Al FMI: Solo para reestructurar deuda
Venezuela no necesita ni sanciones ni ayuda humanitaria crónica. Necesita trabajo, inversión y productividad. Las reformas políticas duraderas emergerán como consecuencia de la reactivación económica, no como condición previa impuesta desde afuera
Venezuela debe buscar apoyo en el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero con una condición clara: que su participación se limite exclusivamente a la reestructuración de la deuda pública, sin conceder ni solicitar nuevas líneas de endeudamiento externo. Es hora de abandonar el modelo asistencialista que somete el destino nacional a los dictados de burócratas y organismos multilaterales. Venezuela no necesita más deuda. Lo que necesita es reestructurar la deuda en default y liberar sus verdaderas fuerzas productivas: el sector privado y sus vastos recursos naturales.
Los préstamos del FMI no son acuerdos entre emprendedores ni innovadores. Son transacciones entre tecnócratas internacionales y funcionarios públicos locales, generalmente desconectados de la realidad productiva. Lejos de estimular la competitividad, estos préstamos del FMI tienden a ahogar la iniciativa privada por dos vías fundamentales:
Primero, al inyectar divisas vía deuda y no inversión, el FMI subsidia artificialmente el tipo de cambio, distorsionando la economía, abaratando las importaciones y creando competencia desleal a la producción nacional. Además, cuando el gobierno devalúa el bolívar, transforma esa devaluación en ingresos fiscales, generando dinero inorgánico e inflación. Esta inflación eleva las tasas de interés, debilitando aún más a la industria nacional. Y el sector privado se ve atrapado entre importaciones subsidiadas y tasa de interés más altas que con las que se financian las empresas de otros países.
Segundo, los préstamos del FMI posponen las reformas estructurales. Brindan un “respiro” a un Estado sobredimensionado que no reduce su tamaño ni su ineficiencia, y que no elimina los trámites que asfixian al ciudadano empresario. En lugar de promover un entorno favorable a la inversión, los auxilios externos perpetúan la dependencia. Así colapsaron los programas del FMI en Venezuela en los años noventa —tema sobre el cual escribí extensamente en el Wall Street Journal—, cuando las reformas se diluyeron frente al clientelismo fiscal.
Así pasó con el programa de la Agenda Venezuela que las tasas de interés llegaron a 90 % y las importaciones abaratadas con ingresos de UD$ por préstamos del FMI. Eso creó un gran malestar. Para colmo las privatizaciones se hicieron para pasar de monopolios del estado con pésima calidad de servicios a monopolios privados de buena calidad, pero con tarifas muy altas que hacían poco competitiva la economía nacional. Para colmo los trámites y las deficiencias en los costos de producir en Venezuela por el sector gobierno no se disminuyeron rápidamente y el sector privado cargó con los ajustes macroeconómicos y perdió competitividad. Por eso la resistencia del sector privado y de la ciudadanía a los programas fondomonetaristas de los años noventa tenían una gran justificación. Y por eso caló el discurso estatista de la revolución bolivariana.
Hoy, algunos economistas que asesoran a los líderes de la oposición vuelven a proponer préstamos del FMI como si fueran una solución obvia e ideal, cuando más bien es dinosaurica. Venezuela necesita inversión privada en todos sus sectores, no prestamos del FMI.
Hoy, algunos economistas que asesoran a los líderes de la oposición vuelven a proponer préstamos del FMI como si fueran una solución obvia e ideal, cuando más bien es dinosaurica. Venezuela necesita inversión privada en todos sus sectores, no prestamos del FMI.
Paradójicamente, incluso el presidente Maduro, por falta de acceso al financiamiento internacional, ha optado por esquemas de participación productiva con el sector privado que, aunque perfectibles, resultan preferibles a la simple privatización de PDVSA y/o a préstamos con el FMI, pues permiten que el Estado retenga la propiedad de los activos mientras los privados los desarrollan. Este enfoque de concesiones es más moderno, si se profundiza con transparencia y reglas claras, puede generar crecimiento real.
Con inversiones de capital, Venezuela puede aspirar a un PIB comparable al de Texas —superior a 2 billones de dólares— aprovechando su riqueza petrolera, minera y gasífera. No es una utopía, sino una estrategia realista si se liberaliza la economía, se estabiliza el marco institucional y se promueve la inversión nacional e internacional. No el endeudamiento externo.
Venezuela no necesita ni sanciones ni ayuda humanitaria crónica. Necesita trabajo, inversión y productividad. Las reformas políticas duraderas emergerán como consecuencia de la reactivación económica, no como condición previa impuesta desde afuera.
Por eso, la relación con el FMI debe ser técnica, puntual y limitada: enfocada exclusivamente en resolver los pasivos del pasado. El futuro del país no está en nuevos créditos multilaterales, sino en una alianza virtuosa entre empresarios, trabajadores, tecnología, recursos naturales y mercados internacionales. El verdadero programa económico que necesita Venezuela se llama libertad económica. La libertad económica no debe esperar por nada ya que es la fuerza detrás de la misma libertad política.
X: @alejandrojsucre
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