El conflicto representó una verdadera tragedia para la humanidad: más de 70 países beligerantes; 70 millones de soldados movilizados; 10 millones de soldados muertos; entre 5 y 10 millones de víctimas civiles; el enfrentamiento de las principales potencias de la época: Francia, Alemania, Gran Bretaña, Rusia, Austria-Hungría, el Imperio Otomano, Italia y Estados Unidos, incorporados a la lucha en 1915 y 1917, respectivamente, son algunos de sus resultados pero, al final, las terribles consecuencias no se pueden medir. Se incorporaron a la guerra hombres de todas partes entre ellos de los pueblos de África y de las islas del Caribe francés. Días antes Clemenceau, presidente del Consejo de Gobierno, uno de los creadores del Tratado de Versalles y quien había sostenido impedir a Alemania iniciar otra guerra, indicó en el Parlamento: “Ahora es necesario ganar la paz, lo que es posible que sea más difícil que ganar la guerra” y luego, el día de la victoria al recordar a los: “muertos heroicos” destacó la responsabilidad de los vivientes: “…ayer soldado de Dios, hoy soldado de la humanidad”, “… siempre el soldado del ideal”. 

La evacuación de Bélgica, Francia, Luxemburgo, Alsacia-Lorena; el regreso de los alemanes a sus anteriores fronteras y la salida de los territorios de Austria-Hungría, Turquía, Rumania, la entrega de armas y otros asuntos fueron las condiciones. 

El fin del horror, la derrota de Alemania y del militarismo, la victoria por la libertad, fueron los objetivos. La reconciliación fue la lección que tuvo que aprender Europa durante medio siglo. 

En ese entonces el parlamentario Deschanel demandó: “poner en práctica el ideal de nuestra raza: ¡El derecho por encima de la fuerza!”. Es el destino que debe cumplir la humanidad. 

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