Los alertas de Luis Miquilena
Acaso quien mejor percibió en que se iba a convertir la Venezuela de hoy, ha sido Luis Miquilena, el político que volvía a renacer con el golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez el 4/2/1992
Acaso quien mejor percibió en qué se iba a convertir la Venezuela de hoy, ha sido Luis Miquilena, el político que volvía a renacer con el golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez el 4 de febrero de 1992.
El contacto con el líder bolivariano comenzó durante los dos años que estuvo el comandante en la cárcel de Yare. Luis, que se había retirado del partido de Jóvito Villalba (URD), y dejó atrás su trayectoria política, se exiló en Barinas, hizo proyectos agropecuarios y mantuvo una amistad con la familia Chávez.
Habiendo sido un poderoso ministro de Relaciones Interiores, Presidente de la Constituyente, de la Asamblea Nacional y de la Comisión Legislativa, fue uno de los primeros en darse cuenta de la deriva que estaba tomando el Movimiento V República hacia un imponderable poder de su líder fundador.
Mantuve con él un estrecho apego. En aquel pequeño apartamento de la Plaza Altamira en el que vivía con su esposa Yajaira Castillo, he sido testigo silente de sus desacuerdos con Chávez y de la deriva que él veía -totalitaria y personalista- del Presidente. Creo haber sido una de las pocas personas en saber su marcha del Gobierno. La forma en qué sucedió, los primeros pasos que se dieron, la reunión con José Vicente Rangel informándole de su ruptura y el camino seguido después, es todo él un acaecimiento para un turbador relato.
Ahora es el momento -en medio del tornado político que nos envuelve-, de valorar la penetrante visión de Miquilena, la misma que contempló con pasmosa realidad el rumbo fatídico que tomaba la figura de Chávez presidente, envuelto con la aureola de un nuevo Bolívar y al que nadie se atrevía a contradecir. El poder lo encarnaba él y así lo sentía.
Más que seguidores, el “Comandante Eterno” tuvo un pueblo genuflexo que le seguía, con razón y sin ella, a los sones de “La flauta de Hamelín”, el relato fantasioso de los hermanos Grimm.
Solamente Luis Miquilena le habló sin miramientos. Había visto que la corrupción galopaba a la manera de una enorme y comprimida banda de estorninos cubriendo el cielo. Le sugerí que no se fuera. “Espera un poco. Solo a ti te escucha sin contradecirte”. Aguantó un tiempo prudencial hasta que fue tajante ante los acontecimientos que presenciaba. “Hasta aquí llego”, dijo. Y lo cumplió. Se alejó de Chávez cuando era el segundo hombre más poderoso de Venezuela. Ese gesto fue poco o nada valorado. La mayoría del país estaba embelesada con el Comandante en Jefe victorioso. Más que respetado era idolatrado. Se había convertido en un ícono hierático.
Conviene recordar, ante la realidad de una crisis de proporciones titánicas, que Venezuela se halla hoy partida en dos mitades y eso solamente lo puede amainar la conversa o echar la hebra en el argot popular. Dialogar, presentar renuncias en lo más alto del poder y aunar cauces hacia unas elecciones generales que pasan por reformar plenamente el actual Consejo Electoral.
Ya lo había señalado Miquilena: “Todos los países de América Latina tienen el reto de la supervivencia de sus instituciones, siendo ese el gran drama que está padeciendo Venezuela”.
Aseguraba que en el proceso chavista “los venezolanos sufragaron por un país libre, decente, sin ladrones, y nos hemos encontrado con la arbitrariedad y el autoritarismo”.
Siempre defendió ante Chávez y su cinturón de egos con aires arrogantes, la valía de los ciudadanos de a pie: “Nosotros somos demócratas y no tenemos armas, la única salida son las elecciones que van a decidir el destino del país, pero te recuerdo, Hugo, que el venezolano, además de su derecho al voto, tiene coraje, decisión”.
Esto significa plena libertad: Elegir según los sueños, y no arrastrados por los miedos.
Entendió, y así nos lo expresó antes de habernos convertido nosotros nuevamente en expatriados, que cuando participó en el proceso bolivariano pensó que lograría conformar un “país decente, con verdaderas instituciones, independencia de los poderes y sólido ejercicio democrático basado en el derecho de los ciudadanos a expresarse libremente”.
No fue posible, hoy nos encontramos sometidos a la intimidación.
Antes de fallecer el 24 de noviembre de 2016 a los 97 años bajo la égida de Nicolás Maduro, había señalado sobre el panorama político dándole forma de epitafio: “Los venezolanos votamos por un país libre, decente, y nos encontramos con el autoritarismo”.
“Moriré como revolucionario... No haré ninguna concesión y siempre seguiré por esa senda revolucionaria, que no es teórica, sino bien práctica”. Esas palabras se las dijo al cronista en febrero del año 2000, y hoy son un testamento político.
Alexis de Toqueville nos dice que la democracia y el socialismo sólo tienen una cosa en común: la igualdad, pero con una diferencia: la democracia busca la igualdad en la libertad y el socialismo totalitario en la privación y en la servidumbre.
rnaranco@hotmail.com
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