Contrato de vida o muerte
El ensayo Shenzhen triunfó y crean las demás zonas económicas especiales, hoy sede de cientos de miles de empresas extranjeras. Aunque la fórmula Estado fuerte-economía fuerte es teoría universal socialdemócrata, no se aplica a China
Plaza de Tiananmen, 1 de octubre de 1949. Mao da su primer discurso como jefe de la revolución triunfante, ante millares de esperanzados oyentes. Pero muy lejos de sus afiebrados planes y promesas de felicidad colectiva, entre esa fecha y 1976, el país pasó a ser, junto a la India, África subsahariana y Haití, ejemplo de la miseria extrema de 90% de la población, con el agravante de que Mao causa la muerte de 70 millones de personas. En diciembre de 1978, recién estrenado en el poder, Den Xiao Ping lanza su histórico reto en la Tercera Sesión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista Chino en el Hotel Jinsy. Con cuatro pares de razones, explica su nuevo proyecto económico: despojar al Estado de su condición de propietario-productor (de miseria y atraso) y restablecer el derecho de propiedad, tanto familiar como sobre los medios de producción.
Propiedad de la tierra para los campesinos; luego empresas competitivas, capitales transnacionales para aprovechar su tecnología, y ellos a su vez aprovecharían los bajos costos locales. En su discurso, Deng entierra el marxismo-leninismo-maoísta, la apropiación de los medios de producción por el Estado y contrapone crear una clase media amplia, burguesía china nacional- transnacional y un Estado fuerte, combinación de la socialdemocracia desde el “renegado Kautsky” y los “socialtraidores”, malditos por Stalin. Con los motes susurrados de socialtraidor y neoliberal que le acomoda un economista del comité central (“el camarada Deng no cree en las manos de los trabajadores sino en la mano invisible del mercado”), inicia el agónico debate de tragedia griega. El hombrecito gigante de 1.55 de estatura se juega la vida en esa plenaria y derrota la “banda de los cuatro”, dirigida por la viuda de Mao.
Aprueban su experimento: privatizar la agricultura en Shenzhen (provincia de Guandong) un modesto pueblo de pescadores que al otro lado del río la Perla tiene a Hong Kong, deslumbrante y rica colonia inglesa, en contraste con la miseria en la otra ribera. 700 mil personas trataron de atravesar el río, solo pudieron 140 mil, y a la mayoría los devolvieron o murieron en la empresa. Para detener la mortandad, Deng crea ahí la primera Zona Económica Especial que demostraría la superioridad del flujo de capitales sobre la represión. Lo llama hábilmente “socialismo de mercado”, eufemismo como el de los alemanes con su “economía social de mercado”. En Fengjian un grupo de campesinos firmó entre ellos lo que llamaron Contrato de vida o muerte: con sus familias recuperarían sus tierras expropiadas, y si el gobierno asesinara alguno, los demás conjurados adoptarían los sobrevivientes.
El ensayo Shenzhen triunfó y crean las demás zonas económicas especiales, hoy sede de cientos de miles de empresas extranjeras. Aunque la fórmula Estado fuerte-economía fuerte es teoría universal socialdemócrata, no se aplica a China. Su sistema político es premoderno e incluso, si atendemos a Santo Tomás, premedieval, quien subordina los gobernantes a la comunidad, mientras el absolutismo considera que la soberanía radica en el autócrata. El gobierno chino es una autocracia tecnocrático-eficientista exitosa, como la de Pinochet. Entre las taras notorias izquierdistas consiste en que hacer pagar altos impuestos es una virtud socialista, pero los pobres y la clase media en China tributan 0 (cero) ISR mientras en EE. UU oscilan entre 12 y 17% y la clase media alta desembolsa apenas 4%, comparado con 23% en EE. UU.
En China los ricos aportan 20%. Las cargas corporativas a las empresas son apenas de 25% de sus ingresos, pero en EE. UU 38%. En vez de pagar impuestos, la gente ahorra y no regalan el dinero al gobierno, sufragan seguro médico familiar, fondo de retiro privado y caja de ahorros, retornables para el cuidado y la seguridad familiar, que en EE. UU son sobregastos adicionales a los impuestos. China es un paraíso fiscal que cobra a sus ciudadanos la mitad que EE. UU. Las reformas de Deng atrajeron grandes masas de campesinos a las ciudades, la mitad de ellos trabajan informales y libres de tributación. Los emprendedores no pagan tributos. China desmiente la superstición izquierdista de que el presupuesto del gobierno debe ir a gasto social; apenas 10% tiene ese destino porque 90% va a infraestructura y los servicios se autofinancian como cualquier empresa. La planificación, otro mito, también se desvanece: solo planifican la actividad del Estado.
Nadie dice a las empresas qué y cuánto deben producir, sin controles de precios ni de otro tipo. Según el Banco Mundial y el FMI el peso del Estado en el PIB es de apenas 20%, mientras en Arabia Saudita, por ejemplo, es de 40%. Desde 1978 hasta nuestros días, el PIB se multiplicó 124 veces y ningún país en la historia sacó tanta gente de la pobreza, 800 millones, la modernización económica, social, tecnológica y científica más rápida que conoce la humanidad, tres veces más que la revolución industrial. Hoy es la primera economía global en varios renglones, son chinos los cuatro mayores bancos del mundo (Industrial and Commercial Bank, China, Construction Bank, Agricultural Bank, Bank of China) seguidos por el histórico JP Morgan Chase (EE. UU). Reina en el sector financiero, el más odiado por los marxistas de todo pelo. “No se sabe quién es más ladrón: quien roba un banco o quien lo funda”, dijo Brecht.
China emergió de la pobreza por negocios “capitalistas” con occidente, que veía con claridad la importancia de tan enorme mercado (el presidente de Bayer comentó que se conformaba con venderle una aspirina semanal a cada chino). Nixon reinicia relaciones con Mao en 1972, pero la incorporación de China sigue el empuje posterior de Carter, Reagan, Clinton y los siguientes gobiernos. Así se convierte en la “fabrica del mundo”, productora de baja calidad y mano de obra barata, como Japón durante los años 60. La masiva producción de bienes medio-norteamericanos y medio-chinos por empresas internacionales, moderó la inflación mundial y redujo la pobreza global, al extender el modelo a otros países asiáticos y africanos, los 27 de los 30 países de desarrollo acelerado, según el FMI que publicamos aquí hace un par de semanas. Esto fortaleció la hegemonía de EE. UU, hasta que dos desajustados llegan a la Casa Blanca.
Alguna vez oí a mi querido amigo Carlos Alberto Montaner definir China como “una maquila norteamericana”. Pero dejó de serlo y es una potencia que se desarrolla y moderniza a un ritmo que ya alcanza a EE. UU sin los problemas estructurales que crea Trump en EE. UU. Según la jerga izquierdista iberoamericana, China es una dictadura neoliberal. El socialismo es membrete, y cada vez menos, del cuartomundismo, el desamparo, como Cuba. Se debate si China es el país “más capitalista del mundo”, incluido EE. UU, como expuso Time Magazine (disponible en internet). Superó la etapa de productos baratos y navega por empresas privadas globales de punta: Huawei, ZTE, Oppo/Vivo/Oneplus, Xiaomi (telecomunicaciones), SMIC, Hikvision, DJI (electrónica) Baidu, Sense Time, Megvi (IA) BYD, CATL, NIO (vehículos eléctricos) Alibaba/Cloud, Tencent Cloud (servicios digitales) AliExpress, League of Legends, Shein. El conocido economista chino Weijan Shang dice que China es la “economía más abierta y recibe más inversiones extranjeras que EE. UU”. Según Fortune Global 500, 70% de las quinientas mayores empresas del mundo, producen en China.
@CarlosRaulHer
Propiedad de la tierra para los campesinos; luego empresas competitivas, capitales transnacionales para aprovechar su tecnología, y ellos a su vez aprovecharían los bajos costos locales. En su discurso, Deng entierra el marxismo-leninismo-maoísta, la apropiación de los medios de producción por el Estado y contrapone crear una clase media amplia, burguesía china nacional- transnacional y un Estado fuerte, combinación de la socialdemocracia desde el “renegado Kautsky” y los “socialtraidores”, malditos por Stalin. Con los motes susurrados de socialtraidor y neoliberal que le acomoda un economista del comité central (“el camarada Deng no cree en las manos de los trabajadores sino en la mano invisible del mercado”), inicia el agónico debate de tragedia griega. El hombrecito gigante de 1.55 de estatura se juega la vida en esa plenaria y derrota la “banda de los cuatro”, dirigida por la viuda de Mao.
Aprueban su experimento: privatizar la agricultura en Shenzhen (provincia de Guandong) un modesto pueblo de pescadores que al otro lado del río la Perla tiene a Hong Kong, deslumbrante y rica colonia inglesa, en contraste con la miseria en la otra ribera. 700 mil personas trataron de atravesar el río, solo pudieron 140 mil, y a la mayoría los devolvieron o murieron en la empresa. Para detener la mortandad, Deng crea ahí la primera Zona Económica Especial que demostraría la superioridad del flujo de capitales sobre la represión. Lo llama hábilmente “socialismo de mercado”, eufemismo como el de los alemanes con su “economía social de mercado”. En Fengjian un grupo de campesinos firmó entre ellos lo que llamaron Contrato de vida o muerte: con sus familias recuperarían sus tierras expropiadas, y si el gobierno asesinara alguno, los demás conjurados adoptarían los sobrevivientes.
El ensayo Shenzhen triunfó y crean las demás zonas económicas especiales, hoy sede de cientos de miles de empresas extranjeras. Aunque la fórmula Estado fuerte-economía fuerte es teoría universal socialdemócrata, no se aplica a China. Su sistema político es premoderno e incluso, si atendemos a Santo Tomás, premedieval, quien subordina los gobernantes a la comunidad, mientras el absolutismo considera que la soberanía radica en el autócrata. El gobierno chino es una autocracia tecnocrático-eficientista exitosa, como la de Pinochet. Entre las taras notorias izquierdistas consiste en que hacer pagar altos impuestos es una virtud socialista, pero los pobres y la clase media en China tributan 0 (cero) ISR mientras en EE. UU oscilan entre 12 y 17% y la clase media alta desembolsa apenas 4%, comparado con 23% en EE. UU.
En China los ricos aportan 20%. Las cargas corporativas a las empresas son apenas de 25% de sus ingresos, pero en EE. UU 38%. En vez de pagar impuestos, la gente ahorra y no regalan el dinero al gobierno, sufragan seguro médico familiar, fondo de retiro privado y caja de ahorros, retornables para el cuidado y la seguridad familiar, que en EE. UU son sobregastos adicionales a los impuestos. China es un paraíso fiscal que cobra a sus ciudadanos la mitad que EE. UU. Las reformas de Deng atrajeron grandes masas de campesinos a las ciudades, la mitad de ellos trabajan informales y libres de tributación. Los emprendedores no pagan tributos. China desmiente la superstición izquierdista de que el presupuesto del gobierno debe ir a gasto social; apenas 10% tiene ese destino porque 90% va a infraestructura y los servicios se autofinancian como cualquier empresa. La planificación, otro mito, también se desvanece: solo planifican la actividad del Estado.
Nadie dice a las empresas qué y cuánto deben producir, sin controles de precios ni de otro tipo. Según el Banco Mundial y el FMI el peso del Estado en el PIB es de apenas 20%, mientras en Arabia Saudita, por ejemplo, es de 40%. Desde 1978 hasta nuestros días, el PIB se multiplicó 124 veces y ningún país en la historia sacó tanta gente de la pobreza, 800 millones, la modernización económica, social, tecnológica y científica más rápida que conoce la humanidad, tres veces más que la revolución industrial. Hoy es la primera economía global en varios renglones, son chinos los cuatro mayores bancos del mundo (Industrial and Commercial Bank, China, Construction Bank, Agricultural Bank, Bank of China) seguidos por el histórico JP Morgan Chase (EE. UU). Reina en el sector financiero, el más odiado por los marxistas de todo pelo. “No se sabe quién es más ladrón: quien roba un banco o quien lo funda”, dijo Brecht.
China emergió de la pobreza por negocios “capitalistas” con occidente, que veía con claridad la importancia de tan enorme mercado (el presidente de Bayer comentó que se conformaba con venderle una aspirina semanal a cada chino). Nixon reinicia relaciones con Mao en 1972, pero la incorporación de China sigue el empuje posterior de Carter, Reagan, Clinton y los siguientes gobiernos. Así se convierte en la “fabrica del mundo”, productora de baja calidad y mano de obra barata, como Japón durante los años 60. La masiva producción de bienes medio-norteamericanos y medio-chinos por empresas internacionales, moderó la inflación mundial y redujo la pobreza global, al extender el modelo a otros países asiáticos y africanos, los 27 de los 30 países de desarrollo acelerado, según el FMI que publicamos aquí hace un par de semanas. Esto fortaleció la hegemonía de EE. UU, hasta que dos desajustados llegan a la Casa Blanca.
Alguna vez oí a mi querido amigo Carlos Alberto Montaner definir China como “una maquila norteamericana”. Pero dejó de serlo y es una potencia que se desarrolla y moderniza a un ritmo que ya alcanza a EE. UU sin los problemas estructurales que crea Trump en EE. UU. Según la jerga izquierdista iberoamericana, China es una dictadura neoliberal. El socialismo es membrete, y cada vez menos, del cuartomundismo, el desamparo, como Cuba. Se debate si China es el país “más capitalista del mundo”, incluido EE. UU, como expuso Time Magazine (disponible en internet). Superó la etapa de productos baratos y navega por empresas privadas globales de punta: Huawei, ZTE, Oppo/Vivo/Oneplus, Xiaomi (telecomunicaciones), SMIC, Hikvision, DJI (electrónica) Baidu, Sense Time, Megvi (IA) BYD, CATL, NIO (vehículos eléctricos) Alibaba/Cloud, Tencent Cloud (servicios digitales) AliExpress, League of Legends, Shein. El conocido economista chino Weijan Shang dice que China es la “economía más abierta y recibe más inversiones extranjeras que EE. UU”. Según Fortune Global 500, 70% de las quinientas mayores empresas del mundo, producen en China.
@CarlosRaulHer
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