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Del reconocimiento y otras veleidades

RICARDO GIL OTAIZA. El reconocer es una tarea civilizatoria y no una mera veleidad... que nos acerca a la condición de Homo sapiens y de la que con frecuencia nos alejamos

  • RICARDO GIL OTAIZA

23/09/2018 05:00 pm

Reconocer a las figuras emblemáticas de una ciudad o de un país es tarea, no solo cultural, sino además social y civilizatoria. Desde la trayectoria de los grandes personajes podemos vislumbrar lo atávico, las raíces que constituyen nuestra identidad; las razones que otorga el lar nativo. Solemos ser un tanto mezquinos cuando de exaltar a los otros se trata, y dejamos pasar por alto todo aquello que nos hominiza; es decir, que nos hace más humanos. Reconocer, nos dice María Moliner, es también agradecer, dar a otro el mérito que tiene por su actuar o por su obra, es, desde mi muy particular posición, declarar nuestro afecto por aquel que, en su tránsito vital y en la conquista de sus propios sueños, alcanza también metas colectivas. 

Cada ciudad tiene, por lo tanto, sus héroes anónimos: aquellos que en el silencio de sus poderosas voces lograron atisbar más allá del horizonte, hasta llegar a sitiales que muy pocos logran a pesar de sus afanes y de sus esfuerzos, de su trabajo y de su empecinamiento. Se requiere, por tanto, un hálito fuera de todo contexto y de toda consideración, una luz muy especial, un brillo enceguecedor que despeje la oscuridad de la historia y sus densos nubarrones, y abra caminos expeditos en donde solo hay confusión y desesperanza. 

Quien descuella se erige en emblema de un tiempo, en referente fundamental para la comprensión de una época, en punto de quiebre de lo cotidiano para hacerse autárquico e inaudito a la vez. Quien descuella no nos habla solo del ahora (sería un absurdo tan solo pensarlo), sino que su voz se proyecta en el espacio y en el tiempo para convertirse en arquetípica del transitar de los pueblos, de sus largos y accidentados periplos, de sus miserias y frustraciones, pero también de sus grandes desafíos y glorias. Quien descuella no es uno más entre muchos indiferentes y vacíos (tal vez multitudes), sino que su presencia colma la plenitud de su espacio vital para erigirse en piedra de toque, en nueva noción de sociedad, en punto de partida de un “algo” insospechado que hará de su entorno vórtice de elevadas realizaciones. 

Quien reconoce se mira en el espejo del otro y se hace cómplice de su transitar, porque para reconocer hay que reconocerse y ponerse además en su misma altura, para desde allí empinarse y decirle al mundo que yace una figura estelar cuya impronta es imposible de obviar, porque sería obviar y negar también la esencia del obrar y sus portentosas sorpresas. No sabemos a ciencia cierta desde cuándo comenzó la digna y necesaria tarea de contar a los otros las virtudes ajenas, pero lo que sí sabemos, sin duda alguna, es que su historia se remonta al inicio de los tiempos, y que aquellas figuras tribales se hicieron ejemplo de todos y fueron exaltadas para exaltarse así los valores y las nobles ejecutorias, en un afán por hacer mejores a las sociedades y más diáfanos los zigzagueantes caminos de la historia. 

Esa tradición, transijo, ha pasado por altibajos, por penosas oscuridades, por aguas torrentosas y por cimas inexpugnables, pero ha llegado hasta nosotros convertida en homenaje, en exaltación, en premio, en estatuaria, en antología, en biografía, en panegírico, en medalla, en doctorado, en memoria histórica…, y en muchas otras expresiones sociales de agradecimiento. El reconocer es una tarea civilizatoria y no una mera veleidad (como pudiese parecer a simple vista), que nos acerca a la condición de Homo sapiens y de la que con frecuenta nos alejamos en un intento nada infructuoso, por cierto, de no querer bajarnos de las ramas. Complejidad pura, distinguidos lectores. 

@GilOtaiza 

rigilo99@hotmail.com
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