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La malaventura actual

Es de urgencia establecer cauces con una oposición cada vez más compacta. Si eso no se considera, la nación irá cada vez más camino de un desengaño cuyo final sería la anarquía...

  • RAFAEL DEL NARANCO

23/03/2019 05:00 am

Mirando el país que nos ha quedado en estos largos meses de desventuras, y viendo maltrecha la política que impera en el gobierno, es de suma urgencia establecer cauces con una oposición cada vez más compacta. 

Si eso no se considera, la nación irá cada vez más camino de un desengaño cuyo final más previsible sería la anarquía. Es necesario a tal causa echar una conversa con argumentos definitivos. 

Venezuela, el pueblo que llevamos en nosotros a resguardo de una remembranza imborrable, parece decirnos estos días en las costas levantinas del Mediterráneo donde asumimos nuestro exilio, que si uno ha vivido una existencia larga siendo mimado entre la brisa espaciosa y azulina del mar Caribe prodigioso, el continente europeo será un destino apetecible, ultramoderno, civilizado y socialmente correcto, y aún así nos falta el perenne saludo de “¡hola hermano!” fundido a la espontaneidad, a esa manera franca de usar el compadreo y sacar la conversa con cualquiera y en cualquier parte como si uno y el otro nos conociéramos desde un tiempo inmemorial. 

Los actuales acontecimientos sobrellevados dolorosamente, son consecuencia ineludible de un gobierno populachero, ya no popular, cuyos componentes, comenzando en la cúspide del poder, no han sabido manejar con sapiencia, ponderación y menos demagogia partidista, el bastimento del Estado. 

En la mitad del medio de esa deba-cle inconmensurable, una corrupción como jamás se ha podido ver en estas heredades –en un tiempo de gracia– desde el mismo día en que comenzó su singladura como una nación soberana. 

No le coloquemos toneladas de vaselina ni remedios oscurantistas de la magia caribeña: el país actual padece graves necesidades como pocas veces en su historia ha soportado. Varados en lo más recóndito de la desorganización, se hallan los servicios públicos, piedra básica de toda nación desarrollada. 

Hay profunda escasez de medicamentos e insumos en los hospitales. Docenas de enfermos pierden la vida por males que ya se creía erradicados. La escolaridad ha caído al nivel más bajo que se recuerda. Faltan, un día sí y otro igualmente, el servicio eléctrico y el agua. La inseguridad personal campea por libre y a sus anchas. La violencia y el caos con saqueos en la mayoría de las ciudades, han desvalijado las últimas dos semanas, bajo la batuta de bandas canallescas organizadas, supermercados, farmacias, centros comerciales, abastos, talleres, panaderías, hoteles y viviendas. Mientras, ese aquelarre patibulario parece no contenerse. 

La inmundicia campa a sus anchas en urbes y pueblos. Los medios de comunicación, en su mayoría cercenados, hacen equilibrios que más parecen un ejercicio de supervivencia permanente. Los periodistas son hostigados o detenidos. El vivir diario de la ciudadanía es una lucha de subsistencia. 

A esta hecatombe se unen los miles de exiliados saliendo hacia las fronteras a espuertas, mientras la dilapidación de los dineros públicos es el emblema más visible de un gobierno fallido. Se han gastado o malgastado miles de millones de bolívares –digamos dólares– y la indigencia sigue campando a sus anchas. Lo que sí hay a manadas son tanques, aviones, fusiles y pertrechos militares comprados a manos llenas. 

Y la pregunta de las mil y una locha: conversar, echar un párrafo largo y profundo, ¿es aún posible? En buena lógica lo sería. Maduro ha llegado a su desenlace a razón de sus deslices que, además, niega reconocer. Si fuera un despejado político tal vez le sonaría la expresión de Benjamín Disraeli que, si mal no recuerdo, hallé en la biografía que del primer ministro de Gran Bretaña hizo André Maurois: 

“La diferencia entre un estadista y un político es que, mientras el primero medita sobre las futuras generaciones, al segundo solo le interesa el próximo acto electoral”

Y para matizar, la frase de La Bruyére que el ocupante del “Patio del pez que escupe agua” podría tener a mano: “He aquí un motivo de error en la política: no pensar más que en sí y en el presente”. 

Dialogar, usar el hilo de la conversa es lo que hoy se necesita con suma urgencia, y para ello las Fuerzas Armadas deberían mantenerse en los cuarteles, lugar que la Constitución les asigna, ya que esta nación de todos, es de todos. 

Es algo sabido: Unos seiscientos años antes de la era cristiana, un grupo de griegos reunidos en el ágora asumieron tras largas monsergas, la indivisa costumbre de echar una parrafada. Los primeros días titubearon, convencieron, disintieron, cambiaron de opinión, descansaron. Tal vez los ayudaron sus nacientes odiseas mitológicas que eran un conjunto de quimeras imprecisas con variados orígenes. Esas presunciones quizás fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy dialogar y que los científicos denominan metafísica. 

Sea una cosa u otra: conversar es la única salida en la Venezuela agrietada de ahora mismo. 

rnaranco@hotmail.com
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