"Alligator Alcatraz", una cárcel polémica
Muchos inmigrantes no han cometido ninguna infracción grave: están pendientes de resolver su situación migratoria. Someterlos a un confinamiento extremo puede ser desproporcionado e injusto
El diseño e instalación de una cárcel preocupante en el corazón de los Everglades de Florida, ha llamado en estos días la atención del mundo. Construida en solo ocho días, este campo de detención para inmigrantes, oficialmente gestionado por la Florida Division of Emergency Management, tiene capacidad para hasta 5.000 personas.
Nombrada irónicamente como “Alligator Alcatraz” por su perímetro natural, que incluye caimanes, pitones y mosquitos en un pantano inhóspito, la instalación fue impulsada por la urgencia inusitada de procesar y deportar migrantes rápidamente. Su perímetro está reforzado con alambre de púas, 200 cámaras de vigilancia y 400 guardias, según refiere la prensa de Florida.
Según las autoridades de Florida, estarán recluidos migrantes indocumentados con antecedentes criminales. Sin embargo, la ausencia de filtros previos y el procedimiento expedito, facilitados por jueces “in situ”, plantea dudas sobre si se están aplicando garantías debidas.
Dentro del recinto hay carpas e instalaciones temporales, que se levantaron en tiempo récord, con una prisa que genera curiosidad. Hay literas metálicas, aire acondicionado, atención médica, acceso a abogados y capellanes, y un pequeño patio de recreo. Los responsables publicitan estas medidas como garantías de humanidad.
Sin embargo, cabe preguntar: ¿por qué se levanta esta instalación en medio de tan inhóspito aislamiento?
La explicación oficial es clara: la naturaleza salvaje actúa como un disuasivo natural para impedir fugas. El fiscal general James Uthmeier lo llamó “el mejor perímetro natural que el dinero no puede comprar”. Y de allí viene el nombre, en recuerdo de la inexpugnable prisión de Alcatraz, ubicada en una isla frente a la ciudad de San Francisco. Aquella tristemente célebre instalación terminó cerrada, justamente porque el sistema penitenciario de EE. UU. comenzó a cambiar su enfoque del castigo al de la rehabilitación de los presos. Sin embargo, el gobierno actual se ha paseado por la idea de reabrirla.
El gobernador DeSantis y el presidente Trump presentaron el nuevo lugar de Florida como un modelo a replicar: inexpugnable, remoto y sin costos añadidos en personal de seguridad.
Sin embargo, este enfoque despierta inquietud: el área remota, ya golpeada por mosquitos, calor extremo, lluvias torrenciales e incluso riesgo de huracanes, no es un entorno idóneo para seres humanos en custodia.
Debemos recordar también que las legislaciones internacionales garantizan a toda persona su derecho a un proceso legal justo. Crear un centro donde los detenidos pasarían días o semanas en carpas en condiciones extremas levanta serias preguntas sobre si se respetan esos principios fundamentales.
Organizaciones estadounidenses como la Alianza de Libertades Civiles ACLU y grupos de nativos de la región, sostienen que la instalación viola prohibiciones contra castigos crueles e inusuales, además de pisotear derechos constitucionales e indígenas. Activistas de Derechos Humanos han calificado al centro como “una violación humana obscena” .
Cualquier Estado debe realizar detenciones solo en la medida necesaria, atendiendo a penas proporcionales al delito. En este caso, muchos inmigrantes no han cometido ninguna infracción grave: están pendientes de resolver su situación migratoria. Someterlos a un confinamiento extremo puede ser desproporcionado e injusto.
Adicionalmente, las prisiones deben aspirar a ser espacios de rehabilitación, no de castigo. Eso implica respeto al debido proceso judicial antes de cualquier detención prolongada; condiciones dignas, como higiene, seguridad, salud física y mental, acceso a comunicación familiar, y protección contra climas extremos.
También debe haber programas de reinserción. La detención en condiciones de seguridad máxima debe quedar reservada a casos graves, como último recurso.
Nada de esto se vislumbra en Alligator Alcatraz. Su concepción busca el desánimo y la severidad, más que la justicia.
Alligator Alcatraz parece representar un experimento político, en lugar de una solución racional a la inmigración irregular. Su construcción relámpago, su ubicación y sus condiciones la convierten en símbolo de una visión de castigo más que de reforma.
Una sociedad democrática debe adherirse a la justicia, no a la detención arbitraria; al castigo proporcional al delito, no a la espectacularidad mediática; a la dignidad humana y la reintegración activa de personas no peligrosas, especialmente de no criminales.
La justicia no se consigue con pantanos ni alambradas. Las cárceles no deben ser trampas, sino puentes hacia la reinserción. De lo contrario, Alligator Alcatraz será recordado como un espectáculo para los medios de comunicación que ignoró las normas básicas de un Estado de derecho.
Nombrada irónicamente como “Alligator Alcatraz” por su perímetro natural, que incluye caimanes, pitones y mosquitos en un pantano inhóspito, la instalación fue impulsada por la urgencia inusitada de procesar y deportar migrantes rápidamente. Su perímetro está reforzado con alambre de púas, 200 cámaras de vigilancia y 400 guardias, según refiere la prensa de Florida.
Según las autoridades de Florida, estarán recluidos migrantes indocumentados con antecedentes criminales. Sin embargo, la ausencia de filtros previos y el procedimiento expedito, facilitados por jueces “in situ”, plantea dudas sobre si se están aplicando garantías debidas.
Dentro del recinto hay carpas e instalaciones temporales, que se levantaron en tiempo récord, con una prisa que genera curiosidad. Hay literas metálicas, aire acondicionado, atención médica, acceso a abogados y capellanes, y un pequeño patio de recreo. Los responsables publicitan estas medidas como garantías de humanidad.
Sin embargo, cabe preguntar: ¿por qué se levanta esta instalación en medio de tan inhóspito aislamiento?
La explicación oficial es clara: la naturaleza salvaje actúa como un disuasivo natural para impedir fugas. El fiscal general James Uthmeier lo llamó “el mejor perímetro natural que el dinero no puede comprar”. Y de allí viene el nombre, en recuerdo de la inexpugnable prisión de Alcatraz, ubicada en una isla frente a la ciudad de San Francisco. Aquella tristemente célebre instalación terminó cerrada, justamente porque el sistema penitenciario de EE. UU. comenzó a cambiar su enfoque del castigo al de la rehabilitación de los presos. Sin embargo, el gobierno actual se ha paseado por la idea de reabrirla.
El gobernador DeSantis y el presidente Trump presentaron el nuevo lugar de Florida como un modelo a replicar: inexpugnable, remoto y sin costos añadidos en personal de seguridad.
Sin embargo, este enfoque despierta inquietud: el área remota, ya golpeada por mosquitos, calor extremo, lluvias torrenciales e incluso riesgo de huracanes, no es un entorno idóneo para seres humanos en custodia.
Debemos recordar también que las legislaciones internacionales garantizan a toda persona su derecho a un proceso legal justo. Crear un centro donde los detenidos pasarían días o semanas en carpas en condiciones extremas levanta serias preguntas sobre si se respetan esos principios fundamentales.
Organizaciones estadounidenses como la Alianza de Libertades Civiles ACLU y grupos de nativos de la región, sostienen que la instalación viola prohibiciones contra castigos crueles e inusuales, además de pisotear derechos constitucionales e indígenas. Activistas de Derechos Humanos han calificado al centro como “una violación humana obscena” .
Cualquier Estado debe realizar detenciones solo en la medida necesaria, atendiendo a penas proporcionales al delito. En este caso, muchos inmigrantes no han cometido ninguna infracción grave: están pendientes de resolver su situación migratoria. Someterlos a un confinamiento extremo puede ser desproporcionado e injusto.
Adicionalmente, las prisiones deben aspirar a ser espacios de rehabilitación, no de castigo. Eso implica respeto al debido proceso judicial antes de cualquier detención prolongada; condiciones dignas, como higiene, seguridad, salud física y mental, acceso a comunicación familiar, y protección contra climas extremos.
También debe haber programas de reinserción. La detención en condiciones de seguridad máxima debe quedar reservada a casos graves, como último recurso.
Nada de esto se vislumbra en Alligator Alcatraz. Su concepción busca el desánimo y la severidad, más que la justicia.
Alligator Alcatraz parece representar un experimento político, en lugar de una solución racional a la inmigración irregular. Su construcción relámpago, su ubicación y sus condiciones la convierten en símbolo de una visión de castigo más que de reforma.
Una sociedad democrática debe adherirse a la justicia, no a la detención arbitraria; al castigo proporcional al delito, no a la espectacularidad mediática; a la dignidad humana y la reintegración activa de personas no peligrosas, especialmente de no criminales.
La justicia no se consigue con pantanos ni alambradas. Las cárceles no deben ser trampas, sino puentes hacia la reinserción. De lo contrario, Alligator Alcatraz será recordado como un espectáculo para los medios de comunicación que ignoró las normas básicas de un Estado de derecho.
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