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Stendhal y el amor

Epidermis fina junto a talento frío. Su existencia oscilaba entre la sensualidad y la inteligencia, que era la definición de Goethe del placer

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

18/03/2019 05:00 am

Su arte era el disimulo, su ideal era que nadie conociera los componentes de su genialidad. Para conocer la verdad, necesitó conocer la técnica de la mentira. Sensible para el amor como un italiano, pero a la vez frío en sus cálculos como un alemán, este coloso de la literatura francesa nació en Grenoble durante el año 1783. Su verdadero nombre era Henry-Marie Beyle, pero firmó sus mejores obras como Stendhal, un seudónimo tomado de una pequeña ciudad alemana ubicada a unos 120 kilómetros al oeste de Berlín, en las riberas del río Elba. Beyle había estado en esa “cuna de Prusia” como intendente del ejército napoleónico y en honor de un hijo ilustre de ella a quien admiraba, el gran teórico del movimiento neoclásico Johann Winckelmann, tomó su apodo agregándole una letra “h” para despistar. Con ese afán del secretismo y hacerse “el misterioso e interesante”, monsieur Beyle mandó a poner en su lápida del cementerio de Montmartre en París el nombre de “Arrigo Beyle. Milanese”, para pasar como un romántico disfrazado hasta después de su muerte. 

Sus obras más conocidas son “Rojo y Negro” y “La Cartuja de Parma”, contienen una carga psicológica enorme y reflejan mucho de la personalidad del autor. Tímido con las mujeres quienes sin embargo lo enloquecían, porque tenía un “gran carácter e inagotable imaginación”, según André Maurois quien clasificó a la Cartuja de Parma como “el libro más delicioso que existe”. “Al leerlo cada cual revive sus propias historias de amor”. Stendhal pudo plasmar en sus obras un gran conocimiento sobre los mecanismos de las pasiones amorosas con teorías muy precisas. “El amor ha sido para mí el más importante de los asuntos, estoy por decir el único” llegó a afirmar. Es que el enamorado “stendhaliano” olvida su ego y vanidad, para concentrar en la persona escogida un amor que no admite ser compartido con ninguna otra pasión. Es como entrar en un estado de fiebre devoradora que conduce a la “cristalización” del amor. De esa célebre teoría de la cristalización han salido innumerables novelas psicológicas. Pero cuidado, la excepcionalidad de Stendhal es que supo mezclar la más romántica de las pasiones con el más inteligente de los cinismos. 

La biografía de Stendhal escrita por Stefan Zewig es un regalo para los sentidos y ayuda a comprender este personaje único del romanticismo. Ver engañados a los otros fue siempre para él un placer, anota Zweig, pero ser sincero para sí mismo fue su pasión más honrada y permanente. Entre sus métodos amorosos está el fingir entusiasmo cuando se está frío y sereno, y frialdad cuando se está ardiendo; siempre procurar demostrar que uno es diferente a los demás, y no temer al fracaso. Pero monsieur Beyle nunca amó mejor que cuando fue rechazado, pues siempre amó lo imposible. Entusiasta de la música sin ser músico, de la escritura sin considerarse nunca un escritor, estuvo sirviendo en el ejército napoleónico sin jamás pertenecer a esa casta, quería para sí la vida de un intelectual romántico o de un romántico intelectual en una misma persona. Epidermis fina junto a talento frío. Su existencia oscilaba entre la sensualidad y la inteligencia, que era la definición de Goethe del placer. 

Al regresar de Florencia escribió: “Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. Por eso fue bautizado como “Síndrome de Stendhal” la intoxicación producida por el arte. Él mismo se definió como un “egotista”, porque nunca quiso nada de los demás sino de sí mismo para crear. Nunca le importó el público, la crítica ni la posteridad, solo escribió para sí y por el placer que le producía. Fue otro gran incomprendido por su época. 

alvaromont@gmail.com
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