De las muchas maneras de migrar
Tanto la experiencia de la autora como la del personaje dan pie para reflexionar: constituyen un modelo de referencia para vivir la migración: uno en el que las personas pueden enriquecerse recíprocamente
Una circunstancia fortuita me ha llevado a preguntarme cuáles son las películas que han surtido mayor impacto en mí vida. He logrado identificar unas cuantas que, por alguna razón, no siempre grata, han dejado su huella en mi memoria. Recuerdo, por ejemplo, la auténtica repugnancia con que viví La Naranja Mecánica, casi veinte años después de su estreno, cuando en la Escuela de Psicología de la UCV la emplearon para introducirnos al concepto de condicionamiento.
Recuerdo también la confusión mental que me produjo la extraordinaria Fanny y Alexander, de Bergman, con imágenes que se entremezclaban como en un sueño sin sentido alrededor de un tema que es capaz de sumirme en el más miserable de los estados de ánimo: el maltrato infantil. Y recuerdo incontables matinées con mi madre, una cinéfila empedernida, en el nunca bien ponderado Cine Prensa. Allí vi Lo que el viento se llevó, Hush, hush sweet Charlotte (mi primer encuentro con Bette Davis) y la devastadora Betty Blue, 37,2 grados por las mañanas, entre otras.
Recuerdo también la confusión mental que me produjo la extraordinaria Fanny y Alexander, de Bergman, con imágenes que se entremezclaban como en un sueño sin sentido alrededor de un tema que es capaz de sumirme en el más miserable de los estados de ánimo: el maltrato infantil. Y recuerdo incontables matinées con mi madre, una cinéfila empedernida, en el nunca bien ponderado Cine Prensa. Allí vi Lo que el viento se llevó, Hush, hush sweet Charlotte (mi primer encuentro con Bette Davis) y la devastadora Betty Blue, 37,2 grados por las mañanas, entre otras.
Pero hay otras películas que considero auténticos poemas, al punto de haberme tomado la molestia, yo que soy tan desapegada a las cosas materiales y detesto las acumulaciones, de procurarme una copia que conservar en casa. Entre estas se cuentan, por ejemplo, El maestro de música, el sentimental Cinema Paradiso, y una película que a la mayor parte de las personas le resulta lenta, y por la que yo siento auténtica veneración: La fiesta de Babette.
Esta última es una producción que destaca por su serenidad, en la que fluye todo con una extraordinaria delicadeza, contra unos hermosos paisajes grises, y aderezada por unos maravillosos momentos musicales. Sin embargo, al intentar elaborar mi top ten de cine, ha emergido ante mis ojos, en esta etapa de mi vida, con una nueva faceta nunca contemplada: la migración.
En efecto, Babette llega en medio de la noche, en medio de la lluvia, en medio de la guerra, hasta la casa de dos ancianas en Jutlandia, sin otra cosa que lo puesto y llevando en la mano la carta de recomendación de un amigo de juventud de las damas. Nada sabemos acerca del pasado de la protagonista: apenas somos testigos de su proceso de adaptación al nuevo entorno y de su progresiva incorporación de las costumbres escandinavas. Tampoco las amables ancianas procuran indagar en su pasado: dan por hecho que lo ignora todo, y no se les ocurre pensar que hay vida más allá de Jutlandia y que los conocimientos que podría tener (como efectivamente tiene) su sirvienta tal vez serían enriquecedores. Serán precisamente estos conocimientos los que produzcan la experiencia multisensorial con que agasaja Babette a sus benefactoras, regalándoles una de las noches más inolvidables de su vida, cuando, gracias a un billete premiado de lotería, se plantee regresar a su Francia natal.
El retrato que dibuja la autora de la historia, Karen Blixen, no se aleja un milímetro de las vivencias de tantas y tantas mujeres migrantes, ni siquiera en el inesperado desenlace. Ella misma pasó por la experiencia de insertarse (desde una posición privilegiada, es verdad) en el contexto de un protectorado británico a principios de siglo XX, Nairobi, donde todavía hoy en día su casa es un museo y hay un barrio que lleva su nombre. Se esforzó por mejorar la calidad de vida de los kenianos a través de la educación y la medicina, llegando inclusive a fundar la Facultad de Nutrición.
Tanto la experiencia de la autora como la del personaje dan pie para reflexionar: constituyen un modelo de referencia para vivir la migración: uno en el que las personas pueden enriquecerse recíprocamente.
linda.dambrosiom@gmail.com
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