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Elegir las batallas

Quienes me conocen saben que no sé callar, que no temo a la dialéctica, que me preparo para el combate y allí voy contra viento y marea, y esto por supuesto me ha ganado muchos desafectos y enemigos

  • RICARDO GIL OTAIZA

17/08/2025 05:05 am

De niño mi madre solía referirse a mí como a un “gallito de pelea”, igual lo hacía un amigo y vecino que iba con frecuencia a la casa, y tal denominativo era porque nunca me quedaba callado frente a las circunstancias a pesar de mi corta edad: entraba en discusiones y decía lo que pensaba sin mayores problemas, y mi arrojo no sé en realidad de dónde venía, porque, paradójicamente, era muy tímido y me sonrojaba con facilidad. Esa vena de opinador de oficio (sí, este era el sustantivo que podría definirme), la llevé desde siempre y me veo en la ventana de mi casa siendo muy joven discutiendo con los Testigos de Jehová que iban a evangelizar y con mi primo hermano que era Evangélico, y lo gracioso está en que lo hacía con cierta autoridad, porque había leído el Nuevo Testamento varias veces y me lo sabía de cabo a rabo porque quería ser cura (menos mal que no lo fui, y no lo digo solamente por lo del celibato, ya para mí bastante cuesta arriba, sino por otras circunstancias frente a las cuales hubiese sido un agudo y acérrimo crítico).

Quienes me conocen saben que no sé callar, que no temo a la dialéctica, que me preparo para el combate y allí voy contra viento y marea, y esto por supuesto me ha ganado muchos desafectos y enemigos, de allí que algunos me califiquen de imprudente, porque tengo el defecto (si así se le puede llamar) de no ser hipócrita, de no decir lo que otros quieren escuchar así no lo sienta, y yo para eso no soy muy bueno. Con el tiempo he aprendido a ser táctico y estratégico, a elegir mis batallas, como decimos en gerencia, y, si bien, no me meto en camisa de once varas, no rehúyo a la confrontación, a menos que mi contrincante sea un tonto y no sepa expresar con decencia sus opiniones, ante lo cual doy media vuelta y me retiro, porque no me gusta discutir con necios e ignorantes.

En mi larga carrera docente en la universidad me enfrenté con mucha mediocridad y eso me llevaba los demonios, porque no podía entender que en el núcleo del saber y de la ciencia me topara con gente con tantas medianías mentales, y que prevaleciera más la pose que la postura intelectual, más la apariencia, la vanidad y la megalomanía, que la hondura y la sensatez. Con todo y eso, alcancé cierta notoriedad en esos territorios, frente a colegas pensantes que sí supieron sopesar y dar valía a los aportes, y me llevaron a ser el decano de mi facultad, en cuya posición tuve enormes aciertos y logros, pero también, debo decirlo, grandes desavenencias y encontronazos, y en ese necesario claroscuro humano pude salir por la puerta delantera y hoy atesoro bonitos recuerdos, experiencias y, sobre todo, algunos amigos.

Igual podría decir de mi actuación e interrelación en el seno de otras instituciones en las que soy miembro: luces y sombras, alegrías y momentos no tan espectaculares, y, con respecto a los desafectos y oposiciones que he hallado en ellas, siempre ha sido por mi eterna manía de expresar lo que siento sin adornos y con crudeza (aunque con mucha honestidad). He ganado enemigos en ellas sin querer queriendo, porque no he sabido elegir las batallas y hablé cuando no debí hacerlo, y mientras muchos callaron cuando vieron en el cielo nublado los relámpagos y escucharon los truenos, yo, el todo terreno, salió de su nicho y se fue al centro del escenario en un intento, muchas veces vano, de poner las cosas en su sitio. Y digo vano, porque gané enemigos por decir lo que pienso, y quedé injustamente como el malo de la partida.

En la prensa ni se diga: llevo ya varias décadas como articulista y llegó un momento en el que tuve que tomar la decisión de no hablar más de política (aunque a veces echo unos tiritos al aire), porque recibía insultos e improperios, amenazas y ditirambos, y me quedé solo con la literatura y los libros, que tanto amo y han traído felicidad a mi existencia. Algunos dirán que fui cobarde, pero tenía una familia qué cuidar y proteger, y al ver el oscuro panorama que se cernía, me dije: ¡ya basta!, la vida no es solo política y políticos, hay un enorme espectro que se abre y no tengo por qué quedarme anclado frente a un “algo” poderoso que no depende de mí, pero que me impregna de malas vibras y resquemores, y dibuja un ominoso horizonte. El tiempo me dio la razón, y de no detenerme hubiera ido a parar con mis huesos a quién sabe qué oscura mazmorra.

Y en las redes sociales la situación no ha sido muy distinta: me sacaron de tres grupos de WhatsApp porque me atreví a expresar cuestiones que los demás callaban por pudor o por falsa “cortesía”, y en otros grupos siento que, de seguir expresando mis pareceres sin ningún filtro o miramiento, aunque con la conciencia como testigo, tendrán que descartar mi presencia (ja, ja, ja). He optado por no aceptar el ingreso a nuevos grupos: reconozco que me estresan por la ingente información que llega a ellos, mucha de la cual es superflua e innecesaria.

Varios de los amigos (y conocidos) que se habían alejado de mí por cuestiones de discrepancias en ciertos puntos de vista (algunos con fuertes altercados), con el correr del tiempo regresaron sin mucha bulla, lo que me lleva a pensar que yo no andaba tan descamisado, que al calor de las discusiones intelectuales se entrecruzan variables e imponderables atados a prejuicios, vanidad y ego que obnubilan la razón y el entendimiento, y que tácitamente reconocieron. Sin embargo, creo con fuerza en que tenemos que saber cazar nuestras diatribas y batallas y no prestarnos a entrar en norias que a nada conducen, porque las partes en conflicto siempre creerán tener la razón.

rigilo99@gmail.com
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