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La Mérida colonial y la independencia

RICARDO GIL OTAIZA. El Cabildo creó la denominada Junta Superior Gubernativa de Mérida y, a partir de entonces alcanza la provincia de Mérida su anhelada emancipación

  • RICARDO GIL OTAIZA

21/10/2018 05:00 am

Múltiples son las descripciones que dan cuenta de la Mérida colonial cercana a 1810, porque múltiples fueron los viajeros que se adentraron en su territorio desde sus inicios, atraídos por viejas leyendas, o quizá por la magnificencia de su paisaje coronado por la Sierra Nevada. Los viajeros coinciden en ver a un poblado sencillo, de pocas calles, con gente laboriosa, pero también ganada a la introspección. Tal vez ese carácter del merideño se deba a su clima, que según Juan de Dios Picón, exgobernador de la Provincia, es bastante sano, “pero la cercanía de los páramos, las montañas de la sierra y demás cerros que la rodean, lo hacen muy lluvioso y su atmósfera muy cargada de niebla y vapores, cuya circunstancia influye en el carácter y genio de sus habitantes…”, nos lo dice Carlos C. Rodríguez en Testimonios Merideños (1996). Es la Mérida del convento de Santa Clara, de los Jesuitas, Dominicos y Agustinos, la del Colegio Seminario de San Buenaventura, la del Obispado y del Cabildo Eclesiástico; es la ciudad que desconoció a las autoridades coloniales en 1781 y que siguió a los Comuneros, es la Mérida orgullosa de su Catedral; es ya la ciudad intelectual y campesina: la de las grandes tradiciones religiosas y culturales, la de fantasmas y aparecidos, la de los sembradíos de trigo, caña de azúcar y café, la del Lazareto, la de haciendas y conucos, la de las floras y hortalizas, la de los pesebres en diciembre, la de portentosas bibliotecas y la de descollantes figuras. 

Para 1810 es Mérida una ciudad interesante, inquieta en lo político, no muy contenta con tener que depender de Maracaibo desde finales del siglo XVII. Los sucesos de Caracas del 19 de abril de ese año, con el establecimiento de la denominada Junta Suprema, traen consecuencias impredecibles en las provincias. De hecho, en ellas se conocía con lujo de detalles lo acaecido en España en 1808, con la invasión napoleónica a la península Ibérica, el motín de Aranjuez, los sucesos de Bayona y el comienzo de la guerra de independencia española. Mérida no fue la excepción. No obstante, todo parece indicar que la vida en esta ciudad no cambió de manera particular, sólo que lentamente fue generándose una inquietud, una matriz de opinión en torno a la crisis de la metrópoli. Fueron los hechos del 19 de abril caraqueño los que encendieron por estos predios los ánimos, ya que desde la capital se comisionó al merideño Luis María Ribas Dávila para conminar al Cabildo de Mérida a que se sumara al movimiento independentista. 

El 16 de septiembre de ese año marca el quiebre del orden colonial en la entidad, cuando, atendiendo a los requerimientos de la Junta de Caracas, el Cabildo merideño convocó al pueblo y a sus representantes (civiles, eclesiásticos y militares), así como a los colegios, comerciantes y dueños de haciendas para ponerlos al tanto de la situación y leerles los oficios de las juntas. El historiador Carlos Chalbaud Zerpa, en su Historia de Mérida, plantea que “las Juntas Supremas de Santa Fe de Bogotá y Caracas y la Superior de Barinas amenazaron al Cabildo y Pueblo emeritense con el rompimiento de Guerra si no se adherían a la causa común”. 

El Cabildo Abierto desconoció así a las autoridades monárquicas que despachaban en Maracaibo, produciéndose desde entonces la separación y ruptura con la capital política de la provincia vigente desde 1676. El Cabildo creó la denominada Junta Superior Gubernativa de Mérida, y, a partir de entonces, (el terremoto de 1812 que devastó la ciudad, y la guerra), alcanza la provincia de Mérida su anhelada emancipación. 

@GilOtaiza 

rigilo99@hotmail.com
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