el mismo Palacio Legislativo, si no es como una burla al Estado de Derecho? ¿Cómo puede un diputado invocar el exterminio del otro?
Este tipo de conducta, primaria por donde se le mire, debe ser condenada por todos y exige averiguación por los mismos órganos del Poder Público, ya que nuestra vigente Constitución Bolivariana señala taxativamente en su Artículo 19 que el Estado garantizará a toda persona el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos. ¿Han leído los diputados constituyentes ese artículo? ¿Saben lo que significa y lo que obliga? ¿Conocen las consecuencias de su violación?
Cuando Boves actuó, lo hizo en el escenario de una guerra que nació del desconocimiento que la España monárquica hizo de nuestra declaratoria de independencia. Fuimos condenados, sin fórmula de juicio, como rebeldes a la Corona, aunque el 19 de Abril de 1810 se había constituido una Junta defensora de los derechos dinásticos del monarca Fernando VII, prisionero de Napoleón Bonaparte en Bayona. Frente a esa acción, la España de la Regencia, primero, y la España restaurada de Fernando VII, después, no tuvo con Venezuela más que una conducta: declarados rebeldes fuimos condenados al exterminio. En una sociedad fracturada socialmente, el conflicto político entre realistas y patriotas tomó el cauce de una Guerra a Muerte, que llevó a los patriotas a movilizar en julio de 1814 a cerca de 20 mil personas para salvarlas del genocidio a las que estaban amenazados por la marcha sobre Caracas que había emprendido Boves. Estamos recordando la llamada Emigración de Oriente que dejó desolada la capital y una gran cantidad de personas muertas en el camino a Cumaná.
“Paz en La Rotunda”
Esta forma de hacer la guerra, sin cuartel e involucrando a la población civil, fue formalizada por el propio Bolívar en su decreto del 15 de junio de 1813, en la ciudad de Trujillo. Hay que conocer aquella historia, leer el decreto de Bolívar y, al final, reflexionar sobre los Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra, firmados por Bolívar y Morillo en Santa Ana de Trujillo el 27 de noviembre de 1820. Fueron ocho años de confrontación que sólo Rufino Blanco Fombona se atrevió a estudiar como fenómeno cultural, para entender cómo después de un siglo de revoluciones armadas, los venezolanos llegamos a vivir 27 años de “paz de La Rotunda” con Juan Vicente Gómez.
Es lamentable que estas alturas del siglo XXI nos encontremos con este tipo de proclamas de parte de quienes han gobernado un país que exige respuestas y reclama responsabilidades frente al colapso que vivimos. ¿Puede la estridencia de invocar el paredón para el oponente político ocultar esa realidad?
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@reinaldorojashistoriador
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