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Los últimos días de Teresa de la Parra

Teresa no estuvo sola durante su estadía en Leysin, un familiar la acompañó durante menos de una semana, pero la mayor parte de su estadía la pasó en solitario.

  • JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS

16/01/2019 05:00 am

Durante los primeros días de 1932 la célebre novelista venezolana Teresa de la Parra, autora de los inolvidables clásicos: Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba; y Memorias de Mamá Blanca, se vio obligada a internarse en el Sanatorio de tuberculosos de Leysin en Suiza.

En aquel pequeño poblado que adorna las cumbres alpinas, la escritora pasó sus últimos días intercambiando correspondencia con su amigo Rafael Carías. El 23 de febrero de aquel año la dama redactó una triste carta confesando los pormenores de su enfermedad, así como la pena y resignación de esperar que la muerte viniese a cobrar su alma en cualquier momento.

-Va a extrañarse y a dolerse también un poco cuando le diga de donde le escribo. Estoy en el Gran Hotel de Leysin, sanatorio de tuberculosos. Tengo una lesión en un pulmón, me la descubrieron hace poco. Aquí estoy desde hace quince días sola, en cama, con el balcón abierto de par en par sobre la nieve, y una temperatura de tres o cuatro grados dentro del cuarto. Mi pobre “animal” de tierra caliente, expansivo y afectuoso se encuentra espantado, pero el espíritu está tranquilo, conforme de antemano con todo, creyéndose entre tierra y cielo. Todo, todo cuento me rodea es blancura, luz y silencio.-

Sabía Teresa que aquella podía ser, posiblemente, una de las últimas cartas que escribiría al amigo en su vida. Maestra de la palabra y narración, como lo era desde joven edad, describe sus impresiones de aquel lugar y cómo pasa el poco tiempo que le quedaba de vida.

-Las noches son muy lindas, tan lindas como las de Caracas, y la luna sobre la nieve de una luz rara por lo clara y es fina. Aquí leo, reflexiono, recuerdo la vida del mundo y espero; hasta que Dios quiera.-

Luego procedió a contarle sobre su padecimiento y que según los médicos el pronóstico no era tan malo, aunque no logró evitar que sus palabras reflejaran preocupación.

-Según parece y me han enseñado en la radiografía, mi enfermedad no hace sino empezar. Me había debilitado y tomé por accidente la infección. Me aseguran que mi caso es muy favorable, que me curaré pronto, que he salido de la edad peligrosa, que no ha habido casos en mi familia, etc. ¡Pero qué sabe nadie!... ¡Esta enfermedad es tan caprichosa y tan traicionera! Hay quien viene en camilla moribundo y se va curado; otros vienen muy alegres, por dos o tres meses y no vuelven más… En todo caso, me siento resignada, contenta casi con mi suerte, sea cual fuere; veo estos meses o años de cura como un camino blanco, todo lleno de vida espiritual, algo parecido a la luz de la luna sobre nieve. Es el estado de gracia. Ojalá no me abandone nunca.-

Teresa no estuvo sola durante su estadía en Leysin, un familiar la acompañó durante menos de una semana, pero la mayor parte de su estadía la pasó en solitario.

-Isabelita, mi hermana, vino a acompañarme y se fue a los tres días. Desde entonces estoy presa sin casi hablar con nadie. Los libros, el sol y la nieve es todo. Al principio es duro, las horas pasan con mucha lentitud, una lentitud absurda, para nuestra época; luego todo se va haciendo leve, hasta creer que ya no se vive en la tierra. Es el país ideal para los poetas.-

Aprovecha también para contarle a Carías sobre la población en la cual se encuentra recluida.

-Leysin es la ciudad de los tísicos: los hay de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas fortunas, los sanatorios populares, los universitarios, los de lujo, todos parecen fraternizar en esta enfermedad que tanto afina el alma. Yo no siento nada o casi nada, pero tampoco me dejan hacer nada. Todo esfuerzo, dicen, retarda la curación. No puedo por eso escribirle tan largo como desearía.-

Teresa permaneció en Lysin durante los años 1933 y 1934, en enero de 1935 abandonó el poblado alpino para radicarse en París ya convaleciente de la lesión en el pulmón, pero aún sufriendo del asma que le dejó la larga permanencia en la montaña.

El 11 de enero de aquel mismo año volvió a escribirle a Carías para decirle: -Me voy a fines de mes a España… Espero que el clima templado de Barcelona o Málaga acabe de curarme.-

Teresa de la Parra jamás logro recuperarse de la batalla contra la tuberculosis y el asma, falleció el 23 de abril de 1936 en España a los 46 años de edad. Cuando expiró su último aliento la acompañaban su madre, su hermana Isabelita y su mejor amiga Lydia Cabrera.

Su novela más conocida, Ifigenia, fue traducida al francés y ganó el primer premio de una competencia literaria en París, auspiciada por el instituto Hispanoamericano de la Cultura Francesa en 1924. En esta obra planteaba el drama de las damas en la época en que vivió, describiendo vivamente a una sociedad en la que la mujer no tenía voz propia y cuya única opción de vida o felicidad era la de contraer matrimonio, algo que ella nunca hizo.

Sus restos mortales reposaron en el cementerio de la Almudena en Madrid hasta 1974, año en que fueron repatriados para estar unidos al resto de su familia en la cripta de la familia Parra Sanojo ubicada en el Cementerio General del Sur en Caracas. En 1989, con motivo de celebrar el centenario de su nacimiento, la urna de la escritora fue trasladada al Panteón Nacional.

Jimenojose.hernandezd@gmail.com
@jjmhd
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