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El diario de mi Panamá

Lo primero que quiero reflexionar con un amigo es sobre “identidad”, conforme comparo lo que veo con Dubai, Brickell, y a medida de que construyo mi discurso...

  • JONATHAN REVERÓN

20/11/2018 05:00 am

Pasé unos días de visita en Panamá. Era mi primera estadía. A diferencia de otros diarios escribiré transcribiendo de memoria, sin apuntes y de adelante hacia atrás, como quien trata de rebobinar la película de un viaje al pasado. 

Regresé a Caracas un martes. Apenas solté la maleta me puse de rodillas ante las cajas donde todavía reposan mis libros, buscando el apartado latinoamericano, porque considero al escritor que estoy buscando un iberoamericano, pero de nuestro sur. Andrés Neuman, en Cómo viajar sin ver. “Panamá, cruce de cruces de cruces, tránsito hecho identidad”. 

–¿Cómo se llama esa playa?– Me pregunta una mexicana que viaja a mi lado. Consulto con mi compañero de viaje. 

Le contesto a la señora –diría que eso es Catia La Mar, pero usted se refiere a la zona...–. 

–Sí. 

–Ah. Eso es La Guaira, vamos a aterrizar en La Guaira y no en Caracas, más exactamente en Maiquetía, que forma parte de una provincia, el estado Vargas. Le hago toda la aclaratoria, porque nuestros boletos aéreos internacionales siguen diciendo Caracas, no Maiquetía. Pocos pilotos te dicen la verdad cuando llegas a Venezuela. 

–Cuál. 

 – “Bienvenidos al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía que sirve a la Ciudad de Caracas”. 

Las cosas por su nombre.

Es mi último domingo en Panamá. Rompo con el ciclo sofá-wifi-comida-sofá-wifi-ejercicio-wifi-sofá. Voy al #BioDomingo en el museo de la biodiversidad que hierve entre paredes y ventilación diseñada por el genio Frank Gehry. Ese día es gratuito para los panameños. Afino oídos para conseguir el acento venezolano entre guías y personal de la institución (tal y como me pasó en Santiago de Chile), porque recuerdo el comentario de un inmigrante paisano, “el venezolano ha inventado un acento híbrido con el panameño”. El museo es hermoso. Concientizan todo el milagro –casi cósmico– que ocurrió para que la tierra que pisan se convirtiese en nación. Del volcán al istmo, pues. 

El vaporón siempre se hace nube blanca y en apariencia impenetrable blanco limpio insuperable, cae como un techo bajo. Hay otra nube que pocos advierten y no ven lejana, la recesión. 

Entre rascacielos veo el reporte del editor de The Economist sobre la crisis para 2019. “Los bancos centrales tienen muy poco margen de maniobra para manejar sus políticas monetarias, la situación actual es precisamente de alta inflación y es difícil que bajen las tasas, la polarización política en el mundo dificultará que se logren consensos, puede surgir en Italia por sus problemas de endeudamiento excesivo, el Reino Unido anunció la creación de impuestos a las empresas tecnológicas, una señal de que prepara su portafolio para guardar dinero”. 

Cómo cambia la vida con un poco de buen internet. La civilización logró materializar la ilusión de quienes vimos Los Supersónicos. Ahora bien, hagan dos filas, la de la escala humana, y la del infierno de lo igual. 

Algunos amigos me cuentan que han optado por aislarse porque la xenofobia contra venezolanos en Panamá sigue latente. También está la anécdota de la empatía, la curiosidad por otra cultura, el caraqueño de fonda en fonda, tendiendo puentes. Los traumas de la colonización son libres. 

Me voy adentrando a una de las autopistas principales de la ciudad, abandono la periferia de Tocumen. Lo primero que quiero reflexionar con un amigo es sobre “identidad”, conforme comparo lo que veo con Dubai, Brickell, y a medida de que construyo mi discurso, compruebo cuánta azúcar tuvo nuestro tetero de modernidad. Dejar Caracas, dejar de verse el ombligo

@elreveron

elreveron@gmail.com
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