El momento emocional
Ver en la violencia beneficios puede ser para muchos moralmente inaceptable y preocupante, pero los gobiernos, especialmente los autoritarios, no suelen tener tales escrúpulos
Somos testigos de una intensa agresión verbal cotidiana por todos los medios. Esta violencia es un caso de la violencia cotidiana que experimentamos los venezolanos actualmente. Si la violencia como tal puede resultar terriblemente disfuncional para convivencia social entonces ¿por qué nos agredimos? ¿y qué implicaciones políticas tiene en estos momentos?
En el siglo pasado L. Coser teorizó sobre los beneficios sociales del conflicto, poniendo de manifiesto varios efectos sociales funcionales como los observados entre grupos en pugna; donde los desafiantes pagan los costos por el enfrentamiento pero ganan al interior de cada grupo una fuerte cohesión. Más recientemente varios estudios han puesto de manifiesto efectos funcionales hasta biológicos de la agresión tanto a escala social como individual. El primero de ellos es su potencial efecto catártico por lo que sirve para aliviar tensiones, frustraciones y hasta para reparar daños emocionales causados en nuestros encuentros con otras personas. La violencia verbal o física ejercida contra un chavista de los primeros tiempos del régimen contra los escuálidos servía para drenar el profundo resentimiento contra los culpables de las injusticias de las que el régimen decía que eran culpables y tiene el mismo efecto de la que vemos al interior de la oposición cuando diversos grupos se acusan entre sí como colaboracionistas y responsables de la permanencia del régimen. En segundo lugar, en las especies territoriales o jerárquicas como nosotros, los rituales de la agresión o su ejercicio franco sirven para dirimir disputas de estatus social, de dominio territorial, lucha contra competidores o eliminación de amenazas. En tercer lugar en especies cazadoras, como la nuestra, un poco de violencia física cumple funciones de entrenamiento para la caza y, finalmente, tiene apoya la selección natural eliminando a los menos aptos.
Ver en la violencia beneficios puede ser para muchos moralmente inaceptable y preocupante, pero los gobiernos, especialmente los autoritarios, no suelen tener tales escrúpulos porque conocen muy bien sus posibles réditos políticos como cuando la tiranía argentina ensayó la guerra como un recurso desesperado, y fallido, para mantenerse en el poder pero que los cubanos y chavistas han usado con variable éxito en su momento como las supuestas repetidas agresiones del imperialismo. Desde luego la violencia suele ser más verbal que otra cosa y el uso de palabrotas para ofender al prójimo es uno de sus modos preferidos. Modernamente los investigadores atribuyen no solo a la educación el uso de tales vocablos sino a la motivación que se deriva de los efectos gratificadores que ella tiene para sus usuarios por su significación de desafío a la autoridad o a las normas propias de las conductas contraventoras y por el conocimiento de los efectos neurológicos en quien la recibe pudiendo producir, incluso, hasta daños cerebrales aunque solo sea por agresión verbal.
Si no hay posibilidad de drenar la agresión social la respuesta puede ser la acumulación de agresión reprimida muchas veces descargada en objetivos desplazados, normalmente el más cercano como puede ser uno mismo, familiares, vecinos o alguien en un encuentro casual. Políticamente la agresión social no resuelta puede ser el caldo de cultivo de una explosión social o servir de condición para el surgimiento de un liderazgo repentino percibido como quien finalmente podrá canalizar todas las emociones que el avizoramiento de la anhelada solución produce. Este parece ser una de los efectos que Juan Guaidó está produciendo en el país. Y como todo liderazgo está sujeto a la corroboración de las expectativas.
Los radicales, los desengañados, lo moderados, los ansiosos y los temorosos, todos tienen la mira en este joven a quien le toca conducirse literalmente en el campo de vidrios rotos que es la oposición y por el filo de la navaja de la acción política de estos momentos de cara al gobierno, las fuerzas armadas y los demás factores de poder que influyen en sus decisiones. Cualquier resbalón desencadenará iras y rabias acumuladas, pero también este caudal emocional puede ser transformado en capital político, toda vez que aún mucha gente, quien sabe cuánta, está dispuesta a concederle el beneficio de la prueba inicial.
Le toca ponerse los pantalones largos del liderazgo en un lapso demasiado breve: de desconocido pasó a esperanza nacional. Sin duda cometerá errores; algunos de cálculo, otros de estrategia ¿quién no? Pero lo más importante es que entienda que si bien es deseable que todos lo respaldaran, lo indispensable es que asegure el capital sociopolítico necesario para lograr los objetivos y que no cometa el error de CAP al pensar que su liderazgo era suficiente para lograr ser entendido en su nueva propuesta de país. En esta semana de nuestra Divina Pastora, recemos porque sus aciertos al menos sean los suficientes para que lleve la nave a puerto. Amén.
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