Pequeña reflexión vegana
Resultará en este sentido esclarecedor un magnífico texto de Aviva Cantor... en donde se expone cómo la actitud hacia los animales traduce un posicionamiento que opera también hacia otros seres vivos
Me mueve a escribir estas líneas la ligereza, rayana en la sorna, con que algunas personas reaccionan cuando alguien se manifiesta a favor de la causa animalista. Este tipo de polémica suele sobrevenir más frecuentemente en la mesa, cuando, cortésmente, se rechaza algún alimento. Se crea un silencio incómodo que bascula entre el temor a ser juzgados por cometer un acto digno de ser reprobado (consumir el producto en cuestión) y el asombro ante el hecho de que alguien sea tan comeflor que sea capaz de privarse de algunos placeres por respeto a un animal.
En el ámbito de la psicología se denomina disonancia la tensión interna que experimenta una persona cuando tiene dos pensamientos que entran en conflicto entre sí. No puedo compadecerme de los animales y, al mismo tiempo, seguir consumiendo ciertos productos. ¿Cuál es el camino más cómodo? Ignorar el tema. Mirar para otro lado. No afrontar situaciones que me pongan en la necesidad de efectuar un cambio para recuperar la coherencia interna.
Hasta allí llego. Comprendo. Es humano. Tristemente humano. Es por eso que no comulgo con posiciones fundamentalistas: creo que será la convicción, la comprensión de lo que ocurre, lo que llevará a la superación del estadio en que se abusa de otros seres vivos, y no la censura y la coerción externa. Ya J.M. Coetzee (Premio Nobel de Literatura 2003) exponía, en boca de su alter ego Elizabeth Costello, que habría que tener en medio de las ciudades un matadero de cristal, para que la gente tuviera presente de una vez por todas la realidad que involucra el consumo de carnes.
Me irrita que haya quien pretenda descalificar a los animalistas presentándolos como si fueran unos pobres sensibleros hippies. Y al respecto quiero efectuar cierta precisión: no se trata de una postura meramente compasiva, lo cual, después de todo, honraría a quien la asumiera, sino de una posición que trasciende el sentimentalismo y se fundamenta en reflexiones filosóficas de larga data que comprenden problemas relativos al derecho a la dominación, la superioridad del hombre con respecto a otros seres y la interdependencia ecológica, por ejemplo.
Ya Rubens ilustraba en un magnífico lienzo cómo Pitágoras rechazaba la violencia ejercida sobre otras especies animales. Pero engrosan la lista de veganos “ignorantes” nombres como el de Einstein, Steve Jobs, Tesla y Edison, por citar solo algunos, sin excluir a Víctor Hugo, quien ejerció la presidencia honorífica de la Alianza Popular contra la Vivisección en 1882.
Sería conveniente que, antes de opinar a la ligera y poner de manifiesto, esta vez sí, su barbarismo y su ignorancia, la gente se documentara respecto a dos asuntos: el problema de la conciencia animal, debatido por ejemplo en la Universidad de Cambridge, en donde se originó la famosa Declaración firmada en julio de 2012, y la ilegitimidad de la dominación, explotación y discriminación de unos seres sobre otros. Resultará en este sentido esclarecedor un magnífico texto de Aviva Cantor (The club, the yoke and the leash. What can we learn from the way a culture treats animals) en donde se expone cómo la actitud hacia los animales traduce un posicionamiento que opera también hacia otros seres vivos.
Puedo entender que otros mantengan opiniones diferentes a la mía, no sin prurito, porque esas diferencias redundan en que se prolongue el sufrimiento que padecen incontables seres vivos. Pero no puedo asumir como serias actitudes que adversan el animalismo ridiculizándolo. Se puede ser ignorante, pero no se puede, desde la ignorancia, descalificar a otros. Lo prudente es abstenerse.
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