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Palabras como balas...

La retórica fue materia en la formación clásica y las escuelas de tradición anglosajonas mantenían -¿mantienen?- clubes de debate, donde los alumnos aprendían los trucos de la palabra y la persuasión hablada

  • JEAN MANINAT

13/06/2025 05:03 am

Antaño, cuando los dinosaurios todavía pateaban el planeta, se le exigía a los políticos que además de ser honestos y estar preparados para gestionar la “cosa pública”, también fuesen excelentes oradores. Los discretos de palabra, los impedidos por el miedo escénico, o los simplemente tímidos de naturaleza, no tenían destino sobre las tarimas, frente a los micrófonos, y se sumaban a las ingente categoría de los asesores, los tecnócratas, los que tras bastidores cocinaban los platos que el líder, el caudillo (Il Duce, en italiano) presentaba ante el enfebrecido público, bien fuera un puñado de alelados seguidores en una sala de reuniones de trastienda, o miles de miles de entusiastas llenando avenidas en la plaza pública.

¡Ese hombre es un tribuno! se decía, dando por contado que todos los antiguos representantes de tribus romanas eran duchos con la palabra. Claudio -¡el emperador romano!- no solo cojeaba, era tartamudo y aun así resultó ser un excelente político, gobernante y estratega militar, quien sobrevivió incesantes sediciones haciéndose pasar por tonto farfullando palabras. La retórica fue materia en la formación clásica y las escuelas de tradición anglosajonas mantenían -¿mantienen?- clubes de debate, donde los alumnos aprendían los trucos de la palabra y la persuasión hablada. El Caribe insular y monoproductor de caña de azúcar, parió al discurseador más irresponsable de la historia reciente latinoamericana, capaz de provocar una guerra mundial gracias a su grandilocuencia verbal y a unos misiles emprestados. Todavía hay quien lo venera.

Por alguna razón que la psicología política debería explicar, los grandes demagogos han sido excelentes oradores que han llevado a sus pueblos, embrujados por su palabra, a la destrucción y la culpa histórica de los sobrevivientes. El populismo ha sido asociado a la verborrea y la floritura folclórica de sus líderes, hasta llegar a una cursilería de altar kitsch que hace escuela multinacional. Solo la Meloni (perdonen la familiaridad, pero así la llaman sus admiradores) mantiene -todavía- la categoría y distancia debida a una primera ministra de un gran país, a pesar de su origen nacional-populista.

El anarco-libertario presidente de Argentina ha cultivado un estilo estridente, irrespetuoso, de cloun vengador que aniquila verbalmente día a día a sus opositores, les ofrece humillaciones rectales, y ha hecho de la escatología su abecedario para hacer política y devolverle a la sociedad argentina un pasado grandioso de su propia invención. Hace un par de años, un supuesto espontáneo atentó contra la expresidenta Cristina Kirchner, fallando gracias a su pistola encasquillada. El encono político que causó el intento de asesinato sigue allí, exacerbado ahora por la retórica irresponsable y odiosa que emite la Quinta de Olivos.

En Colombia, la diatriba exaltada -vía su insomne cuenta en X y el intermitente micrófono oficial- del presidente Petro, insultando a los opositores, blandiendo espadas de utilería en las concentraciones de sus partidarios, llamando al “pueblo” a defender en la calle sus reformas fallidas, y recurriendo al discurso de odio del ellos contra nosotros, ha sido pólvora de cultivo para los disparos que tienen en vilo la vida del senador y precandidato opositor Miguel Uribe. Un poco de bastante continencia verbal y dactilar le haría falta al presidente. Hay palabras como balas…

@jeanmaninat
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