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La guerra por venir

China emerge con fuerza. Estados Unidos declina. El escenario más probable de una guerra mundial por venir sería entre ambos y tendría, en su origen, un carácter regional.

  • ALFREDO TORO HARDY

16/01/2019 05:00 am

China emerge con fuerza. Estados Unidos declina. El escenario más probable de una guerra mundial por venir sería entre ambos y tendría, en su origen, un carácter regional. El punto de partida sería en efecto una confrontación por el control del Asia-Pacífico. A partir de allí, sin embargo, cualquier configuración de factores resultaría posible. No es pequeño el riesgo de que un conflicto de esta naturaleza pudiese escalar a rango global.

China aspira a jugar un papel hegemónico en los mares del Este y del Sur de China, que se proyecte hasta la primera cadena de grandes islas (Japón, Filipinas, etc.). De manera más modesta, y también más inmediata, desearía hacer del Mar del Sur de China el equivalente a lo que el Mar Caribe ha sido para Estados Unidos desde finales del siglo XIX. Todo lo anterior se enmarcaría dentro de un espacio sino céntrico que englobaría a los países del Asia-Pacífico. 

Varias razones confluyen a dar sustento a este deseo chino. En primer lugar, militarmente el mismo es cada vez más viable. Gracias a la cercanía física, a su potente tecnología militar asimétrica (en las que armas de costo modesto pueden destruir a portaaviones o a satélites valorados en millardos de dólares), a su capacidad ciber-militar y a su posicionamiento armado en una extensa red de islas, China evoluciona hacia el control del teatro de operaciones. En segundo lugar, su superioridad económica sobre Estados Unidos crecerá a pasos agigantados. Se calcula que en el 2040 el porcentaje de bienes y servicios producidos por la economía estadounidense será del 11% del global, mientras que el de China alcanzará al 30%. De acuerdo a las proyecciones, para 2050 el PIB chino duplicará o incluso podría triplicar al de Estados Unidos. En tercer lugar, China que fue potencia dominante en esa parte del mundo por miles de años, y que vio alterada esa posición durante un siglo y medio de humillaciones, considera llegado el momento de reestablecer el equilibrio natural de las cosas (Michael Pillsbury, The Hundred-Year Marathon, New York, 2016; Graham Allison, Destined for War, Boston, 2017; Edward Luce, The Retreat of Western Liberalism, London, 2017). 

Para evitar la guerra Estados Unidos debería estar dispuesto a tres cosas. Uno, abdicar a su liderazgo en esa parte del mundo. Dos, desentenderse de las importantes alianzas militares que lo atan al mismo. Tres, asumir el costo de las ondas expansivas de allí derivadas sobre su preeminencia mundial. Ello, a no dudarlo, luce cuesta arriba. Sin embargo, más difícil aún sería que Pekín aceptase un papel de subordinación permanente en su esfera de influencia histórica, cuando su fortaleza le brinda la oportunidad de revertir la situación. Xi Jinping ha indicado ya a sus fuerzas armadas que deben prepararse para la guerra. Allí se configura la clásica Trampa de Tucídides, según la cual cuando el rápido acenso de una potencia amenaza con desplazar al poder dominante, la guerra constituye la regla y no la excepción. Según afirma Graham Allison, ya citado, ello ha ocurrido en doce de dieciséis casos en los últimos quinientos años. 

Un conflicto de esta naturaleza podría no sólo desenvolverse dentro del ámbito del armamento convencional, sino que podría circunscribirse a un marco regional. De surgir la guerra, ello sería lo deseable. El mayor riesgo de que no ocurriese vendría dado por la búsqueda de alianzas. Estas últimas complicarían considerablemente la situación, expandiendo no sólo la dimensión geográfica involucrada sino elevando el riesgo de pasar al umbral nuclear. La entrada de Rusia al conflicto representaría la peor de las hipótesis. 

Lamentablemente, la conformación de un eje Pekín-Moscú luce probable en caso de guerra. Por un lado, China seguramente brindaría todo tipo de incentivos a Rusia, con el propósito de abrir un segundo frente que la aliviase del pleno impacto de las fuerzas estadounidenses. Por otro lado, Rusia tiene no sólo cuentas pendientes con un Occidente que la ha humillado grandemente desde el colapso de la URSS, sino una agenda geopolítica limitada por éste. Esta última perseguiría la reconstitución de una parte de su viejo espacio de influencia. La entrada en escena de Moscú traería consigo también la de la OTAN. Ello no sólo le daría al conflicto un carácter global, sino que elevaría el riesgo de dar el salto hacia lo nuclear. 

Sin embargo, más allá de Rusia el problema de las alianzas es que en Asia casi todos parecieran tener cuentas por cobrarse. Ello configuraría una peligrosísima dinámica de hilera de dominó. India contra China, Pakistán contra India, Irán contra Arabia Saudita y los países del Golfo. Y así sucesivamente. ¿Cómo podría evitarse, sin embargo, que los dos contendientes primigenios de un conflicto por el control de la región Asia-Pacífico, no buscasen aliados? ¿No aprovecharía Washington la animadversión recíproca sino-japonesa o sino-vietnamita o las inseguridades indias frente al expansionismo geoestratégico chino? 

El futuro pareciera así oscilar entre dos males: uno mayor y otro menor. 

altohar@hotmail.com
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