Celebrar la vida
Hay muchos signos que nos muestran las probabilidades de que la vida por venir, sea mucho más difícil que la vivida. Seguimos interpretando como positiva la continuidad
Frente a un nuevo año que comienza, solo es factible tener expectativas. Estas pueden ser positivas o negativas, pero siempre generan un espacio posible. Un nuevo momento de vida. Una nueva oportunidad de seguir. Las posibilidades de continuar en la misma vía, con las mismas formas, en el mismo canal. Siempre es la opción con más posibilidades de cumplirse. La vida siempre sigue, y lo más frecuente es que siga como viene.
Hay muchos signos que nos muestran las probabilidades de que la vida por venir, sea mucho más difícil que la vivida. Teniendo en cuenta este panorama. Seguimos interpretando como positiva la continuidad. Esta perspectiva tiene como base, que la alternativa es siempre una derrota, un fracaso, un final. No necesariamente feliz. La triste interrupción de la vida. Conveniente o no, nos encomienda la tarea de celebrar nuevamente. El tiempo de vida. Porque el paso del tiempo se traduce en recibir el año nuevo. Esa continuidad del vivir, que nos presenta el calendario.
Nada nos asegura el cambio, ni el éxito en este nuevo periodo. Nada parece indicar que algo pueda mejorar verdaderamente. Por el contrario, la continuidad en las actuales circunstancias, se asemeja a un relato distópico. Una narración terrorífica. Un nuevo género de suspenso. Sin embargo, un extraño instinto o atavismo establecido, nos lleva a celebrar la llegada del nuevo año. Volvemos a cargarnos de expectativas. Volvemos a llenarnos de esperanza. Aunque nada nos ofrezca razón para el optimismo.
Un nuevo año. Una nueva vida. Una renovada aventura. Un futuro posible. Un espacio no transitado. Un nuevo territorio, desplazado. Muchos kilómetros caminados. El año que termina, da paso a un nuevo año que comienza. Tragedia humanitaria que padecemos. Muestra de fortaleza que celebremos. Celebrar la vida, celebrar con vida. Celebrar en vida. “La vida del hombre es una historia, una historia de aventuras y, desde nuestro punto de vista, lo mismo se puede decir de la historia de Dios” (G. K. Chesterton).
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