Espacio publicitario

Más que unos chalecos amarillos

No pretenden tumbar el gobierno de Macron; sí cambiar sus estructuras comenzando por la creación de una “asamblea de ciudadanos”, el aumento del poder adquisitivo y bajar el precio de los combustibles

  • RAFAEL DEL NARANCO

19/01/2019 05:00 am

París es una urbe de tonos grises sobre las piedras ambarinas de sus edificios públicos, rodeados de gente dispuesta a participar en el ritual de un templo pagano, cuyo altar mayor se alza en el Campo de Marte y sus subterráneos bajo el puente del Sena. 

Aún habiendo visitado el autor de estos párrafos la Ciudad Luz en otras ocasiones, lo descrito intenta ayudar a tranquilizar el apesadumbrado tejemaneje político que padece la Venezuela de ahora mismo. Aún con motines de los “chalecos amarillos”, la metrópoli gala es aquella que marcó con devoción Ernest Hemingway en “París es una fiesta”

Semejante a cualquier turista de ton y son, no vamos a la urbe de la fosforescencia con un corpiño pajizo símbolo de las protestas sociales que desde hace semanas inundan la “République Française”. 

No pretenden tumbar el gobierno de Emmanuel Macron; sí cambiar sus estructuras comenzando por la creación de una “asamblea de ciudadanos”, el aumento del poder adquisitivo y lo más primordial: bajar el precio de los combustibles. En primer lugar la gasolina. 

En este viaje acarreamos una corta mochila azulenca y en su talego: plano, bloc de notas, bolsita “chocolatiers” y dos libros. El primero es la veterana guía de Doré Ogrizek, con prólogo de Jean Cocteau. La introducción del autor de “Los niños terribles” parece haber sido escrita a causa de un compromiso, al estar su opinión muy alejada de las páginas que retrataba las angustias del Liceo Condorcet, levantado entre la estación Saint-Lazare y el boulevard Haussmann en el histórico distrito 9º parisino. 

El otro tomo, “Sumisión”, nos acerca a un futuro –quizás próximo en Francia– ante la llega a Elíseo de un presidente islamista con todo el cataclismo político-religioso que eso representaría. El autor, Michel Houellebecq, es, según los papaúpas de la literatura gala, “la primera estrella literaria desde Sartre”. En este aspecto los francos son muy de ellos y merezcan quizás –sirva la palabra– un “sometimiento”. 

A la par, el otro espacio se halla clavado en el subsuelo donde hay ríos temerarios, avenidas, plazas, pasadizos dificultosos y calzadas pavimentadas, son las sorprendentes cloacas, obra tan colosal que solamente bajando a lo más profundo de su caverna se puede apreciar en toda su grandeza.

Representan en total 300 kilómetros aproximados de un mundo recóndito donde hay hipogeos, cementerios con enormes osarios, canteras de yeso y piedra caliza, con cuyo material se han podido construir los más emblemáticos edificios de París. 

Hasta la Edad Media, la ciudad vertía sus aguas sucias al campo o las dejaba correr por las callejuelas. Hacia 1200, Felipe Augusto hace adoquinar algunos lugares de la ciudad y prevé en su mitad una reguera de evacuación, pero fue Luis XIV quien abrió la primera alcantarilla tal como hoy se conoce, aunque hubo que esperar al año 1850 cuando el Barón Haussmann, prefecto del Sena, desarrolló la maravillosa red actual. 

Y uno va entre asombrado y adormecido –mejor dicho, tullido– al caminar entre luz y sombra como cualquier personaje cinematográfico de René Clair o Jean Renoir, aunque en esta ocasión nos vino a la memoria la película “Subway”, pues como nos lo mostró en su filme Luc Besson, descubrimos el infrecuente mundo subterráneo de las alcantarillas parisinas. 

En la anterior visita a París invitado por el propio gobierno de Francia, la Oficina del Medio Ambiente de la ciudad preparó un recorrido que llevaba contemplar la “ciudad bajo la ciudad”. Para ello hubo que descender a sus entrañas. Lo hicimos por el Pont de l´Alma, paralelo al Sena, lugar en la que encontraron la muerte la Princesa Diana y su prometido Dodi. Aún hoy hay permanentemente flores frescas para la lánguida muchachita de los ojos azules. 

El recorrido comenzó en la galería Turgot, nombre en homenaje al ingeniero que construyó bajo el reinado de Luis XIV el alcantarillado de circunvalación de la ciudad. Dentro, nos impresionó el sepulcral silencio roto por el sonido del agua que unas veces se hace ensordecedor, y otras es un murmullo lejano. 

En alguna parte del alcantarillado reflejado en la obra “Los miserables”, su autor, Víctor Hugo, hizo bajar a Jean Valjean con un Mario desvanecido en sus brazos. El escritor del París quejumbroso, rasgado, sórdido y, sin embargo, marcado de tonalidades humanas, dice que Jean encontró un largo corredor subterráneo, al que describe diciendo: “Había allí paz profunda, silencio absoluto, noche...”. 

Toda palabra, leída o escrita, cuando refleja la casta humana partiendo de lo yerto, nunca será un texto insubstancial, y debido a ese sostén, mencionar aquí los “chalecos amarillos”, nombre de las manifestaciones sociales francesas, es recordar que los ciudadanos son los únicos depositarios del poder en un país. 

En Venezuela, quien tenga ojos que vea, y el que posea oídos escuche. 

rnaranco@hotmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario