Leemos en Levítico (23:39-43): “Y el día quince del mes séptimo, al término de la cosecha, celebraréis festividad al Eterno durante siete días. El primero será de estricto descanso, como asimismo el día octavo. Y tomaréis para vosotros frutos de cidra, hojas de palma, ramas de mirto y de sauce del arroyo, y os regocijaréis ante el Eterno, vuestro Dios, durante siete días. Será una fiesta al eterno de siete días en el año. Ley eterna será para vosotros esta fiesta, para que la celebréis anualmente cada mes séptimo. Viviréis en cabañas esos siete días. Cada nativo de Israel habitará en cabañas, para que vuestras generaciones sepan que hice habitar a los hijos de Israel en tiendas cuando los libré de la tierra de Egipto, Yo, el Eterno, vuestro Dios”.
Sucot, la Festividad de los Tabernáculos, o la fiesta de las “Cabañas”, es la tercera y última de las Pascuas de Peregrinaje a Jerusalén; cada familia debe construir su sucá (cabaña), conservándola por siete días. En la sucá (cabaña) hay que habitar, comer, estudiar y dormir. Por siete días, el hombre ha de salir de su cálido hogar y morar en una vivienda endeble y paupérrima.
La residencia en cabañas es una señal de humildad y gratitud por la protección que brindó Dios a los hijos de Israel, que habitaron en tiendas, durante su travesía de cuarenta años por el desierto. Los amparó del sol, de las tormentas de arena, y de todos los peligros que continuamente los acechaban.
Algunos ven en la sucá el símbolo de la vida efímera, incierta y errante de los judíos en la diáspora. En el exilio, toda vivienda es precaria y transitoria, ya que así también son las características de nuestra vida en este mundo, nadie podrá establecerse de manera definitiva en él.
Otro mandamiento Divino, relativo a la festividad de Sucot, consiste en tomar en nuestras manos un conjunto de cuatro especies: lulav (la rama central de la palmera), etrog (cidra, fruto cítrico), hadasim (las ramas de mirto) y aravot (las ramas de sauce), y realizar determinados movimientos rituales con ellas, durante el rezo. El movimiento de las cuatro especies reunidas es la expresión y el símbolo de nuestra gratitud y sometimiento a Dios.
Estas cuatro especies, que representan al pueblo judío, fueron interpretadas por nuestra exégesis de la siguiente forma:
Tal como el etrog tiene un buen sabor y una fragancia agradable, así también entre los judíos existen hombres estudiosos de la Torá que practican buenas acciones.
El lulav, tal como su fruto, el dátil, tiene buen sabor pero carece de aroma; así también existen hombres que han estudiado pero no practican lo aprendido con el grado de perfección y exigencia adecuado.
Las ramas de árboles frondosos, como las hadasim, poseen un aroma muy agradable pero son insulsas; así existen aquellos que realizan acciones perfectas sin ser muy estudiosos de la santa Ley.
Tal como la aravá, que es insípida y carece al mismo tiempo de aroma alguno, existen personas que no son estudiosos, ni tampoco realizan buenas acciones.
Dice que el Todopoderoso: “Que sean unidos y ligados todos juntos, y unos expiarán a los otros” (Vayikrá Rabbá, 30:11).
Este maravilloso y aleccionador mensaje, bien lo conocemos en español como: “En la unión está la fuerza”. Al haber unión, respeto, tolerancia y empatía, nuestra sociedad se verá fortificada ante cualquier vicisitud, y las pruebas a las que seamos sometidos serán superadas con la ayuda del Todopoderoso, ya que contamos con su infinita misericordia y beneplácito debido a nuestra ejemplar conducta.
La práctica del “amor al prójimo como a uno mismo” es la base de toda la Torá, tal como lo expresó Rabí Akivá.
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