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Cuba: inmovilismo y desaliento

Hay pueblos que nacen magullados tras la batahola de una pretendida revolución social, y terminan rehenes de un sistema personalista bajo la égida de una ideología zafia. El ejemplo a la mano: Cuba.

  • RAFAEL DEL NARANCO

23/02/2019 05:00 am

Hay pueblos que nacen magullados tras la batahola de una pretendida revolución social, y terminan rehenes de un sistema personalista bajo la égida de una ideología zafia. El ejemplo a la mano: Cuba. 

Ante los 60 años de una revolución que iba a ser la más libre y humanizada del continente y que comenzó a desplomarse a partir del primer día entre las bambalinas del poder; la idea única, el hambre único y los anhelos primerizos, siguen hendidos hasta el tuétano, mientras los sueños se han convertido en una bolsa de plástico en busca del pan de cada día. 

La fantasía de una nueva legislación electoral –los cubanos acudirán el domingo 24 a las urnas– que establecerá el voto directo de los ciudadanos, quedó devorada en un artículo, el 104, el cual marca el criterio de la Asamblea Nacional del Poder Popular –timbales del totalitarismo ideológico– de “elegir al Presidente de la República” entre sus diputados. 

Se indica que esos representantes son electos por los ciudadanos, no obstante, y es bien sabido, aquellos serán siempre los marcados anteriormente por el pulgar de la mano que todo lo decide. 

Algunos analistas políticos españoles han venido estos días comparando la situación actual de Venezuela con el tiempo comenzado por Fidel Castro hace 60 años y que ha conmovido desde entonces los cimientos de América Latina, e influyó, en cierta manera, sobre buena parte del globo terráqueo y, aún magullada, sigue en pie convertida en un erial. 

Se han escrito docenas de libros sobre esa revolución a partir de todas las perspectivas ideológicas, y si uno tuviera que volver a releer uno de aquellos textos, se quedaría con el de Plinio Apuleyo Mendoza. 

El trabajo del colombiano –“Gabo, cartas y recuerdos”-, es lo más verdadero y directo, al haber estado el autor, periodista entonces, sobre la realidad de la isla antillana a partir del mismo instante en que Fidel y sus barbudos entraron triunfales en La Habana con la llamada “caravana de la libertad”, el 8 de enero de 1959 tras ser derrocado el presidente Fulgencio Batista. 

Dentro de las líneas de la presente columna nos apoyamos sobre ese compendio de exquisitas crónicas, ya que el escritor paisa nos presenta al desnudo las causas y razones –indudablemente muchas, variadas y trágicas– del fracaso de tan exaltada revuelta que comenzó a mostrar su verídico autoritarismo en las peripecias despóticas de los primeros días de la fundación de la Agencia Prensa Latina, la cual, en poco tiempo, tuvo oficinas en cada país del hemisferio regional con gran influencia del régimen castrista. 

No cabe duda que a partir de aquellas primeras directrices marxistas palpadas por el autor de “El sabor de la guayaba”, él supo, mejor que nadie, y al haber estado en primera línea del suceso, hacia donde iba sin retorcerse la revolución comunista. Leer ese documento ofrece más comprensión de la Cuba actual que todas las investigaciones sociopolíticas que se han venido sucediendo. 

Hace la friolera de medio siglo, cuando un utópico encabritado Fidel Castro entró en La Habana, ciudad de las amplias avenidas, palacios renacentistas del “Art Nouveau” europeo y una selva de columnas “en la que todos los estilos aparecen representados, conjugados o mestizados hasta el infinito”, en palabras de Alejo Carpentier, la metrópoli habanera se cristalizó en una litografía alicaída y anticuada, reflejo de la más lúgubre expresión de la falsa verdad y su libertad. 

Todo lo que ha sido la Revolución en estas 6 décadas, se refleja al claroscuro en una urbe habanera arquitectónicamente convertida en momia bajo la mirada quejumbrosa del Faro erguido en el Morro. Su gente día a día canturrea, gimotea, susurra y sigue las predicciones jamás cumplidas de sus babalaos a las puertas de las desvencijadas viviendas, con el mismo garbo e impavidez que sale a buscar algo de comer por esas calles del buen dios marxista, que agarrota el anhelo hasta el cansancio al ritmo fachoso de “Patria, socialismo o muerte”. 

Esa fantasmagórica tragedia llamada Cuba lleva años hundiéndose en el “mar de la felicidad”, mientras la marchita una brisa cruzando sobre el malecón resquebrajado de La Habana en que las gaviotas, que si pueden cruzar el cielo limpio, son el sueño más anhelado de los jóvenes que añoran ser como ellas: libres sobre cualquier viento. 

La isla no es un padecimiento continuo, es la pena misma convertida en malaventura, pan rancio y el ron con sabor agridulce. 

El héroe patrio, Antonio Maceo, dejó dicho: “La libertad no se pide, se conquista a golpe de machete”. En la actualidad ese valor en Cuba está hecho añicos. Solamente existe un eco agrietado y siniestro: “Patria… o muerte”. 

Ahora mismo –y no es la primera vez que lo expreso– ningún cubano cuenta con los derechos que cualquier turista goza mientras se tuesta en las playas de Varadero. 

rnaranco@hotmail.com
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