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Borronear cuartillas

Dice Paul Johson -el escritor católico inglés... que las perspectivas de Dios al principio del siglo XXI son excelentes; es más, podría terminar siendo su siglo. Y posiblemente esté en lo cierto.

  • RAFAEL DEL NARANCO

16/02/2019 05:00 am

Solamente quien se enfrenta a una cuartilla ansiando rellenarla sabrá lo duro que es apostarse a escribir. Hacerlo de forma profesional es ir despellejando la piel o mudándola. Un día cualquiera dejaremos de atiborrar papeles, nos haremos vivencias disipadas y esperaremos, a la medida de la barcaza varada de Alejandro Casona o el malecón solitario de Antonio Machado, el exilio definitivo recubierto de brumales. 

Garrapatear palabras ha sido siempre un anatema, y aún con tanto desvalido a cuestas, nunca como en los tiempos actuales, cuando uno creía que la civilización había llegado al cenit de su apogeo y los valores intrínsecos de la raza humana florecerían al socaire de la libertad individual. 

Es sabido que ruiseñores mueren a cuenta de su propio canto, y el escribidor ante el absoluto de turno. Entre el ave y nuestro ser construido de mensajes y arrebatos, hay un afluente de afonías y de mustias ramas. Es el tintineo del espíritu que gime en la oscuridad del tiempo que nos cubre. 

Y es tanto así, que hoy no estoy ganado para escribir de la marabunta nacional, esa que tanto nos golpea, nos deja secos y hace que nos duela hasta respirar. 

Hablaré de esas estrellas en las que siempre sueño y he de fundirme con ellas. 

Hace unos meses falleció el científico teórico Stephen Hawking -genio sin parangón o a la altura de Isaac Newton- habiéndonos dicho que el Universo nació sin ayuda de Dios. Y aseveró: “Deberíamos dejar de creer en un ser invisible y omnipotente cuya existencia no tiene ninguna base científica”. 

Ahora, en el presente, atiborrado de incertidumbres y aprensiones, conocidas las ondas gravitacionales y tras años de haber doblegado los átomos y subirlos a la carreta de la muerte convertida en la portadora de la energía nuclear, se nos anuncia con timbales agnósticos, que la base del “alma” humana o nuestra conciencia del yo es el producto de una reacción bioquímica del cerebro. 

Si fuera segura la presunción de que el “espíritu” es una estricta reacción química, y aceptáramos que la promesa de una vida eterna ha sido una artimaña de las religiones, su encaje efervescente nos llevará a un yermo espeluznante, y la raza humana no estaría sola, sino desamparada, desasistida de una onda consoladora. Y es que a partir de ahí, el “homo erectus”, convertido en el “homo sapiens”, comenzará a enfrentarse al instante perentorio de su inflexión moral o a las membranas que ayudan ante los miedos y fracaso. No existiría la ilusión levantada en la raya del horizonte de la vida. ¿Pavoroso? Más que eso: el vacío. 

En el pensamiento Pentecostés del medioevo, el alma era, en claro concepto de la verdad, la tradición venida de la misma filosofía grecorromana. Ahora hay dudas, y se habla de que en nuestra mente, esa percepción es una simple internación de células nerviosas, proyectadas en la parte posterior del córtex cerebral. 

Ignoro si el Señor de los Diez Mandamientos se abre en los albores del presente siglo con más vehemencia sobre el alma de los creyentes, pero existe –de eso no hay titubeo– una predisposición abierta hacia la fe, ya sea ésta partiendo de la Biblia, el Talmud o el Corán. Las tres creencias monoteístas nacidas de un mismo tronco llamado Moisés. 

Dice Paul Johson –el escritor católico inglés con el que comparto muchas actitudes entre ellas redactar columnas, el poco apego a los deportes, la negación de buena parte de la pintura de Picasso, los conciertos de pop, así como no haber podido jamás terminar de leer “En busca del tiempo perdido” ni el “Ulises” de Joyce– que las perspectivas de Dios al principio del siglo XXI son excelentes; es más, podría terminar siendo su siglo. Y posiblemente esté en lo cierto. 

Durante buena parte del XIX y casi todo el XX adorábamos el progreso. “Era –cuenta el autor de “Tiempos modernos”– real, visible, rápido y benéfico. Pero se detuvo bruscamente en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. La razón humana entendió que el progreso le había decepcionado. Se volcó a la ideología: comunismo, fascismo, freudismo y sistemas de creencias aún más oscuros. El siglo veinte fue la era de la Ideología, tal como el diecinueve lo fue del Progreso. Pero ella igualmente defraudó a sus simpatizantes”. 

En el fondo a los humanos no les agrada ser ateos: a lo sumo, agnósticos. Por eso la profecía que se está haciendo palpable en estos momentos: Es posible que Dios, que debió luchar para sobrevivir en el siglo pasado, llene un vacío en el actual, y así se bautice en el heredero residual de esos titanes muertos, el Progreso y la Ideología”. 

Moshéh ben Maimón, más conocido como Maimónides, judío nacido en la Córdoba andaluza musulmana, exponía: “Solo nos es dado discutir lo que Dios no es”. 

 A tal razón recordamos: El mundo material ha tenido un Curvier, la atmósfera de Newton. ¿Dónde están los Curvier y los Newton del alma?

rnaranco@hotmail.com
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