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Justicia y perdón

Aunque el perdón no sea imprescindible, sí lo es la determinación de alcanzar la elevación moral suficiente para que la búsqueda de una solución política

  • JESÚS M. CASAL H.

24/12/2018 05:00 am

La Navidad es símbolo y fuente de esperanza, unión y redención, mucho de lo que hoy necesitamos para enfrentar la ignominia de la embriaguez de poder absoluto y a la vez ineficiente en la atención de los problemas más básicos de los venezolanos que asola la patria. Representa también una invitación a sobreponernos a nuestras miserias personales y colectivas y a acerar el espíritu por medio de un compromiso renovado con los valores y sentimientos más nobles del alma humana. 

Encrucijada para Venezuela 

En la encrucijada política, económica y ética en que se encuentra Venezuela pareciera que esa esperanza demanda, entre otras cosas, justicia y perdón. No son nociones contrarias, como a menudo se sostiene. La justicia implica que, en el orden jurídico-social, se dé o reconozca a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, en cuanto a derechos, cargas o sanciones. Mientras que el perdón, en su sentido moral, es una respuesta profunda de la conciencia y de la voluntad, capaz de desatar el nudo gordiano del rencor por el daño u ofensa recibida y de recomponer, en un ejercicio supremo de libertad, la concordia hacia el otro y con el todo. 

Combinación de justicia legal y perdón espiritual
¿Será que la situación actual nos exige una combinación de ambas cosas? Justicia para que las graves violaciones a los derechos humanos que han sido perpetradas no queden impunes; para que los altos funcionarios y empresarios que se han enriquecido merced al peculado y otros desmanes contra el patrimonio público devuelvan los bienes mal habidos y cumplan las condenas que legalmente correspondan. Perdón, para que la aplicación de la justicia y todo lo que es preciso hacer con miras a la reconstrucción de Venezuela no esté contaminado por el odio o el afán de venganza sino que represente de manera auténtica los principios del nuevo orden social y político. 

La justicia que requerimos debe en todos sus aspectos merecer ese nombre. No puede ser la llamada justicia de los vencedores, de un cuerpo de verdugos políticos camuflados dispuestos a usar las formas de la jurisdicción para sentenciar a adversarios por sus ansias de desquite. Debe estar muy lejos de la instrumentalización autoritaria de la administración de justicia propia de estos años. Debe, por el contrario, apoyarse en la independencia judicial y en la recta aplicación de la ley, sin sujeciones acomodaticias a los reclamos mayoritarios de las masas o factores de poder ni otras subordinaciones subalternas. Quienes asuman las tareas correspondientes, deben velar celosamente por esa autonomía de acción y la sociedad debe cuidar con esmero el espacio propio del Derecho, conteniendo las propias pasiones políticas. 

Bálsamo para el espíritu nacional
El perdón que puede servir de bálsamo para el espíritu nacional en el camino de la construcción de una genuina institucionalidad democrática es difícil de alcanzar. No es indispensable para una transición política aunque sí aconsejable. En España, por ejemplo, vivieron una transición a la Democracia en la que no hubo perdón aunque sí voluntad de olvidar o pasar la página, de aparcar conflictos o diatribas históricas no resueltas, en aras de un futuro común que no podía aguardar más tiempo, con un sacrificio para la justicia, por otro lado, que nosotros no podríamos permitirnos. Pero aunque el perdón no sea imprescindible, sí lo es la determinación de alcanzar la elevación moral suficiente para que la búsqueda de una solución política a la devastación autoritaria actual no esté dominada y en esa medida enceguecida por el propósito de lograr la victoria avasallante de nuestras opiniones o visiones políticas y el escarnio público de los agentes del régimen, sino dirigida por el empeño en conseguir una pronta recuperación de Venezuela, con el cambio político y de sistema que el pueblo debe tener la oportunidad de instaurar, sin el cual solo adoptaríamos paliativos de manera cómplice, y con aplicación de la justicia, pero a la vez con la apertura o inclusión política más amplia posible. 

Identificar la senda angosta de la salvación nacional
La Natividad puede ayudarnos a identificar esa senda angosta pero acaso aún no cerrada completamente de salvación nacional. El triunfo manso o silencioso del niño Dios en el pesebre, acompañado de los sacrificios que estaban por venir y de la lealtad desfalleciente pero en definitiva robusta de sus futuros seguidores, esa fortaleza espiritual acrisolada en suma, puede ser clave en la conciencia de muchos para que el país sea capaz de remontar la cuesta que el continuismo antidemocrático nutrido de hegemonía ideológica a expensas de la supervivencia nacional ha colocado frente a nuestro destino colectivo. 

jesusmariacasal@gmail.com
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