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Arria y Ledezma: la historia los absolverá

ORLANDO VIERA-BLANCO. Siendo Arria y Ledezma los dos grandes paladines de la libertad de Venezuela desde el exilio, ¿cómo lograrlo sin una verdadera unidad? Esa es su escuela política.

  • ORLANDO VIERA-BLANCO

23/10/2018 05:00 am

He sostenido una larga conversación con el alcalde Antonio Ledezma. Reveladora en lo humano, sentida en lo familiar y franca en lo político. Quiero compartir con mis lectores parte de esta conversación que además tuvo como vitrina nuestro estrado de El abogado del diablo.

La familia. El escándalo
Antonio, para quienes no le conocen, es el hijo mayor de una camada de 9 hermanos, cuyo padre fue un inmigrante italiano (Sr. Bruno), y su madre, doña Severa Ledezma, nativa de San Juan de los Morros. Hombre sencillo de procedencia humilde, se hace líder juvenil a temprana edad (13) en su ciudad natal, cuando siendo un imberbe se montaba en las tarimas de su Liceo Juan Germán Roscio lanzando sus discursos a sus pobladores. La habilidad de Antonio con el verbo no le viene sólo del llano. Precoz con la lectura, con la poesía y el tutelaje político de Claudio Pino (máximo líder adeco de Guárico), pronto afloraron sus dotes de oratoria.

Se casa con Mitzy Capriles. Tiene cuatro hijos y tres nietos. Su suegro -hombre de dinero y de poder- Miguel Ángel Capriles, legó fortuna a su hija a la que Ledezma ha renunciado. “Ni me monto en yates ni voy al Country Club de Caracas... Desde muy joven tuve que desprenderme de un Chevy de muy buena chapa y pintura, porque no iba con la línea de un líder popular. Esa ha sido mi escuela, mi convicción y mi actitud en la vida. Incluso hice que me firmaran capitulaciones matrimoniales con Mitzy. No era justo que viniera a hacerme de un patrimonio que no era mío, ni trabajado por mí...”. Y doy fe de la sencillez de Ledezma, típico vástago de inmigrante y lugareña que a pesar de haber heredado fortuna de su padre, sigue encarando la vida con simpleza, un humor mordaz y una calidez propia de la tierra que le vio nacer y de la madre que le dio sustento.

Sobre la detención de su yerno en España, me respondió tajante viendo al lente sin tembleque: “Sí es mi yerno. Es una situación difícil que afecta a mi hija, quien cuenta con todo mi apoyo familiar. El resto lo decidirá la justicia. Yo no detengo mi camino por la libertad de mi país. Recién cumpliré un año de haberme fugado del régimen. No he parado en mi andar, y no pienso estar un año más en el exilio. Esto tiene su final pronto, pero para que ocurra, tenemos que trabajarlo juntos porque el enemigo no es fácil”.

Diego Arria. Entre pasado y futuro
Arria es otro líder de origen e idiosincrasia adeca. Por haberse entregado al mundo diplomático su dinámica y personalidad política es diferente a la de Antonio. Aquél educado en escuela pública (Dr. Vicente Peña); Diego, formado en los pasillos de las Naciones Unidas en Nueva York. Por ello más protocolar, menos refranero, más pausado pero igualmente incisivo. Arria se ha desmarcado de la oposición electoralista y dialogada, arengando la tesis de la intervención forzosa y el salto a la transición política. Tesis nada fácil de implementar, pero impulsada desde la autoridad superior de quien estuvo al frente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin embargo, él sabe que los tiempos diplomáticos son pesados y complejos, y que la legítima defensa de Estado, el principio de la injerencia legítima o una coalición internacional de extracción quirúrgica, son retos que sólo se alcanzan cuando median desastres humanitarios, guerras civiles brutales y holocaustos. Diego va por el mundo demostrando que si bien Venezuela aún no es Ruanda, ni los Balcanes o el holocausto Judío, sí vamos directo hacia ello y es deber de las naciones prevenirlo defendiendo a los pueblos indefensos.

Arria ha ido cabalgando en tres direcciones: 1.- Deber de Proteger consagrado en la Cumbre 2005 de la ONU. 2.- Estatuto de Roma, CPI y Justicia Universal. 3.- Justicia Trasnacional y Tratado de Palermo (2000) sobre Crimen Organizado. La ecuación de lo que puede hacer la comunidad internacional en términos forzosos, no sale de esa trilogía. Pero Arria también lucha con la izquierda de caviar europea que tiñe de ignorancia deliberada y diálogos inútiles cualquier opción radical y no negociada. Obstáculos que cuentan con personajes como el Papa Francisco, el canciller español Joseph Borrel, el inefable Zapatero, más el padrinazgo de China y Rusia, cuyos abedules caen encima de los naranjales, y Arria, a sus 80 años de edad, no descansa en apartar y despejar. Arria ahora también va por Sánchez García a quien le ha dicho: “Usted no representa a la Unión Europea”.

Pero Arria y Ledezma están atrapados en sus circunstancias. Por una parte, el peso expectante de una retórica de desenlace inminente, forzosa e intervencionista de muy difícil maduración y articulación que impacienta y desespera. Y por otro lado, un discurso crítico y polarizante que ha dividido a la oposición, creando una desmovilización inoportuna.

Esto genera un gran dilema. Siendo Arria y Ledezma los dos grandes paladines de la libertad de Venezuela desde el exilio, ¿cómo lograrlo sin una verdadera unidad? Esa es su escuela política. Los grandes consensos. Las unidades operativas de organización y coordinación. Esa era la directriz política de don Rómulo Betancourt. Y para esto se requiere un extra de desprendimiento, si acaso de regresar al pasado de liderazgos más horizontales y amplia base. Y la historia los absolverá.

@ovierablanco
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