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La gloria de Ayacucho

Sucre informaba a Bolívar sobre las armas a disposición, sobre los oficiales detenidos y perseguidos, sobre los heridos y los muertos existentes en uno y otro bando.

  • JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ

09/12/2018 05:00 am

En la Quinta de los Libertadores en Lima, donde se recuerda la estancia de Simón Bolívar y de José de San Martín, existe una pintura al óleo que personifica al más ilustre de los héroes, al más insigne militar, al más alto patriota, al más digno civil, el que prefirió la ley a la espada y la virtud al deshonor, nos referimos a Antonio José de Sucre.

En su blanco caballo, brioso y agitado, alzado atrás, se encuentra el general Sucre vestido en uniforme rojo y azul, sereno el gesto, ya vencedor, sin soberbia en el alma, señalando con su espada hacia donde se debían desplazar en el glorioso campo de Ayacucho.

Cuando la batalla había concluido y a su merced estaban el virrey, los oficiales, los soldados de España; Sucre al encontrarse con La Serna prisionero, tuvo el gesto admirable de hacerle devolver su espada y exigir a los suyos respeto a su persona como solo lo hacen ciertos hombres de honor que como Sucre no llevan en el alma el rencor, no vienen a dividir y a destruir, hombres sin bajas pasiones y ambiciones que anuncian un destino superior, allá por donde ellos andan, por donde ellos habitan y señalan los forjadores de pueblos.

La gloriosa juventud de Sucre fue celebrada por La Serna al momento de conocer al vencedor, pero, además, apreció el virrey la presencia de otra superioridad cuando Sucre expresó no obstante el frenesí de la victoria y la inalterabilidad de la derrota que pudo justificar un desenlace diferente, allí mismo frente a sus soldados y la historia, aquel juicio admirable propio de su alma ejemplar: “gloria al vencedor, honor al vencido”.

El héroe que dominaba todo, que pudo poseer y arrebatar a voluntad vidas y destinos, prefirió con grandeza conducir, con nobleza perdonar, con moderación no aspirar para él otra recompensa que el respeto a su dignidad intachable y a su altura moral excepcional. Sucre no levantó su espada para beneficiarse, exigir, someter, adueñarse de su propio país.

Sus arengas en el propio campo de batalla, aquel 09 de diciembre de 1824 a los distintos batallones del ejército libertador, no fueron la invitación a la venganza sino el llamado superior al heroísmo, al patriotismo, a la derrota de la tiranía, no existiendo otro propósito sino la libertad y la redención de América.

Su parte al Libertador ese mismo día fue un testimonio admirable de sobriedad, corrección, elevación patriótica: “El campo de batalla ha decidido por fin que el Perú corresponde a los hijos de la gloria. Seis mil bravos del ejército libertador han destruido en Ayacucho los nueve mil soldados realistas que oprimían esta república…”.

El objetivo, la finalidad para Sucre de la guerra de independencia, estaba muy claro: destruir la tiranía, acabar con la opresión de la República, establecer los principios liberales, imponer, tal y como lo indicó en Ayacucho, no la fuerza de las armas per se -y menos por motivos indignos- sino que América pudiese asegurar: “la fuerza de su derecho”.

Además en el parte, Sucre informaba a Bolívar sobre las armas a disposición, sobre los oficiales detenidos y perseguidos, sobre los heridos y los muertos existentes en uno y otro bando. Dos logros en particular destacó entre los resultados de Ayacucho: la independencia del Perú y la paz, la ansiada paz en toda la América. No aparece en el texto, ni en sus cartas, ni en sus conversaciones, ni un solo reclamo de algo para él, solo la solicitud de honores para sus generales, jefes y oficiales que se distinguieron en la célebre jornada.

Mientras que Aníbal en Tesino prometió a sus hombres recompensas tan grandes si vencían, que ni siquiera -dijo- podían imaginar los dioses inmortales: “todo cuanto poseen los romanos, conseguido y acumulado con tantos triunfos, va a ser vuestro junto con sus propios dueños”, y, por otra parte, mientras Napoleón por su parte en Borodino prometía: “…abundancia, buenos cuarteles de invierno y un regreso pronto a la patria”; ni Bolívar, ni Sucre ofrecieron botines y riquezas, privilegios y venganzas, oportunidades para la ilicitud; demandaban y ofrecían a los hombres libertad y gloria, virtud y patriotismo.

¿Cuál el fin entonces de lucha y de la guerra en tantas batallas dolorosas? Sucre lo señaló de manera precisa el día siguiente de Ayacucho: “…la victoria para garantizar la libertad del Nuevo Mundo”. Sucre rechazó y castigó los atropellos con los cuales el ejército y los funcionarios cometieron contra los ciudadanos, denunció delitos, destituyó a culpables, dio muestra constante del sentido del deber patriótico que no era para el uso infeliz del poder en contra de las libertades y derechos del pueblo.

Hoy se cumplen 194 años de la batalla de la jornada Ayacucho, obra venezolana, obra colombiana, obra peruana, obra latinoamericana, “…obra del Mariscal Sucre” como escribió Bolívar para singularizar el mérito sublime del héroe para quien no existió otra razón más importante sino la grandeza de la patria libre.

@articulistasred
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