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Guerrero, político y músico

A la edad de 27 años, cuando conoció a Bolívar en el hato apureño “Cañafistola” durante los primeros días de enero de 1818, era sencillo y vulgar, andaba sin camisa calzando alpargatas

  • JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS

02/01/2019 05:00 am

Desde 1830 hasta 1847 la República estuvo en manos del general José Antonio Páez. No se puede afirmar que el dr. José María Vargas o el general Carlos Soublette fueron títeres políticos del caudillo, pero indudablemente el héroe de las Queseras del Medio se agigantó prodigiosamente después de la muerte de Simón Bolívar en Santa Marta para erigirse como el único dueño de Venezuela.

Nació en una casa situada a orillas del rio Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, el 13 de junio de 1790. Según relata en su autobiografía a los ocho años de edad su madre lo envió a la escuela de Gregoria Díaz ubicada en el caserío de Guama. La señora lo enseño a leer de manera precaria y se enfocó en explicar la doctrina cristiana que -a fuerza de azotes obligaba aprender de memoria a los muchachos.-

De joven trabajó en la bodega de su cuñado Bernardo Fernández, luego en el negocio de su pariente Domingo Páez en San Felipe. Esta experiencia y la vida sabanera constituyeron la única preparación en sus años mozos, antes de estallar la guerra emancipadora. Luego de la firma del acta de independencia comenzó su carrera como guerrillero, en aquellos tiempos despertaron su viva inteligencia y talento natural de militar, factores que lo llevaron de triunfo en triunfo a trepar hasta el tope de las escaleras de la gloria.

A la edad de 27 años, cuando conoció a Bolívar en el hato apureño “Cañafistola” durante los primeros días de enero de 1818, era sencillo y vulgar, andaba sin camisa calzando alpargatas, un muchacho del tipo rústico, inculto, de vocabulario limitado y escasos modales. -Casi un salvaje- dirían algunos.

Al contrario de lo que mucha gente piensa, el general Páez fue hombre estudioso y bastante educado. A pesar de la gran desventaja que representó su falta de preparación, fue puliendo e instruyéndose en asuntos de letras y números de manera constante, hasta el punto que cuando el Libertador lo nombró General en Jefe, después de la hazaña increíble en los campos de Carabobo en 1821, no hizo mal papel entre los generales cultos, ricachones y de alcurnia. Pocos imaginan que para 1873, cuando falleció a la edad de 82 años en la ciudad de Nueva York, era escritor, aficionado al teatro, poliglota, experto en botánica y músico talentoso.

Después de 1830 dedicó incontables horas al estudio con el fin de enriquecer la mente. Se convirtió en ávido lector, engrosando su léxico y conocimientos sobre temas como geografía mundial e historia universal, también fue amante de las artes. Escribió una autobiografía que hoy es testimonio histórico invaluable sobre los primeros 50 años de nuestra vida republicana; aprendió a hablar Inglés y Francés; fue alumno de Agustín Codazzi, quien le enseño lo suficiente de botánica para crear un tipo de rosal cuya flor conserva el nombre de “Rosa Páez”.

En su casa de Valencia fundó lo que fue quizás el primer grupo de teatro de esa ciudad. Inaugurándolo con una función de la tragedia “Otelo” escrita por el dramaturgo británico William Shakespeare, siendo él mismo uno de los actores principales junto a Miguel Peña y Carlos Soublette, entre otros.

Durante los años de madurez como político y los últimos días de su vida pudo dedicar tiempo a su verdadera pasión, la música. Aprendió teoría y solfeo, armonía, formas y estilos musicales, se le quitó el miedo a cantar y aprendió a tocar violín y piano, abandonando las maracas que solía menear en los saraos al son de arpa y cuatro bajo el manto estrellado de las noches llaneras.

Cuenta José Antonio Calcaño, miembro fundador de la Orquesta Sinfónica Venezuela, en un capítulo llamado “El Centauro” de su libro “La ciudad y su música” que: -Como buen llanero, era aficionado a la música y ocasión tendría de haber admirado al famoso Antonio Lamas, el mejor cantador de Apure, cuya celebridad llenó los llanos entre 1810 y 1820, o al célebre Juan Falcón, el mejor trovador del Occidente de Guárico.-

Lo cierto es que la inclinación de Páez por la música era irresistible. Personajes que tuvieron oportunidad de conocerlo dejaron testimonio en sus crónicas sobre el placer que le producía escucharla. Estos retratan con palabras a un melómano empedernido pues, al parecer, en sus campamentos hubo siempre función sonora con danza incluida.

-Cuando estaba en los llanos del Sur con todos los refugiados de la Nueva Granada, era frecuente por las noches, al resplandor de las hogueras y bajo el cielo interminable y limpio de la llanura, que todos se aprestaran al canto y al baile.-

Lo cierto es que durante sus ratos de soledad en la vida de campaña se enamoró del sonido del violín y aprendió a tocar primeras notas. Gustaba que sus llaneros cantaran el “Canto de las sabanas”, una melodía patriótica originada de la vieja “Carmañola Americana” compuesta en los tiempos de Gual y España, mientras él acompañaba el ritmo de sus voces con aquel instrumento.

Durante los años palaciegos en su residencia caraqueña, La Viñeta, se le podía ver interpretando piezas clásicas en solos de violín o tocando el piano, cantando a dueto una ópera italiana junto a su querida Barbarita Nieves.

Compuso varias piezas musicales de su autoría. En el Museo Histórico Nacional de Argentina en Buenos Aires aún se puede ver un cancionero de obras inéditas de su autoría en el cual figuran algunos fandangos, o joropos con múltiples voces y más de dos arpas.

Así que el general Páez, además de gran valiente, guerrero, estratega y político, también fue hombre culto y un talentoso músico.

Jimenojose.hernandezd@gmail.com
@jjmhd
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