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“Todo es por interés”

Todas las aspiraciones son loables siempre que no hagan daño a otros, a sabiendas que existen tanto gratificaciones de carácter positivo como negativo.La dupla revanchismo-envidia deben ser rechazada

  • ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

22/01/2019 05:00 am

Existe una especie de premisa mediante la cual se espera que una persona que hace servicio a otros actúe como mártir o tenga que aparentar minusvalía de intereses. La cosa es mucho más sencilla: Si no hay el interés personalísimo, no habrá motivación alguna. Las motivaciones humanas poseen al menos seis características: 

1. Parten de una situación de carencia. El sujeto no posee lo que busca o anhela. De alguna forma, estar motivado es andar menguado. 

2. Se orientan a un futuro. Es algo que perseguimos mirando hacia adelante. 

3. Tienden a una meta concreta que, se supone, va a eliminar la carencia. Puede surgir un conflicto cuando se alcanza la carencia y no se obtiene la sensación de que ésta ya ha sido satisfecha. 

4. Arrancan desde el centro íntimo de la persona, convirtiéndose en una necesidad que es percibida como un “valor”. De allí la sensación de pérdida y desolación cuando no se alcanza la meta. 

5. Tienen el carácter de búsqueda tensa, tan tensa que en ocasiones paraliza y constituye una de esas experiencias vitales que “nos quita el sueño”. 

6. Generalmente son fuente de honda satisfacción, una vez satisfecha la necesidad, pero como señalaba el reconocido Fritz Perls: “El ser humano tiende a la búsqueda del equilibrio, pero una vez logrado, busca el desequilibrio mediante la creación de problemas inexistentes”. Algo así como “quien no tiene problemas necesita creárselos”. 

Basado en estas premisas, lo que nos motiva a hacer o pensar, parte de algo inherente a nuestros más profundos intereses, lo cual conlleva a formularnos las preguntas: ¿Nada suele ser “desinteresado” y todo debe tener un “por qué” y un “para qué”? Si buscamos con seriedad la respuesta a estas interrogantes, lo más probable es que la hallemos con relativa facilidad. 

Desde la vanidad hasta lo aparentemente impoluto, existe o se espera una “recompensa” detrás de cada acto civilizatorio. La misma puede ser económica, hasta el punto de convertirse en afán de lucro. Bienestar espiritual, que es estar bien consigo mismo y con lo que nos parezca trascendente. De carácter íntimamente religioso, liberándonos de las culpas y aspirando a la vida eterna. De placidez, que es una forma de encontrar goce desde lo individual. Paz mental, que implica abstraerse de aquello que nos circunscribe; y por supuesto, tantas gratificaciones como pudiesen existir. Todas las aspiraciones son loables siempre que no hagan daño a otros, a sabiendas que existen tanto gratificaciones de carácter positivo como negativo. La dupla revanchismo-envidia, por ejemplo, condiciona la aparición de motivaciones malsanas que deben ser rechazadas. A veces siento cierta compasión por quienes se irritan al pensar que lo desinteresado es propio de lo humano, cuando la realidad muestra lo contrario. Sencillamente mientras se obre bien en función de sí mismo sin hacer daño, creo que la recompensa es merecida. Si se obra en función de los demás, la recompensa debe ser aún mayor. Sostengo que los llamados “servidores públicos” han de obtener los mejores beneficios porque su labor permite la gratificación de las aspiraciones de otros. Actuando con honestidad un “servidor público” debe ser premiado al punto de que se sienta honrado con lo que requiera como recompensa, puesto que no existe motivación que no conlleve a una meta y dicha meta está siempre asociada a mecanismos de compensación que van de lo elevado a lo básico, dependiendo del mundo interior y los intereses de quien funge de artífice de la concreción de los objetivos formulados. 

El ideal del mártir es en realidad una mezcla de mesianismo con hipocresía social. Esperamos cosas de los otros que bajo ningún concepto estaríamos dispuestos a realizar. Es la eterna doble moral que marca lo frágil y deleznable de cierta condición humana. 

A la par de lo dicho, existe en el ser un tipo de actuación que deslumbra a quien se detiene a analizarla. Se trata de ese tipo de conducta atinente a lo que consensualmente llamamos “altruismo”, que a mi parecer genera más curiosidad que cualquiera de las otras potenciales realizaciones. Cuando se obra de manera “altruista” se trabaja nada más y nada menos que en función de la supervivencia de la especie (nuestra especie). De allí que en nuestro interior exista la ternura, capaz de quebrar nuestras más indómitas pasiones, permitiendo que el amor aparezca y seamos solidarios con aquellos que nos hacen sentir que merecen nuestros cuidados y atenciones. Ese “interés” en el beneficio de la especie tiene un carácter evolutivo que se halla estructurado en lo más profundo de nuestra hosca condición. Es consustancial a la vida y permite la supervivencia de los seres. 

El animal humano por una parte requiere de gratificaciones inseparables a satisfacer sus más elementales necesidades y a la par existe una propensión a hacer el bien para beneficiar a la especie (el “interés” por el bien común) que tal vez sea la parte más “animal” y primitiva de nuestra naturaleza.

@perezlopresti
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