Dos mil dieciocho no ha sido cualquier año. Mucho menos el 11 de noviembre, fecha que acaba de transcurrir esta semana. Para los amantes de la historia, y para la humanidad en general, esta semana fue digna de ser conmemorada. Se cumplieron 100 años del armisticio que puso fin a la Gran Guerra, la primera de escala mundial, por lo que todas las celebraciones que se hagan en aras de aspirar a la paz serán siempre pertinentes.
Algunos criticaron el júbilo argumentando que la Primera Guerra Mundial solo fue el preámbulo para la segunda. Otros decían que nada se habría que celebrar, ya que resulta absurdo hablar de dos guerras mundiales cuando en la realidad ha sido una, con una breve pausa intermedia. No obstante, sea como sea, expertos analistas han venido informando que el siglo XXI ha sido el más pacífico de nuestra historia, al menos desde el año 1400.
Max Roser (Oxford) y Steven Pinker (Harvard) aseguran que pese a la sensación de conflicto permanente, el panorama global es mucho más pacífico de lo que fuera en el pasado. Los datos que toman en cuenta los investigadores son tan precisos como el número de muertes por cada 100.000 habitantes. Pero, ¿por qué resulta tan difícil sentirnos en paz? Pues porque no la hay. Incluso, pese a que la guerra haya disminuido, la misma se ha sobredimensionado, al punto que se puede estar librando del otro lado del hemisferio, pero sentimos que nos toca la puerta.
El avance de la tecnología y el gran proceso globalizador han achicado al mundo. Ahora, un conflicto en Afganistán produce conmoción en el orbe entero. El humano es cada vez más consciente de lo que sucede, por lo que le resulta natural alzar la voz en contra de aquello que considere errado. Por ende, la disminución en la belicosidad del hombre está íntimamente ligada al incremento de su consciencia. Entonces, no está demás decir que esta semana se celebró un día para la consciencia mundial, en donde vimos a más de 70 jefes de Estado frente al Arco del Triunfo -en París- rindiendo tributo a las 16 millones de vidas que se perdieron hace justamente 100 años.
Sin embargo, la política -como el periodismo- sirve para tomar un hecho del pasado y sacarle provecho a futuro. Eso hizo Macron, aprovechando la celebración para agregar una puntiaguda frase: “El patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo”. El doble sentido de sus palabras fue muy bien pensando. Las guerras mundiales se iniciaron bajo un pretexto patriótico y han terminado en un genocidio exacerbado. Hoy, si bien parecemos estar vacunados de las malas prácticas del pasado, el extremismo deambula al asecho, escondido bajo la máscara del patriotismo.
“La patria es el recuerdo”, diría el genial Ricardo Miró en su poema “patria”. Y es que los sentimientos más fuertes son despertados por la emoción, y no por la razón. Por eso “la patria” es una droga que sirve para escribir canciones, poemas y libros, pero como proyecto político, no ha traído más que sangre y guerra; a veces por causas justas, y a veces no tanto.
¿A quién se dirigía Macron? Con esos comentarios quiso afianzar su proyecto de Europa fuerte, grande y unida. Días antes había anunciado el proyecto de creación de un ejército europeo, lo que le generó fuertes críticas tanto de su mayor contrincante, Marine Le Pen, como de la oposición euroescéptica en general. Además, otro de sus enemigos jurados es el ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, quien ha acusado a Macron de hacer uso de las arcas públicas francesas para publicitarse a sí mismo de cara a las siguientes elecciones europeas en 2019.
Estos comicios electorales, que serán celebrados del 23 al 26 de mayo, cumplen con el mismo carácter dramático de las elecciones de los últimos años. Por ejemplo, -como gran novedad-, serán las primeras elecciones europeas sin Inglaterra, ya que el Brexit está previsto materializarse durante el mismo mes de mayo. Lo que confirma, una vez más, que estas elecciones a nivel europeo no están exentas de la polarización actual, no están exentas del “patriotismo contra nacionalismo”, que sigue consumiendo lentamente a Europa. Y a todos.
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