Realidad y ficción
Sociólogos y demás especialistas coinciden en afirmar que nos estamos deshumanizando, que hemos retrocedido a pasos agigantados en la consecución de un mundo al calor del verdadero abrazo de piel...
La gran diferencia entre la literatura y el séptimo arte es que en la primera tenemos la libertad para representarnos todo lo que se nos cuenta y así construir nuevos mundos a nuestra medida. No obstante, el común denominador entre ambas artes es que nos permiten soñar, elevar nuestros pensamientos, rayar en la magia y así trascender la finitud de la existencia. Desde siempre, ha sido tema de interés filosófico la impronta de la ciencia ficción, del drama y de la comedia como medios que nos impacten en lo ontológico: es decir, en el Ser. En realidad, no sabemos si la literatura y el cine nos hagan mejores o peores personas; pero lo que sí queda claro (y de ello es ejemplo obras como El Quijote, en la que se nos revela cómo la lectura de novelas de caballería lleva a Alonso Quijano a asumir una vida que no es la suya, haciendo de él un poseso de un mundo ilusorio), es que ambas nociones del arte pueden movernos a lo largo de la existencia en nuestras bases personales, creencias y sistema de valores. En otras palabras, el cine y la literatura producen en nuestro ser una remezón solo equiparable a la conquista de nuevos territorios personales.
Ahora bien, realidad y ficción definen muchas veces sus linderos en las artes, hasta hacerse la amalgama de mundos ideales, que hacen de sus lectores y espectadores miembros de una nueva casta: la de quienes, sabiéndose presas del hechizo del autor de la obra, se dejan llevar en las alas de la magia y del ensueño y se echan sin más en sus brazos bienhechores. Una buena película, por ejemplo, de seguro marcará la sensibilidad del espectador, hasta el extremo de producir en él un punto de inflexión que podría signar para siempre su derrotero vital. Como la literatura, el séptimo arte nos interpela, nos azuza, nos mueve desde nuestras propias raíces, para mostrarnos mundos aparentes, posibles, que de alguna manera nos “ayudan” a sobrellevar con estoicismo la realidad real: esa que supera con creces los linderos de toda creación.
Sociólogos y demás especialistas coinciden en afirmar que nos estamos deshumanizando, que hemos retrocedido a pasos agigantados en la consecución de un mundo al calor del verdadero abrazo de la piel y de los sentimientos. El pensador francés Edgar Morin, el más importante autor de no-ficción de nuestros días, a lo largo de su extensa obra ha dilucidado con éxito los límites de lo humano frente al portentoso desarrollo de los últimos doscientos años, y con fuerza plantea la denominada hominización del Ser. Es decir, regresar a nuestras propias raíces de seres llamados a la interrelación y al contacto, pero también con la deidad (ya que estamos ganados a la espiritualidad y a lo sobrenatural).
El séptimo arte nos interpela como personas, nos azuza en medio de la razón y de la existencia (a veces de la nada), nos mueve a buscar en sus “espacios” los referentes filosóficos, para que indaguemos en nuestra interioridad los verdaderos límites de lo posible como realidad presente y de la fábula como tabla de salvación, en medio de la soledad y de la ingrimitud existencial, que atenazan con sus poderosas garras la vida de muchos seres sobre la Tierra. Sin duda, que como todo arte podrá erigirse en un clásico en su género; pero sobre todo, como eje aglutinador entre lo ético y lo práctico frente a la incertidumbre global, que se cierne sobre la raza humana como un punto titilante en su denso y a veces zigzagueante horizonte.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
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