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Atarse al poder

El país se halla en una situación de quiebra, no por no disponer de riquezas en su subsuelo y personal humano capaz, sino a consecuencia de la corrupción, una estrategia financiera desbaratada...

  • RAFAEL DEL NARANCO

13/01/2019 05:00 am

Conservo un librito -obsequio de la constituyente María Isabel de Chávez- al ser aprobado el texto de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el 20 de diciembre de 1999. 

No es una letra olvidada, la consulto con frecuencia a razón de los desafueros que se comenten contra esa Carta Magna en las presentes añadas. La última, la juramentación de Nicolás Maduro en el Tribunal Supremo de Justicia rompiendo el sentido que debería tener un evento de esa magnitud, más cuando la Asamblea Nacional Constituyente instalada en agosto de 2017, llega al día de hoy sin haber rematado sus 411 artículos. La anterior -“la bicha” con cariño- sumaba 350 y aún así se la moteó de “oscura y con desatino”. 

Esa enrevesada situación hace nulo el juramento del actual presidente, al ser ese brete zascandil una ruptura del orden constitucional. 

Hugo Chávez recibió el 87,7 por ciento de votos, siendo esa alta votación el verdadero comienzo de su revolución bolivariana. Hacer ahora una reforma que no ha sido ultimada, basándose en seguir ocupando la poltrona presidencial, es una afrenta de Nicolás a su admirado Comandante. No sé que le dirá el pajarillo que revolotea a su lado en los aposentos de Misia Jacinta, quizás se halle asustadizo y no tenga fuerza para piar. 

La presencia de representaciones extranjeras en la juramentación, no ha sido un gaudeamus solemne, más bien una puesta en escena plastificada.

Ahora bien, la realidad palpable es otra: Nicolás Maduro no cuenta con sólidos, inteligentes y respetables coadjutores que le hagan ver y razonar la realidad en la que mora. 

Si piensa que Abjasia, Osetia del Sur, Nicaragua, Nauru, Vanuatu y Tuvalu, Siria, Cuba, Nicaragua y Bolivia representan al conjunto político mundial, debería repasarse a sí mismo. Ah, Rusia, China. Si, es axiomático, pero ninguno de ellos hará otro movimiento que no sea diplomacia de paraninfo. Apoyan sagazmente a cálculo de la riqueza petrolífera. El proverbio es sabido: los países no tienen amigos, solamente intereses. Y hasta ahí. Siempre ha sido de esa manera a lo largo de la tradición diplomática. Es un pretérito perfecto. 

A esta altura del pandemónium que nos envuelve y se convierte cada vez más en barullo, cantinela y algarabía, alguien, imbuido en la vieja ironía de don Francisco de Quevedo, quizá se pregunte, usando la picaresca del Buscón don Pablos: ¿cómo es posible tomar posesión de lo que nunca se dejó de poseer a la fuerza y con los fusiles en las calles de nuestras ciudades y a cuenta de unas bolsas de comida incompletas entregadas al quien le sigue por hambre? 

Nicolás Maduro no es un estadista y lo demuestra en la actual coyuntura política que padece el país. Le falta cultura política, carisma, don de gentes, atracción, sensibilidad, tino y mesura. Ha sido un fiel vasallo de Hugo, el mejor, y la carta que jugó Fidel Castro, una vez fallecido el centauro de Sabaneta -supo que se iba del mundo cuando lo tuvo en La Habana- era el mejor puntal para continuar sosteniendo las ayudas que necesitaba la isla.

Maduro actúa con total impericia sobre inmenso desastre económico que maneja. Muchos de sus colaboradores le vienen traicionando por ignorancia o corruptela, ya que de todo hay esa viña chavista que se va desparramando en estampida paulatinamente. Tiene la Fuerzas Armadas, pero ahí comienza haber graves fisuras. 

Y la gran interrogación: ¿Se podrá sostener en esta su segunda juramentación? Sin duda seguirá un tiempo hasta que aquellos países que le apoyan a cuenta de intereses mercantiles, encuentren un mejor asidero. 

Pocos saben que la económica es un mercado en el que se efectúan las operaciones de compraventa de valores: acciones, obligaciones, fondos y todo el etcétera que se quiera, pero al decir de Voltaire es donde el judío, el musulmán y el cristiano, tratan los unos con los otros como si fueran de la misma religión, y solo dan el nombre de infieles a aquellos que caen en la bancarrota. Y Venezuela ya lo está. 

El país se halla en una situación de quiebra, no por no disponer de riquezas en su subsuelo y personal humano capaz, sino a consecuencia de la corrupción demencial, una estrategia financiera desbaratada y esa política ideológica que comenzó a crecer hace 20 años con la llegada de un socialismo del siglo XXI que embaucó las esperanzas de una nación de indudables valores, hoy con más de 2 millones de exilados, hambre en los hogares y una ceguera de la realidad que nos envuelve mocha y vil. 

Hace tiempo poseíamos un lar en el que vivir. La sociedad no se hallaba dividida, y los presidentes no deliraban con eternizarse en el poder. 

Nunca he creído en revoluciones, sino en los cambios bajo las valías intrínsecas del ser humano. 

Coincido con Günter Grass: “Las revoluciones han sustituido dependencia por dependencia y un yugo por otro yugo”. Certero en nuestro caso.

rnaranco@hotmail.com
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