Un mar digital lleno de velas analógicas
No es que ya no sea posible comunicarse y organizarse en tejidos sociales, es que hay que hacerlo de modo distinto al prevaleciente en la sociedad analógica
El impacto más profundo de las nuevas tecnologías reside en cómo reconfiguran nuestros tejidos sociales. Están transformando radicalmente desde la organización social hasta la manera en que nos comunicamos entre nosotros y con “los otros”, ya sea con gobiernos, empresas o partidos. Lo que nos plantea las siguientes interrogantes: ¿cómo reconocernos y comunicarnos?, ¿cómo hacerse oír a los demás? Por lo amplio del tema nos enfocaremos solo en cómo “los otros” (empresas, gobiernos, partidos, asociaciones e instituciones educativas), deben abandonar sus modos de comunicación analógicos con la gente de hoy.
Lo primero es un asunto de óptica y conceptualización. Utilizar categorías sociales tradicionales generales como 'los jóvenes' o 'los trabajadores' es hoy un error, pues estos públicos, más que nunca, son muy heterogéneos. No hay trabajadores, por ejemplo, hay multiplicidad de ellos: formales, informales, calificados o no en grados diversos, viejos o jóvenes (con múltiples grados intermedios), empleados en los servicios, el gobierno, la industria y el campo. Unos laborando en puestos de trabajo y otros de modo remoto. Esta es apenas una fracción de factores que diversifican a los distintos públicos hasta el límite, llegando a individualizar tanto a sus miembros que ya hoy hablamos de micro segmentación para indicar que para muchos efectos hay tantos públicos distintos como personas.
Lo primero es un asunto de óptica y conceptualización. Utilizar categorías sociales tradicionales generales como 'los jóvenes' o 'los trabajadores' es hoy un error, pues estos públicos, más que nunca, son muy heterogéneos. No hay trabajadores, por ejemplo, hay multiplicidad de ellos: formales, informales, calificados o no en grados diversos, viejos o jóvenes (con múltiples grados intermedios), empleados en los servicios, el gobierno, la industria y el campo. Unos laborando en puestos de trabajo y otros de modo remoto. Esta es apenas una fracción de factores que diversifican a los distintos públicos hasta el límite, llegando a individualizar tanto a sus miembros que ya hoy hablamos de micro segmentación para indicar que para muchos efectos hay tantos públicos distintos como personas.
A la tendencia de la fragmentación social se une la del aislamiento como barrera comunicacional. De acuerdo con un estudio reseñado por Harvard Business Review que analiza cómo desde 1990 a la fecha, el porcentaje de personas que afirman no tener un amigo cercano se ha cuadruplicado alcanzando hoy el 12 por ciento de la población estadounidense. Fenómeno semejante se reseña para la India. Estas tendencias parecen reproducirse en los países del mundo occidental de economías modernas, observándose, además, que entre quienes sí tienen amigos, la tendencia es a tener muchas amistades superficiales, pero pocas profundas. Adicionalmente, se observa una tendencia a sustituir amigos e hijos por mascotas y, entre los más jóvenes, las preferencias se inclinan hacia los contactos y empleos virtuales antes que los contactos cara a cara. Sin ironía ninguna, es plausible pensar que la sexualidad se torne más solitaria o virtual y la reproducción llegue a depender más de vientres artificiales e inseminación artificial. Esta tendencia al aislamiento individual, colectivamente produce el decrecimiento de asociaciones como clubes, las de ayuda mutua, partidos políticos y, en general, de todas las voluntarias.
Ya en siglo XX se hablaba de la tribalización de los habitantes urbanos, hoy gracias a las nuevas tecnologías las tribus pueden ser tanto más planetarias como más locales, pero en todo caso más virtuales, aisladas de las otras tribus, con narrativas, intereses, valores y estilos de vida bastante singularizados, si así lo quieren. A esta fragmentación de públicos, surgimientos de tribus-burbujas, de desconexiones primarias, se agregan la proliferación de mensajes en las redes sociales, de fakes news, que convierten a los espacios comunicacionales en lugares ruidosos y saturados produciendo el fenómeno de la infoxicación, tendencias a apelar a las creencias por sobre el pensamiento crítico, a decidir a partir de las emociones sin, o con poco, procesamiento racional.
Esta realidad torna inefectivas las políticas públicas dirigidas a “las mayorías”, el mercadeo masivo de productos indiferenciados, así como a las narrativas políticas “talla única” y a los partidos de masas. No es que ya no sea posible comunicarse y organizarse en tejidos sociales, es que hay que hacerlo de modo distinto al prevaleciente en la sociedad analógica.
Por ejemplo, la educación ya no puede ser memorística, debe ser habilitante para la búsqueda, captura y procesamiento crítico de información. Ya no importa tanto el volumen de datos como sí las capacidades de capturar y mantener la atención, de procesar rápidamente y motivar a compartir. Los humanos estamos diseñados biológicamente para la supervivencia en grupos, lo que está en juego son las formas de adaptación de las nuevas tecnologías para lograrlo. El teléfono es hoy no solo el conector social por excelencia, lo es para informarse, para expresarnos colectivamente, para hacernos simultáneamente observador y actor de los acontecimientos. En cierto modo nos convierte a todos en reporteros y veedores de los sucesos, en objeto y sujeto simultáneos de la acción social e investigación científica.
El problema no es que las redes sociales, Internet, los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial produzcan estos efectos, es que quienes quieren comunicar no se han adaptado suficientemente a los nuevos tiempos, quieren comunicar, educar, comerciar, conseguir respaldos y organizarse con patrones analógicos en un mundo digital. Es querer mover un barco a vapor (o de energía nuclear) con velas y por el viento.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
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