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Los últimos días del Libertador

Las últimas seis horas de la vida del Libertador se convirtieron en una especie de pesadilla de la cual despertaba por breves instantes para desvariar

  • JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS

19/12/2018 05:00 am

Al llegar a la quinta San Pedro Alejandrino el Libertador advirtió que aquella residencia le serviría como último destino antes reposar por siempre en la tumba. El corolario de su historia estaba escrito, nada podía hacer al respecto para cambiar el desenlace.

-Alea jacta est.- pensó al cruzar el umbral del hogar que le serviría como alojamiento final en el mundo de los vivos.

Entró a la sala, con el bastón en una mano y sosteniéndose con la otra del hombro de su mayordomo José Palacios. Al instante sintió el aroma putrefacto de la muerte respirando frente su rostro, haciéndolo toser hasta manchar su pañuelo de sangre. Todo parecía extrañamente familiar en aquel ambiente desconocido. En un intento por acostumbrar su vista al nuevo escenario, paseó sus ojos por la habitación, posándolos sobre muebles, tapices, cuadros y retratos. El ambiente de aquella propiedad, la educación de los sirvientes y la hospitalidad de su anfitrión, le hicieron recordar los años olvidados de su infancia, así como el espíritu castellano dentro del cual se crió.

Irónicamente, después de ser protagonista principal de la emancipación del sur del continente americano y quebrar los lazos con la corona española, fue un peninsular de antigua cepa, don Joaquín de Mier, quien tuvo la cortesía de hospedar en su residencia al gran Simón Bolívar durante últimos días de su vida.

Al contemplar semejante idea no pudo evitar que retumbaran en su cabeza las palabras de su terrible sentencia en el Decreto de Guerra a Muerte, ese que redactó y firmó el 15 de junio de 1813 en Trujillo durante su Campaña Admirable: -Españoles, aunque seáis indiferentes, contad con la muerte.-

Mientras caminaba lentamente hacia el cuarto, en su memoria se repetían todas las ofensas e injusticias de las cuales fue objeto por parte de sus compatriotas. Después de todo lo que hizo por ellos, luego de librarlos del yugo español e instaurar la República se atrevían a llamarlo tirano, déspota y dictador. Entonces ordenó a Palacios que le colgara la hamaca pues deseaba acostarse a descansar.

-Los tres majaderos de la humanidad hemos sido: Jesucristo, Don Quijote y yo.- le dijo antes de sumirse en un profundo sueño.

El 8 de diciembre el Dr. Alejandro Próspero Reverend colocó un boletín en la puerta de la residencia para informar al pueblo sobre la salud del célebre paciente. Éste decía: -Anoche principió a variar la enfermedad. Su Excelencia, además del pequeño desvarío que ya se le había notado, estaba bastante amodorrado, tenía la cabeza caliente y los extremos fríos a ratos. La calentura le dio con más fuerza, le entró también el hipo con más frecuencia y con más tesón. Sin embargo, el enfermo disimula sus padecimientos, pues estando solo daba algunos quejidos.-

Aquella misma tarde comenzaron a perder las esperanzas de una posible recuperación, y aprovechando un instante de lucidez, la mañana del 9, el enfermo hizo llamar a su secretario. En presencia de los oficiales que no quisieron abandonarle, sabiendo que le quedaban escasas horas, comenzó a dictar, con voz débil y temblorosa, una última proclama para sus compatriotas.

Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonado mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y amor por la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro otra gloria que la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión; los pueblos, obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del Santuario, dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares, empleando sus armas en defender las garantías sociales.

¡Colombianos!

Mis últimos votos son por la felicidad de la patria; si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Así comenzó el capítulo de la agonía final. El 14 el médico francés publicó otra nota en la puerta de la quinta. -El Libertador se va empeorando más.- Dos días después, el 16 a la una de la tarde, apareció otra nota que preparaba a la gente para la mala noticia por venir. -Su Excelencia va siempre declinando y si vuelven las fuerzas vitales a sobresalir alguna vez es para decaer un rato después; es la lucha extrema de la vida con la muerte.-

Próspero Reverend, luego de evaluar el estado del paciente la mañana del 17 de diciembre de 1830, escribió en su diario. -Todos los síntomas han señalado más y más la proximidad de la muerte. Respiración anhelosa, pulso apenas sensible.-

Las últimas seis horas de la vida del Libertador se convirtieron en una especie de pesadilla de la cual despertaba por breves instantes para desvariar diciendo cosas como: -Vámonos, vámonos, esta gente no nos quiere en estas tierras… He arado en el mar… ¿Cuándo podré salir de este laberinto?- Esas fueron las últimas palabras que se escucharon de boca del Libertador.

Aquel día a la 1:03, cuando Simón Bolívar tenía la edad de 47 años, expiró su último aliento. Al momento que el médico cerró los ojos del difunto y lo cubrió con una sábana, únicamente pudo escucharse un callado sollozo de su fiel mayordomo, José Palacios.

Jimenojose.hernandezd@gmail.com
@jjmhd
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