Una autora enorme
Esta obra podría ser definida además como un libro de crónicas y, desde esta perspectiva, se pierde en los meandros de historias acaecidas, muchas veces (posiblemente) cotejables con la realidad, contadas desde la perspectiva propia de una autora
Todo un descubrimiento en mi carrera literaria ha sido la lectura de Los íntimos (Memoria del pan y las rosas), Anagrama 2024, de la autora española Marta Sanz. Hallo así a una escritora singular: precisa, contundente, conocedora de la naturaleza humana, desinhibida y a veces lenguaraz (y procaz), que nos lleva con fuerza por los territorios de la memoria literaria y libresca. En poco más de quinientas páginas, se pasea Sanz por diversos períodos de su historia literaria, que son al mismo tiempo los de la literatura hispanoamericana, que ella conoce en detalle por ser testigo (a veces protagonista en primera fila) del ir y venir de toda una generación de autores, que han marcado huella en las letras en ambas orillas.
Resulta difícil definir el género de la obra. De entrada, y como el subtítulo lo enuncia, es memorialístico, y desde lo más profundo del ser sanzgesiano, brotan en estas páginas un sinfín de recuerdos, anécdotas, experiencias (buenas y malas), éxitos y fracasos, así como todos aquellos sueños que ha acariciado, y la impulsan a seguir por el nada fácil derrotero de las letras. Hay también una denodada ensayística en estas páginas, y desde este género dilucida con agudeza e incisión las etapas vividas, los sinsabores hallados en el camino, la complejidad de un arte que no da tregua a la dinámica existencial, y la empuja por disímiles encrucijadas hasta hacer de sus protagonistas sujetos (y también objetos) de inusitados destinos.
Hallo además diarismo en este libro, lo que le permite relatar el día a día de episodios vividos en Cali (Colombia), cuando visitaba a aquel país en su permanente deambular planetario (a pesar de afirmar que no le gusta viajar); en su constante ir y venir por los caminos de la vida (que dicho sea de paso acercan la obra a los linderos del libro de viajes). Hay, qué duda cabe, narrativa, y con ella busca equilibrar los altibajos propios de una lectura que, muchas veces, se torna cuesta arriba (diría que sobran unas cien páginas en este libro), pero que no resta brillo a una obra que se abre ante el lector como un panóptico pluridimensional, fríamente hilado, tejido desde una astucia y un brillo que pocas veces observamos en la literatura contemporánea: sujeta, qué más da, a los dictámenes de una industria que pide “gancho” a más no poder, y que no siempre piensa en el hecho literario como una suerte de valor intangible (intelectual y espiritual), sino que se pierde en lo crematístico y en los senderos de lo meramente bursátil.
Esta obra podría ser definida además como un libro de crónicas y, desde esta perspectiva, se pierde en los meandros de historias acaecidas, muchas veces (posiblemente) cotejables con la realidad, contadas desde la perspectiva propia de una autora, que no requiere de ir a las fuentes para verificar los recuerdos y así poder contar con “propiedad” su verdad. Por cierto, no hay linealidad en estas páginas, Sanz brinca de aquí a allá y, desde su admirable destreza de narradora, logra hilvanar, conjuntar y aglutinar la lluvia de hechos que se pierde en el tiempo y en el espacio, y que el lector no se extravíe en sus densos entramados.
En cuanto al estilo de la autora, su prosa es honesta, directa y de enorme fuerza léxica, echa mano de oraciones cortas y contundentes, lo que le insufla rapidez y ritmo a lo contado. Se nota en falta el uso de las metáforas y de otras figuras retóricas (y en realidad no las necesita, al contar sus propios recuerdos y debido a las características y al conocimiento que tenemos los lectores de muchos de sus personajes, que son figuras públicas por todos admiradas), habla desde la primera persona del singular, lo que nos lleva a establecer con ella una suerte de intimidad, que la hace cercana, afable, horizontal y familiar. Hay énfasis en mucho de lo que cuenta, y esto mantiene en vilo al lector, quien a pesar de la extensión del libro (excesiva, ya lo expresé), avanza sin mayores tropiezos. La personalidad de Marta Sanz, seduce, encanta, nos lleva a sentirnos empáticos frente a las circunstancias vividas, al echar mano del autorreproche y la flagelación, que la llevan a reconocer sin más su finitud y sus propios límites, y ello la humaniza ante los ojos del lector, la hace reconocible e “igual”, y todo esto se agradece y valora.
Desfilan en estas páginas decenas de escritores y personajes de la cultura española y de América Latina, la mayoría de ellos conocidos e identificables para el común de los lectores, y esta precisa circunstancia hace de este libro una suerte de vitrina, en la que se transparenta un mundo reconocido y reconocible, entrañable y afable, que busca poner sobre la mesa toda una época de esplendor. La memoria de Sanz trae consigo a figuras como Javier Marías, Javier Cercas, Manuel Vilas, Sara Mesa, Almudena Grandes, Mario Vargas Llosa, Isaac Rosa, Jorge Herralde, Gabriel García Márquez, Héctor Abad Faciolince, Arturo Pérez Reverte, Juan Benet, y Rosa Régas, entre otros. Asimismo, entre idas y vueltas, nos cuenta acerca de la hechura de su obra, de los trasiegos en su conquista, de la huella que cada uno de estos libros ha dejado en su piel y en su espíritu: Black, black, black, Clavícula, Daniela Astor y la caja negra, La lección de anatomía, Farándula (Premio Herralde de Novela), Pequeñas mujeres rojas, y Persianas metálicas bajan de golpe (entre otros), se entretejen acá en una sutil red de afectos y de logros, de la que los lectores nos regocijamos y también nos hacemos cómplices, hasta caer rendidos y ganados frente a su atrevida propuesta literaria.
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