En un mitin para estimular al electorado republicano, frente a miles de personas, transmitido por TV y replicado alrededor del mundo por Internet, el Presidente de Estado Unidos se burló (una vez más) de Elizabeth Warren, una senadora demócrata, profesora universitaria y autora de una docena de libros. Hace tiempo que Trump se refiere a ella despectivamente como “Pocahontas”, porque Warren, quien es rubia de ojos azules, ha asegurado tener sangre indígena, según su familia le contó desde niña. A principios de julio, Trump -en uno de sus efectistas e improvisados discursos frente a una masa que le ríe sus chistes baratos- tuvo la ocurrencia de desafiar a Warren con una prueba de ADN. Al margen de aprovechar el momento para burlarse de la lucha de los derechos femeninos haciendo sorna del #MeToo, le ofreció 1 millón de dólares de su bolsillo para la organización benéfica que ella escogiera si lograba demostrar que tiene sangre indígena.

Pues la prueba de ADN dio “positiva”. Warren le informó que debía girar el cheque al Centro Nacional de Recursos para las Mujeres Indígenas. ¿Cuál fue la respuesta del presidente que obtuvo 3 millones de votos menos que su oponente? Primero negar descaradamente que ofreció dinero. Luego mofarse del bajo porcentaje obtenido en la prueba y vulgarizar la amenaza de que él la “testearía” personalmente en el debate -si ella lograse la nominación como candidata presidencial- pero que será algo que no disfrutará haciendo. Y todavía hay a quien le parezca simpático los patanes en el poder.

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