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Los incomunicados

ALIRIO PÉREZ LO PRESTI. Cuando nos expresamos usando recursos que intentan expandir lo que se dice, se transgrede el espíritu del lenguaje, ya que en la transgresión se halla el origen del cambio

  • ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

23/10/2018 05:00 am

Esto de interesarme por la comunicación comenzó hace ya mucho tiempo a raíz de un malentendido con Gisela, pues cuando le manifesté que la quería como una lechuga, no sólo se molestó conmigo para siempre, sino que me trató de cínico. ¿Qué entendió ella? ¿Por qué habría de ser “lechuga” un término peyorativo? ¿Por qué debo quererla como una rosa? ¿Es imprescindible apegarse a los estereotipos para hacernos entender? 

Cuando nos expresamos usando recursos que intentan expandir lo que se dice, se transgrede el espíritu del lenguaje, ya que en la transgresión se halla el origen de cualquier cambio y sin las acrobacias del lenguaje, la especie humana estaría condenada a una pobreza ilimitada: la ausencia de lo poético en el habla de cada día. 

El drama de comunicarse, drama al fin, está permanentemente condicionado. Resulta que las cosas poseen inevitablemente un significado diferente para cada uno de nosotros. Cada quien estructura una manera particular y única de apreciar la realidad, de tal forma que es imposible “pensar el mundo” como lo hacen quienes nos rodean. En ocasiones he llegado a creer que nos estamos comunicando con palabras similares, pero con diferentes significados. Cada quien oyendo del otro sólo lo que su manera de concebir el mundo le permite. No escuchamos lo que queremos, sino lo que podemos. Por ello muchos insisten en asumir la existencia como si fuese un estado permanente de aislamiento con los demás. 

Que si digo A y me entienden B; que si hay que explicar esto o lo otro. Es parte de la perenne dinámica de quien trata de cultivar la comunicación como un propósito de vida. En mi ensayo Los peligros de comer cotufas (Consejo de publicaciones de la ULA. Reimpresión 2008), existe un capítulo titulado El drama de la comunicación, en el cual expongo mis impresiones en torno a las dificultades que tenemos las personas cuando nos expresamos. Pocas cosas son tan satisfactorias como el tratar de entendernos y a la vez: ¡Qué difícil es lograr entendernos! 

A tal punto es un problema la comunicación, que en ocasiones pienso que deberíamos hablar de distorsión de la comunicación, e incluso de ausencia de comunicación, muy a regañadientes de lo que pueden pensar los estudiosos de estos asuntos. Comunicarnos es difícil. A veces he llegado a pensar que no es posible comunicarnos; al menos acertadamente. Esa es la gran paradoja de una criatura que se diferencia supuestamente de los demás animales por su capacidad de manejar una complicada manera de interrelacionarse: la palabra y los símbolos que aletean sobre las palabras. 

Ni siquiera el lenguaje no verbal es confiable. Miles de ojos se posan en el mismo lugar. Si un personaje tiembla y es observado por estos miles de ojos surgirán tantas interpretaciones… o el rubor en el rostro de una dama… o la tos de alguien que dicta una conferencia… o la palidez de un oficial de tránsito… o lo que estoy intentando decir… simplemente… 

Se complica todavía más cuando en nuestro modo de comunicarnos hacemos uso de metáforas y paradojas. Ambas maneras simbólicas de representar lo que queremos de una manera harto elaborada y liada, en un afán de conseguir “belleza expresiva”. Todo sea por el afán de dar trascendencia estética a aquellas cosas que tenemos a bien querer manifestar. Cuando nos expresamos con metáforas, tanto quien la expresa como quien la interpreta, requiere de cierta capacidad para “dilucidar” el discurso, lo cual puede conllevar a la complicación de la disertación y hacer espinoso el entendimiento. 

La paradoja es una delicia lingüística que bien elaborada es capaz de suavizar el más peliagudo de los discursos, lo cual a la vez requiere de una reelaboración por parte de quien escucha lo que se intenta decir. Es por ello que en algunas personas lo poético está ausente. Se trata de cierta incapacidad para atrapar y agarrarle el gusto a las metáforas y las paradojas, que a fin de cuentas son la sal del habla. Para muestra basta un botón, y como dice el buen Konrad Lorenz: “Los seres vivos cuentan, al que sabe escucharlos, las historias más maravillosas, que son precisamente las verídicas; y en la naturaleza, la verdad supera en belleza a todo lo que puedan imaginar nuestros poetas, que son los únicos encantadores que existen”. 

La comunicación se hace más difícil cuanto más evolucionado se encuentre el animal. En los seres humanos aparece el asunto interpretativo que todo lo transforma. Simbolismos, fantasías y ficciones personales surgen como grandes saboteadores. Cada uno arrastrando distintos niveles comunicacionales, desde lo que pertenece a su espectro público, pasando por lo privado, para terminar en lo íntimo. Comunicarse puede incluso llegar a ser un acto de fe. 

Pobre Gisela. No se imagina cuánto adoro las lechugas. Al punto que en mi testamento lo especifico con claridad: “No me envíen flores el día de mi partida. Con grandes coronas de lechugas frescas podré trascender con mayor sencillez y hasta dicha”. 

@perezlopresti
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