A través de la historia, el sábado ha sido considerado el eje de la vida judía por excelencia: “Entre Mí y los hijos de Israel será señal eterna” (Shemot, 31:17).
Desde los tiempos bíblicos hasta nuestros días, el sábado es observado como un día de descanso dedicado a cultivar el espíritu y el sentimiento familiar: “Porque en seis días hizo Dios los cielos, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y reposó el séptimo día; por tanto bendijo Dios el día sábado y lo santificó” (Shemot, 20:11).
Ese día las familias se reúnen, padres e hijos comen juntos, estudian la Torá y entonan cánticos, afirmando así semanalmente el significado y la trascendencia de lo que es la familia judía. Nuestros rabinos, refiriéndose al Shabat, nos dicen: “Es el camino de la salvación personal”.
Depende de nosotros mismos, de nuestra voluntad y de nuestra convicción, no dejarnos arrastrar por la corriente de la mediocridad y del egoísmo que lamentablemente caracterizan nuestra época.
Es necesario detenerse a pensar en el mundo actual, con sus urgencias materiales y sus presiones diarias, sus ansias y sus tensiones, que nos mantienen distanciados de los valores espirituales y de la comunicación familiar, y llegaremos a la conclusión de que el Shabat es contar con un privilegio, de tener un día a la semana para detenernos a reflexionar sobre la agitada vida que llevamos y hallar así paz, seguridad y bienestar en el hogar. “Acuérdate del día de Shabat para santificarlo” (Shemot, 20:8).
El cese de la actividad cotidiana nos permite asumir una actitud reflexiva y crear un ambiente distinto en nuestros hogares, de un goce especial para nuestras almas. Por lo tanto, ese día se debe aprovechar para aprender, estudiar, enseñar y asistir a la sinagoga, todas estas actividades que implican un crecimiento del espíritu humano.
Con el encendido de las velas, hadlakat nerot, recibimos el Shabat. Este acto corresponde a la esposa. Encender las velas del Shabat es la mitzvá femenina por excelencia, la primera que se le entrega a la mujer desde su niñez. En ausencia de la mujer, es el esposo quien deberá encenderlas. Cuando el hombre vive solo, encenderá las velas del Shabat para sí mismo.
Las velas se encienden media hora antes de la puesta del sol, en la mesa donde se servirá la cena o en cualquier otro lugar del comedor. El número de velas a encender es de dos, que simbolizan las dos expresiones del cuarto mandamiento que santifican el Shabat: Zajor ve Shamon (“Recuerda y Observa”).
El Shabat fue creado para santificar la vida, instituido como un día de devoción e instrucción religiosa. Trabajamos largas y fatigosas horas durante la semana, y el Shabat es el día en que hacemos un alto y nos reunimos con la familia en un ambiente de felicidad y de regocijo. Es también la inspiración de las cualidades de la misericordia y la igualdad. En ese santo día todos son iguales: ricos y pobres, amos y sirvientes, gobernantes y gobernados. El pobre es recordado y se toman las medidas para abastecerlo. Por otro lado, a las bestias se les proporciona un descanso de su pesado yugo.
Representa la pausa que humaniza al hombre, lo hace consciente de sí mismo, de su lugar en el mundo y de su misión en la vida. Viene a ser aquella oportunidad que Dios nos brinda de manera regular y periódica (está en nosotros el saber aprovecharla) para detenernos a un lado del camino, y preguntarnos: ¿qué es lo que estoy haciendo?, ¿es correcto?, ¿es justo?, ¿es lo que realmente deseo? Es también la manifestación de la infinita misericordia de Dios. ¿Seremos capaces de entenderlo de ese modo?
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