La ideología: Un espacio para análisis y reflexión
El camino hacia una sociedad más justa y equitativa comienza con el reconocimiento de la pluralidad y la búsqueda constante de la verdad a través del conocimiento y la reflexión crítica
La ideología es un constructo que, a menudo, se confunde con una creencia inamovible, casi religiosa, que limita la capacidad de pensar y reflexionar. Sin embargo, debemos entender que la ideología no puede ser tomada como una profesión de fe o un cerco mental; por el contrario, debería abrir espacios para el análisis y la ponderación de visiones globales. Esta concepción de la teoría política permite una aproximación más rica, donde el estudio de dogmas y principios se convierte en un punto de partida para generar un abanico de interpretaciones alimentadas por la investigación y la creación de espacios que nos ayuden a entender el mundo en todas sus dimensiones.
Hablar sobre la división entre derecha e izquierda en la actualidad es una tarea que, a la luz de las realidades contemporáneas, resulta en un cliché anacrónico. La categorización estricta en estas corrientes ideológicas ha desencadenado una conceptualización tan fanática que la lucha política se transforma en una guerra en la cual el adversario es presentado como enemigo a erradicar. Esta batalla ideológica no solo carece de sustento lógico, sino que representa un peligroso avance hacia el oscurantismo y la estulticia; un retroceso en la conciencia colectiva que debe ser prevenido.
En tiempos recientes, hemos sido testigos del surgimiento de corrientes extremas que subyugan a grandes conglomerados bajo la bandera de tendencias obsoletas. El neonazismo en Alemania y el neofascismo en Italia son ejemplos claros de cómo la historia tiene una forma inquietante de repetirse. Como señala el filósofo español José Ortega y Gasset, "el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". Las sociedades contemporáneas, que se consideran diversas y conscientes, deberían aprender de esas calamidades del pasado en lugar de permitir su resurgimiento, ya que esto lleva al retorno a situaciones traumáticas que han marcado épocas oscuras de la historia.
Las denominadas revoluciones en América Latina a menudo se presentan como movimientos sociales en busca de cambio, pero muchas veces no son más que una reencarnación de viejas luchas que han fallado en ofrecer mejores condiciones de vida a sus pueblos. En una era en la que la tecnología y los avances científicos en economía, derechos fundamentales y sociología política ofrecen oportunidades sin precedentes, es imperativo que se realice una pausa consciente para corregir el camino equivocado que algunas sociedades parecen haber tomado.
Un claro ejemplo de esta incapacidad crítica se puede observar en el contexto político colombiano, con los sucesos de los últimos días. En el contexto de las últimas elecciones presidenciales, se alertó –en una reflexión de esta columna -sobre la metáfora del "cajero vacío", donde la frustración de la población ante un sistema que no satisface sus necesidades se traduce en largas filas y decepciones al obtener sólo un puñado de promesas incumplidas. Hoy, el país se encuentra sumido en un marasmo del que muchos esperaban haber aprendido y superado. Este retorno a la desesperanza y a un futuro incierto deja a la niñez y juventud atrapadas en un ciclo de lucha fratricida que socava las esperanzas de un progreso sostenible.
La responsabilidad ante esta situación no recae solo en los políticos, sino que también demanda una respuesta urgente de la iglesia en sus diversas doctrinas y de la sociedad en general. El momento actual exige un llamado a la cordura, un entendimiento profundo de las dinámicas sociales, políticas y económicas que afectan nuestras vidas. La familia, en su núcleo más básico, juega un papel crucial, así como las instituciones que deben actuar como faros de guía y esperanza en tiempos de crisis.
Es necesario construir un marco ideológico que no limite, sino que expanda nuestra comprensión del mundo, promoviendo el diálogo y la aceptación de la diversidad de pensamientos. Solo así podremos alejar el espectro del extremismo y de la intolerancia que actualmente amenaza el tejido social. Al final, una ideología sana es aquella que nutre el pensamiento crítico y no impone dogmas; que permite la discusión abierta y fomenta la inclusión en lugar de la exclusión.
Es fundamental que revisemos nuestra relación con la ideología. Debe ser una herramienta de análisis y reflexión más que una prisión de dogmas. Solo entonces podremos afrontar los desafíos del presente y construir un futuro donde el respeto y la tolerancia sean pilares centrales de la convivencia humana. La historia nos ofrece lecciones importantes, y es nuestro deber aprender de ellas para no caer nuevamente en el abismo de la ignorancia y el odio. El camino hacia una sociedad más justa y equitativa comienza con el reconocimiento de la pluralidad y la búsqueda constante de la verdad a través del conocimiento y la reflexión crítica.
Pedroarcila13@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones