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Verdad y mentira

Vida y arte se contraponen, pero al mismo tiempo se complementan, de allí la importancia de sus lenguajes y de su correcta decodificación, traducida en expresión, en sentimiento...

  • RICARDO GIL OTAIZA

14/02/2019 05:00 am

Las emociones nacen según la ciencia en un punto muy específico del cerebro, empero sin su “traducción” veraz en lenguaje verbal, así como en el corporal, las mismas quedarán encerradas en la conciencia sin que puedan ser transmitidas a los otros, perdiéndose de esta manera su impronta. La espiritualidad, de la que hacen uso todos los humanos independientemente de las religiones y de los niveles culturales, se manifiesta en oraciones, en palabras y en discurso, pero también en meditación, en éxtasis, en silencio profundo y en corporeidad (rodillas en tierra, mirada perdida en un infinito, ojos cerrados al mundo, manos conjuntadas en señal del encuentro con lo divino, etc.). 

La expresión profunda del denominado círculo categórico (que introduce en la estética nociones contrapuestas como feo y bonito, grotesco y sublime, etc.), sería imposible sin la confluencia mente, cuerpo y espíritu. Sin embargo, el cuerpo juega un papel decisivo a la hora de poner de manifiesto cada emoción, cada sentimiento, cada sensación, independientemente de si se vive como experiencia personal, o de si la manifestación corpórea es la resultante de la verdad en la mentira que implican las artes escénicas o la actuación (así como también la buena literatura). Si como lo afirma Vargas Llosa en La verdad de las mentiras (2003): “La soberanía de una novela no resulta solo del lenguaje en que está escrita.”, se podría argumentar acá, que se requieren más (otros) elementos para transmitir sus emociones y sus historias, y muchas veces se necesita sobre todo la representación de sus argumentos para hallar en aquellas páginas su verdadero sentido ontológico y práctico. 

En tiempos pasados la lectura era en voz alta (la lectura en voz baja es un invento de los tiempos recientes), y dicha lectura iba a menudo acompañada de la gesticulación de parte de quien leía, que le imprimía al texto primigenio mayor fuerza dramática. Se requiere muchas veces del lenguaje corporal, que permita patentizar lo que quiso mostrar el autor, y solo así se hallará la “esencia” de lo contado. Otros, tal vez una privilegiada minoría, prefieren la lectura del texto original y no su representación (versificación teatral o por la vía de su equivalente fílmico), ya que para ellos la representación actoral del texto literario los priva de los elementos que les permitan azuzar la imaginación y la inventiva personal. 

La dialógica que se establece entre lo representado (aquí entra por definición el círculo categórico) y el lenguaje corporal, es a todas luces materia fundamental a la hora de redefinir la importancia del mismo como elemento inherente a la noción universal de la estética. Pease (en su libro: El lenguaje del cuerpo, 2006), frente a la interrogante común de si es posible fingir en el lenguaje del cuerpo, expresa que no, “porque la falta de congruencia se manifestaría entre los gestos principales, las microseñales del cuerpo y el lenguaje hablado”. 

Este binomio, comprendido en su más amplia gnoseología desde antiguo, enriquece al ser humano y lo hominiza, lo acerca al ideal planteado desde siempre: el gran teatro de la vida, inmortalizado por Shakespeare, entre muchos otros grandes autores, para recordar que corporeidad y arte son inmanentes en su esencia: se unen, se separan, se repelen, pero también se necesitan en toda su experiencia humana y divina. Verdad y mentira, vida y arte se contraponen, pero al mismo tiempo se complementan, de allí la importancia de sus lenguajes y de su correcta decodificación, traducida en expresión, en sentimiento, en fina representación de lo que sublima, y a la vez ata a la propia finitud. 

@GilOtaiza 

rigilo99@hotmail.com
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