Lo demás es historia
Un buen mediodía, estando a la mesa almorzando, mi esposa recibió una llamada en casa, y al otro lado de la línea una voz ahuecada y bronca preguntó por mí, ella me pasó el auricular y al decir ¡aló! la persona expresó con fuerza: ¡soy Juan Liscano...!
Por azares del destino, hoy recordé a Juan Liscano Velutini (Caracas 1915-2001). Y digo “por azares del destino”, ya que no tuve acceso a alguna imagen, texto o libro que me lo recordara, sino que de pronto llegó a mi mente su rostro y quise rendirle un pequeño homenaje, en primer término, por ser un amigo a quien quise mucho, y luego, por su impronta de figura capital de la cultura en Venezuela y América Latina.
Conocí a Juan Liscano en una de las tantas oportunidades en las que fue a Mérida, y en aquel entonces (21 de septiembre de 1993) lo hizo de nuevo para asistir a un homenaje que le ofrecería la Universidad de Los Andes, con motivo de su trayectoria y a propósito de presentar una Antología Poética publicada ese año por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Por supuesto, adquirí el libro y en el brindis me colé en la mesa de la directiva, y le pedí con timidez (qué le puedo hacer, los grandes personajes me intimidan) que me lo dedicara. No tengo a la mano el ejemplar para verificarlo, pero recuerdo que fue una nota breve y genérica que decía: “A Ricardo Gil muy cordialmente, en recuerdo de este homenaje que me favoreció y al cual él asistió”. Estampó su firma y agregó la fecha: 21/9/93. Guardo con celo el tomo en mi biblioteca de Venezuela, por tener para mí un profundo significado intelectual y espiritual.
Conocí a Juan Liscano en una de las tantas oportunidades en las que fue a Mérida, y en aquel entonces (21 de septiembre de 1993) lo hizo de nuevo para asistir a un homenaje que le ofrecería la Universidad de Los Andes, con motivo de su trayectoria y a propósito de presentar una Antología Poética publicada ese año por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Por supuesto, adquirí el libro y en el brindis me colé en la mesa de la directiva, y le pedí con timidez (qué le puedo hacer, los grandes personajes me intimidan) que me lo dedicara. No tengo a la mano el ejemplar para verificarlo, pero recuerdo que fue una nota breve y genérica que decía: “A Ricardo Gil muy cordialmente, en recuerdo de este homenaje que me favoreció y al cual él asistió”. Estampó su firma y agregó la fecha: 21/9/93. Guardo con celo el tomo en mi biblioteca de Venezuela, por tener para mí un profundo significado intelectual y espiritual.
En 1996, el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes publicó mi primer libro de cuentos, titulado Paraíso olvidado, que dejó en mí una huella profunda, porque fueron relatos que causaron un magnífico impacto en los lectores y recibió diversos textos elogiosos en la prensa regional y nacional. Un bueno amigo común, el también escritor Alberto Jiménez Ure, me facilitó gentilmente su directorio personal de escritores venezolanos y de América Latina, con direcciones postales, números telefónicos y demás, para que les enviara un ejemplar de mi libro; tarea a la que me entregué de inmediato y con empeño.
Como cabe suponerse, metí dentro de sobres manila tamaño carta más de ochenta ejemplares de mi libro, y los remití a sus destinos por correo ordinario, y uno de esos envíos era para el gran Juan Liscano. No mentiré acá, recibí pocas respuestas (o por lo menos, no tantas como aspiraba), y eso no me amilanó (a pesar del ego autoral del que he hablado acá), y seguí con mi vida de profesor universitario, escritor y columnista de prensa regional y nacional.
Un buen mediodía, estando a la mesa almorzando, mi esposa recibió una llamada en casa, y al otro lado de la línea una voz ahuecada y bronca preguntó por mí, ella me pasó el auricular y al decir ¡aló! la persona expresó con fuerza: ¡soy Juan Liscano, quiero hablar con Ricardo Gil Otaiza! Pensé que era una broma de mi amigo Jiménez Ure, con quien me chanceaba siempre, y le dije: ¡sí, Alberto, mame gallo! (una expresión coloquial muy nuestra, que denota guasa y camaradería), y al otro lado me dijeron con mayor énfasis aún: ¡que soy Juan Liscano, páseme a Ricardo! Luego de otros vanos intentos por descubrir la broma de Alberto, caí en la cuenta de que no era tal, y que se trataba nada más y nada menos que del gran Liscano.
Ese mediodía comenzó nuestra amistad, que fue breve pero intensa en lo intelectual y espiritual. Recuerdo como si fuera hoy, su entusiasmo juvenil por mi libro (tenía para entonces 80 años), y sus palabras se quedaron dando vueltas en mi cabeza como partículas enloquecidas. Me habló de cada uno de los relatos, del impacto que le produjeron los personajes, de la prosa sencilla, pero de hondura ontológica y metafísica (esas fueron exactamente sus palabras). No exagero al decir acá que aquella conversación duró no menos de hora y media (yo me pasaba el auricular de una a otra oreja). Me prometió que escribiría para la prensa nacional un artículo acerca de mi libro, pero, que era tanto su entusiasmo por la lectura, que no podía esperar para decirme muchas cuestiones acerca de aquellas páginas.
El artículo, que tituló Cuentos fuera de serie. El Paraíso Olvidado por Ricardo Gil Otaiza, salió en el extinto diario El Globo de Caracas el 24 de octubre de 1997, y después de una serie de consideraciones de orden técnico e intelectual (recordemos que era, amén de poeta y ensayista, un enorme crítico literario), cerró su ensayo con una expresión que me electrizó: “Paraíso reencontrado, obra de la descripción inspirada de un joven escritor a quien rindo, gustoso, este tributo de reconocimiento”.
Nunca antes me habían rendido un tributo por mi escritura; es más: prácticamente me estrenaba en el oficio públicamente (mi primera novela, Espacio sin límite, había salido un año antes, es decir, en 1995, aunque ya era desde hacía años atrás columnista de prensa y escribía furtivamente mis primeros cuentos).
¿Qué tecla pulsé con mi libro de cuentos, que movió a tal extremo a un hombre curtido en las letras como Juan Liscano, de una trayectoria gigantesca, que se aprestaba pronto a cerrar su ciclo vital, para reconocer a un pichón de escritor como lo era yo para entonces? Lo digo con palabras que ya expresé hace tiempo en esta misma columna: Liscano estaba de regreso de los caminos de la vida y se hallaba en una búsqueda interior. Encontró en mi libro “iluminación lírica y espiritual”, amén de una elevada carga filosófica y ontológica. Escribió en su artículo-tributo: “La narrativa venezolana discurre, en general, por otros cauces que los de las preguntas fundamentales del Ser, de la Filosofía, de las religiones…”
Eran tantos los libros que le llegaban a Liscano, que sin abrir los paquetes los lanzaba a la papelera (así me lo contó). Un “algo” que él ni yo supimos, lo impulsó a abrir el sobre. Lo demás es ya parte de la historia: por lo menos de mi historia personal.
rigilo99@gmail.com
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