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Venezuela en cinismo

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ. Hoy los perros ni siquiera inquieren. El cinismo es la manifestación desagradable de una falsa conciencia, sólo en apariencia esclarecida

  • TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ

26/09/2018 05:00 am

El cinismo aflora en el siglo XXI. Ya no el de Diógenes, ni siquiera aquel manifestado por Oscar Wilde cuando exclamó que él no era un cínico sino un hombre con experiencia, para preguntarse, sin embargo, si acaso no eran la misma cosa. 

La decepción de este hombre lo lleva a la convicción de que restar sensible es utópico pues mantener los sentidos en alerta ante una felicidad que no llegará es necio. Diógenes irrumpe en la Atenas decadente. Siempre el cinismo lo hace en tales circunstancias. Sin embargo, el cínico de la antigüedad era un original solitario y un moralista provocador. En otras palabras, un marginal. Ahora el cinismo crece en el anonimato. Ya no hay perro que husmee, cual Diógenes. No subsiste una Aufklärung, es decir, la vieja convicción de que el mal resulta de la ignorancia y que basta el saber para curarlo. El cinismo de estos tiempos donde los perros no rastrean es la respuesta a esta desilusión, que, como también la define Sloterdijk, “es la forma moderna de la falsa conciencia”

Un perro que mordía
Diógenes no era la falsa imagen de un filósofo en un tonel, era, por el contrario, un perro que mordía. Hoy los perros ni siquiera inquieren. El cinismo es la manifestación desagradable de una falsa conciencia, solo en apariencia esclarecida. No recuerdo quien acuñó la expresión “mal del siglo”, pero si se puede asegurar que el del XXI será, o es ya, el cinismo. El cinismo ya no es una mezcla de humorismo, filosofía e ironía. La antigua alianza entre la dicha, la ausencia de necesidad y la inteligencia, no existe más. Por ello las religiones orientales patinan en sus viejos encierros y la cultura occidental deja de lado la tradición inteligente. Cuando los perros de Diógenes de Sinepe no solo husmeaban sino que mordían había respuesta a la desilusión. La única coincidencia es que el cinismo, en cualquiera de sus formas, reaparece cuando la civilización deja la inteligencia. Un pintor italiano, Giorgio de Chirico, lo resume: los hombres tienen caras redondas y vacías, miembros proteicos y son geométricamente parecidos a los humanos, pero solo se les asemejan. La humanidad gorda de Botero los hace a todos un indeterminado uno. El hombre se parece a todos y a nadie. Como los “verdugos” de las redes.

teodulolopezm@outlook.com
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